Magia a la luz de la luna

Un sarcástico mago inglés que busca desenmascarar a a una atractiva médium que, aparentemente, puede hablar con los muertos, conectar con el mundo de los muertos y ver en los ojos de la gente vivencias y episodios de su pasado que no podría saber si no fuera por sus supuestas dotes. Reconozco que, con esta sinopsis como carta de presentación, jamás habría ido al cine a ver una película. Es de lo que va Magia a la luz de la luna, que vi ayer porque la escribe y dirige Woody Allen. La historia, en efecto, me resulta poco atrayente, pero adoro a su director. Trata mucho la película de lo racional enfrentado a lo imaginario, de lo real a lo ficticio o mágico. ¿Es poco racional ir al cine a ver una historia que no te llama sólo porque la escriba un genio? Puede. 

Quizá por eso mismo, porque la trama me parecía de entrada más bien floja, las expectativas que tenía puestas en el filme eran más bien escasas. Y tal vez por esa razón la cinta me gustó bastante más de lo que pensaba. Sí, la historia no es excesivamente sugerente. El mago inglés (un magnífico Colin Firth) viaja hasta la Costa Azul francesa (donde vemos al Woody Allen turista que se recrea con los preciosos paisajes) para demostrar que la presunta médium a la que da vida Emma Stone es un fraude, que en realidad es una estafadora que se aprovecha de los incautos ricachones de la clase alta de esa Francia de finales de los años 20 para sacarles el dinero contándoles lo que quieren oír y haciendo que puede comunicarse con los difuntos.Una clase alta que, de nuevo, queda retratada como más bien pánfila y crédula. Es un choque entre el racionalismo extremo del mago, que sabe que lo suyo son sólo trucos visuales, pero que no existe nada más allá de lo que nuestros ojos ven, y la aparente capacidad de la médium por hablar con el mundo de lo oculto, por sentir que hay algo más. 

Es un conflicto muy propio del cine de Woody Allen, quien siempre habla de lo absurdo de la existencia, de lo ridículo que es nuestro paso por el mundo, de la necedad que supone buscar justificaciones más trascendentales a nuestra existencia como la religión o el esoterismo que practica el personaje de Emma Stone. Y de eso va la película. Del choque entre ambas posturas. De cómo alguien lucha por mantener siempre su visión racional de la vida, de no dejarse llevar por lo que en apariencia es mágico, porque en realidad todo en la vida tiene explicación, porque no existen esas pamplinas a las que la gente se aferra ("desde las médium hasta El Vaticano", dice en un momento del filme) para autoengañarse y creer que en realidad hay algo más superior a nosotros que lo explica todo

Es evidente que Magia a la luz de la luna está lejos de ser una de las mejores cintas de Woody Allen, quien a sus 79 años sigue el endiablado ritmo de una película por año para regocijo de sus seguidores. Mantengo la certeza de que un Woody Allen menor sigue estando claramente por encima de la media del cine actual. El mayor rival de Allen es el propio Allen. Comparar cada trabajo del genio con sus obras maestras es un ejercicio inevitable, pero peligroso. Da la impresión, sí, de que Woody Allen ha ido en esta cinta con el piloto automático. Su extraordinario oficio a la hora de plantear diálogos divertidos y sugerentes hace el resto. Pones aquí una historia, allá esa música tan características de sus cintas, uno de los temas clásicos de su cine (el racionalismo, la religión, lo absurdo de la existencia) y ya lo tienes. El resultado no es excepcional, pero sí bastante satisfactorio. 

Dice el inigualable cineasta neoyorquino que la gente siempre busca en sus películas a un personaje que sea algo así como su álter ego. Él dice que no es así, que la gente ya se ha construido un personaje en la cabeza sobre Woody Allen y lo busca en cada cinta. Algo de eso hay y, sin duda, en Magia a la luz de la luna ese álter ego de Allen sería el personaje del mago inglés al que da vida Colin Firth. Un tipo de vuelta de todo, descreído, escéptico, antipático, seco, sarcástico, con una muy mala impresión de la humanidad en su conjunto... 

La mayoría de las películas de Woody Allen, y es lo que le hace tan grande, abordan asuntos de esos que dan lugar a la reflexión por parte de los espectadores, temas clásicos sobre la razón de la vida, sobre sentimientos y pensamientos que todos tenemos en algún momento. Plantea dilemas filosóficos, generalmente. En este caso, como digo, todo gira en torno a la confrontación entre quien afronta la vida con un racionalismo extremo que no sólo descarta sino que desprecia visiones irracionales de la existencia (médiums, esoterismo, religión) y quien defiende que el ser humano necesita creer en algo más. "Sería horrible que la vida no fuera más que lo que vemos", cuenta un personaje en un momento de la cinta, que también plantea un interesante debate sobre la necesidad de las mentiras, de los autoengaños, para vivir. No es la mejor cinta de Woody Allen, pero es una buena película. Ya esperamos su historia número 50 que llegará, puntual, el próximo año. 

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