Obsceno

Esta semana andaban de balances del gobierno de Rajoy. Dos años cumplió el miércoles. Me da mucha pereza ponerme aquí a hacer resumen de lo que ha dado de sí el ejecutivo del PP durante esta primera mitad de la legislatura. Tanta, que no lo voy a hacer. Hablaré de una cuestión concreta que es un hecho obsceno, como pongo en el titular. Muchos adjetivos le disputaban a aquel su presencia en el título de este artículo. Vil, inhumano, indecente, nauseabundo, inmoral, despreciable, rastrero, repugnante, intolerable, detestable, odioso... Y así podríamos llenos toda la entrada. Hablo de la colocación de cuchillas en la valla fronteriza con Melilla para "controlar la inmigración". Unas cuchillas que se colocaron en la frontera con Marruecos en la ciudad autónoma en el gobierno de Zapatero (socialista y esas cosas), pero que después se retiraron ante el espanto de los daños que causaba en las personas que saltaban la valla en busca de una vida mejor en Europa. Ahora, el ejecutivo de Rajoy ha decidido recuperar este sistema inhumano de control de la frontera.

Hay medidas de las aplicadas por el gobierno que podrán ser más o menos compartidas. Recortes en cuestiones que podrán parecer más o menos sagradas, líneas rojas del Estado de bienestar que no hace más que resquebrajarse desde que el gobierno anterior emprendió la senda de los recortes. Pienso en sanidad, en educación, en cultura. En tantas áreas que han sido dañadas y que están hoy peor, mucho peor, que hace dos años. Hay medidas del gobierno, todas ellas no incluidas en su programa electoral, que pueden provocar una crítica política. Recortes que dañan, que se antojan torpes e incomprensibles. Mucho hay de eso. Pero luego hay decisiones que afectan de manera directa a menos personas pero que ya entran directamente en al categoría de la indecencia y la obscenidad más espantosa. Y la colocación de cuchillas cortantes en las vallas de Melilla para herir a seres humanos que buscan emigrar para encontrar una oportunidad en un país extranjero es una de ellas. También la inaceptable retirada de la tarjeta sanitaria a las personas inmigrantes, que el gobierno adoptó hace algo más de un año y que es una de las agresiones a los Derechos Humanos menos contestadas y rebatidas por la sociedad que uno recuerda en mucho tiempo. 

En ese primer capítulo de recortes aplicados por el gobierno, podríamos entrar a debatir las razones económicas que llevan al ejecutivo a aplicarlos. La urgente e innegable necesidad de reducir gastos. La asfixiante exigencia de la Unión Europea de emprender un ajuste fiscal tremendo en espacios muy cortos de tiempo, una medida que se ha revelado completamente inútil. Pero, insisto, estando en contra de esos recortes, uno puede intentar hacer un esfuerzo por entender las motivaciones del gobierno, aunque sean tan poco convincentes como "no queda otra". Muy bien. Hay que hacer recortes de gastos porque así nos lo impone Europa. Aceptemos esto, que tal vez es mucho aceptar. Porque lo que también es indudable es que al país le comen las deudas, tenemos que devolver la deuda emitida y para el pago de los intereses no nos queda otra que volver a endeudarnos y así sucesivamente. Recortar el déficit parecía, naturalmente, una obligación. Cosa distinta es el ritmo con el que se ha emprendido ese ajuste y también el hecho de que se haya puesto el acento en recortar el gasto y aumentar ingresos vía subida de impuestos, en lugar de intentar reactivar el mercado laboral (y no devaluarlo) para aumentar los ingresos por el aumento de los trabajadores. Pero, insisto, estaríamos en un plano económico (también político, sin duda), en el que al final hay distintas opciones, propuestas sobre dónde recortar y cómo. Sobre qué preservar por encima de todo y sobre dónde se puede meter la tijera para ajustar el gasto. 

Esto, lo de las cuchillas que el señor Rajoy no sabe si cortan o no, es ya otra cosa. Como los recortes a la dependencia, por ejemplo. Ese tipo de medidas entran en el apartado de la indecencia. Son medidas inhumanos que, además, en el caso que nos ocupa, no supone ningún ajuste de gasto. Y en el caso de la dependencia, por gasto que suponga, es igualmente nauseabundo que se anteponga el recorte de gasto a la protección social a las personas más vulnerables de la sociedad. Retrata bien el esquema de prioridades del gobierno. Lo de las cuchillas es sencillamente una medida inhumana para controlar la frontera. Una bestialidad bárbara que el gobierno defiende con pasmosa frialdad. Cuando Alfredo Menéndez le preguntó en la magnífica entrevista que le hizo en RNE sobre las cuchillas, Rajoy dijo que va a pedir un informe (hablando de recortes, este tipo de estúpidos informes tal vez serían un buen capítulo donde meter la mano) para ver si las cuchillas, en efecto, hacen daño a las personas. Igual Rajoy cree que son cuchilla de juguete. La piel los que él y tantos llaman sin papeles, indocumentados, inmigrantes ilegales (en resumen, personas) es igual y, evidentemente, las cuchillas les provocan heridas. Lo peor de todo es que, evidentemente, Rajoy sabe que esas cuchillas provocan heridas. Por eso las ha colocado ahí. Para disuadir el paso a esas personas que intentar saltar la valla. 

Con impasible distancia, sin bajar al terreno de la más elemental ética, del más básico civismo, Rajoy trata este asunto como una cuestión menor, administrativa. Bueno, no me estrese, ya miraremos qué se puede hacer y si esas cuchillas de verdad cortan, parecía decir. Tal vez pensó, ¿pero cómo me pregunta usted por esto con la de cosas importantes que pasan en España? Sáenz de Santamaría compartió esa falta de ética en su comparecencia ayer en la rueda de prensa del Consejo de Ministros. Con la misma distancia, con la misma frialdad, habló sobre este tema. Y parece que la cuchillas seguirán donde están, listas para desgarrar la piel de esas personas sin suerte en la vida que, desesperadas y con deseo de labrarse un futuro en Europa, tierra de oportunidades y de políticos insensibles, saltan la valla de Melilla. 

Allí quedarán trozos de su piel, ropa desgarrada, sangre. Quedará ahí una pregunta incómoda y dolorosa en el aire. ¿Qué clase de sociedad somos? ¿En manos de quién estamos? No es que tengamos un gobierno con notable incompetencia para comprender que la educación es una inversión de futuro para el país y no un capítulo de gastos donde recortar; no es que tengamos un gobierno que desprecia y golpea a la cultura; no es que tengamos un gobierno que no puede (o no quiere) luchar por mantener en pie un Estado del bienestar que sí es sostenible y por el que la sociedad ha trabajador durante décadas; no es que tengamos un gobierno impresentable que recorta sin piedad en Sanidad; no, es que además tenemos un gobierno sin alma capaz de defender sin perder la vergüenza que se coloquen cuchillas en una valla fronteriza.  Duele tener un gobierno que esté haciendo tantos recortes inmisericordes en áreas imprescindibles del Estado del bienestar, pero es sencillamente detestable que además de todo eso (y de la contabilidad B que el juez aprecia que existió en el PP durante años) tengamos unos gobernantes sin la más elemental sensibilidad, totalmente inhumanos. El mero hecho de que estemos discutiendo esta cuestión de las cuchillas, que alguien ose si quiera proponer esa idea, aterra. Es espantoso y odioso. 

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