Conversaciones con Woody Allen

Woody Allen es un genio del cine que cuenta entre sus virtudes con la capacidad autocrítica e incluso la tendencia a ironizar sobre sí mismo. En el libro Conversaciones con Woody Allen, escrito por Eric Lax, se reúnen y ordenan las charlas que mantuvo desde inicios de los años setenta hasta 2008 este periodista y escritor estadounidense con el inigualable cineasta neoyorquino. El sentido del humor es una de los refinadas y elegantes formas de inteligencia, algo que Allen derrocha en este libro. No tomarse nada demasiado en serio, y a uno mismo mucho menos, es una actitud recomendable y propia sólo de la gente más sabia. Esa actitud muestra el cineasta en este libro que se divide en distintos apartados dentro de los cuales se sigue una progresión cronológica que nos permite apreciar la evolución de la carrera de Allen desde sus alocadas comedias del inicio hasta sus películas dramáticas, las que más ambiciona y valora el director. 

Son muchas las anécdotas y reflexiones sobre el oficio que reúnen este libro. Es una obra magnífica con la que se deleitarán especialmente los aficionados al cine de Allen. Vaya por delante que no puedo ser objetivo tratándose de este cineasta al que tanto admiro. No tengo la menor intención de serlo, de hecho, por lo que reconozco que mi capacidad crítica, con Woody Allen de por medio, queda bastante reducida. He disfrutado mucho leyendo este libro porque permite conocer más a la persona que hay detrás del director. Leemos su preferencia por los dramas frente a la comedia, su determinación constante por mantener la absoluta libertad y el control total sobre sus trabajos, la dureza con la juzga su propio trabajo y el modo en el que recuerda sus películas, vagamente en muchos casos y sin tener el menor inconveniente en criticarlas con severidad o en reconocer que metió la pata con ellas (dice que La maldición del escorpión de Jade es posiblemente su peor película y también se muestra frustrado con el resultado final de Scoop). 

Las ocho partes en las que se divide el libro son la idea, el guión, el reparto, el rodaje, la dirección, el montaje, la música y la profesión del cineasta. En todas ellas aparecen interesantes reflexiones de Woody Allen y el autor logra transmitir la cercanía que le unió al director durante más de tres décadas y su posición privilegiada a su lado en el lugar del rodaje o en la sala de montaje de sus películas. El director cuenta que dejó de leer las críticas de sus películas hace mucho y que prefiere que sus cintas gusten y tengan una buena acogida, pero que no es algo que le inquiete demasiado. Sobre las críticas a las películas, por cierto, dice Allen que le gustan "las reacciones sencillas". Explica el director que las críticas sesudas que analizan los filmes "no son más que racionalizaciones concebidas para justificar una repsuesta emocional a una película". En el libro apreciamos el modo de entender la vida de Allen, que es el fondo de lo que van sus películas. "No tiene nada de divertido no ser más que un punto en el universo. Y eso es lo que eres, un miembro de una especie fallida", cuenta el cineasta. 

Allen dice que un rasgo que le define como director de cine es la pereza. Cuenta, por ejemplo, que ha cambiado el lugar de rodaje de alguna escena por ello o que cada vez repite menos las tomas o hace más planos máster con la finalidad de reducir el trabajo. Suponemos que habla medio en serio, medio en broma. El director muestra sus excentricidad, sus filias y fobias en esta cinta. Por ejemplo, deja bien claro que es un hombre de ciudad y que no le gusta el campo. La escena de pasión en el trigal de Match Point, por ejemplo, iba a ser rodada en medio del campo, pero el director cuenta que le desagradó la idea y decidió grabarla en ese campo de trigo próximo al lugar de rodaje. Tampoco le gusta mucho el sol. "El sol es mi cruz. Lo odio. Lo odio por la mañana cuando me levanto. Lo odio en verano. Es cancerígeno. Ayer iba caminando por el parque y había gente por todas partes, como en el cuadro de Seurat (Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte). Pero el sol que caída de plano lo estropeada todo". 

No se muestra como alguien asocial, pero casi. Rara vez habla con los actores y en las entrevistas tampoco intercambia palabras con ellos. El mayor desmitificador de Woody Allen es él mismo, pero a la vez su genialidad alimenta el amor de sus seguidores. "Ruedo en Nueva York porque soy vago y me viene bien. Me gusta comer en mis restaurantes preferidos y dormir en mi cama", suelta en un pasaje del libro. Todas las partes de la obra son muy interesantes porque en ellas se ve la forma de trabajar de Allen y la progresión seguida desde sus comienzos con Toma el dinero y corre y Bananas. La última parte, dedicada a reflexionar sobre la profesión de cineasta, es el mejor colofón a la obra porque reúne interesantes reflexiones de Allen. Por ejemplo, sobre el legado que deja un director de cine cuando muere, sobre la gloria y todo aquello, Allen lo tiene claro: "el gran Shakerpeare no está mejor que cualquier vago sin talento que escribía obras de teatro en la Inglaterra isabelina y que no conseguía producirlas , y si alguna vez lo lograba la gente salía huyendo del teatro. No es que crea que no tengo ningún talento, pero no tengo el suficiente para hacer bombear la sangre de mi cuerpo una vez que este entre en rigor mortis". Y así todo. 

Si algo ha caracterizado la carrera profesional de Allen es que siempre ha hecho lo que ha querido. Para él habría sido más cómodo y más rentable económicamente estancarse en las comedias primeras, aquellas enormemente divertidas pero que son sólo una sucesión de gags y chistes. Pero el director neoyorquno admira sobre todo los buenos dramas y por eso decidió rodar otra clase de historias. En el libro, Allen se muestra especialmente complacido con Match Point, cinta que nada tiene de cómica y mucho de magistral rodada en 2005. Por eso, el consejo que da Allen a quien quiera dedicarse al mundo del cine es hacer lo que uno considera adecuado sin atender mucho a las críticas. "Le aconsejaría que no creyera los cumplidos ni las críticas positivas, pues una buena parte son falsos y otra buena parte son erróneos, con lo cual sólo te queda una pequeña parte con la que entusiasmarte". 

Cuando el escritor le pide a Allen que se defina, que explique cómo valora su trabajo, el genial cineasta afirma que "no he alcanzado ninguna meta importante en lo artístico. Pienso que no he aportado nada verdaderamente significativo al cine". Discrepa el lector, por supuesto, de semejante afirmación. Allen termina afirmando que hace cine por la misma razón por la que acudía a las salas de joven: para evadirse. "Resulta irónico que haga películas con fines de evasión, pero no es el público quien se evade, sino yo". Lean Conversaciones con Woody Allen si son admiradores de este director o si son amantes del cine, pues también se incluyen reflexiones sobre cuestiones técnicas como el casting, la música, los planos, el rodaje o el montaje de las películas. Una auténtica joya para la biblioteca. 

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