El papa se equivoca

Nunca he alabado tanto y tantas veces  a un pontífice como al papa Francisco. Desde que accedió al cargo he escrito en reiteradas ocasiones sobre su discurso humilde, autocrítico y más tolerante, menos casposo al menos, que el que nos tenía acostumbrados sus antecesores en El Vaticano. El papa Francisco ha traído, tanto en hechos como en palabras, un cambio necesario a la jerarquía de la Iglesia católica. Recuerdo su crítica directa a los excesos del sistema capitalista, su compromiso en primera persona para combatir los casos de pederastia en la Iglesia, su afirmación de que él no es nadie para juzgar a los homosexuales, su sensibilidad con las personas inmigrantes... Pero ayer el papa fue preguntado en su avión camino a Filipinas sobre los atentados contra Charlie Hebdo y su respuesta fue, como poco, inquietante y, desde luego, profundamente equivocada. 

Al papa se le preguntó directamente por los límites de la libertad de expresión que, evidentemente, los tiene. Pero Francisco patinó, y de qué manera, pues dio a entender que quien se pasa de la raya se está jugando que se ejercite la violencia contra él. Atentos. Esta es la respuesta íntegra del papa sobre esta cuestión, después de afirmar, claro, que asesinar en nombre de cualquier dios es una aberración. "En cuanto a la libertad de expresión: cada persona no solo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común (…) Pero sin ofender, porque es cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el doctor Gasbarri [organizador de los viajes papales], que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás (...) Hay mucha gente que habla mal, que se burla de la religión de los demás. Estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al doctor Gasbarri si dijera algo contra mi mamá. Hay un límite, cada religión tiene dignidad, cada religión que respete la vida humana, la persona humana… Yo no puedo burlarme de ella. Y este es límite. Puse este ejemplo del límite para decir que en la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi mamá". 

O sea, preguntado sobre unos viles asesinatos frutos del fanatismo y la intolerancia, el papa Francisco recurre a un ejemplo según el cual uno está legitimado para responder con violencia. En su ejemplo, si alguien se mete con su madre. No diremos que el papa justifica reacciones como la de los criminales que asesinaron a 12 inocentes que habían blasfemado contra el Islam, pero tiene toda la pinta de que muestra cierta comprensión. Es intolerable juntar en la misma respuesta la condena a un atentado repugnante como este y, a la vez, dar un tirón de orejas al que ha sido atacado por el odio ya que, en el fondo, se lanza el mensaje de que se lo estaba buscando, de que él sabrá lo que hace. Eso es lo que viene a decir el papa con su extraordinariamente poco afortunado ejemplo. A esas personas, dice Francisco, que provocan a las religiones le puede pasar lo que a su amigo que habla mal de su madre, ser objeto de la violencia. Intolerable respuesta de un pontífice que tantas otras veces parecía traer un discurso renovador y aperturista a la Iglesia católica. 

¿Existen límites a la libertad de expresión? Por supuesto. Lo que sucede es que las religiones, por lo general, tienen la piel muy fina. Vivimos en sociedades laicas y deberíamos reforzar ese carácter que tantos siglos nos ha costado alcanzar y que aún está lejos de ser del todo real. Las conexiones entre el Estado y las religiones, cualquier religión, deben ser residuales. El problema es que la religión ha estado siglos medrando sobre las leyes y el funcionamiento de la sociedad. En Europa durante demasiado tiempo, sin duda, la religión católica. Y en muchas sociedades musulmanas, todavía el Islam, y además una interpretación extremista del Islam, Contra eso se debe combatir. El papa puede añorar los tiempos en los que la religión era algo sagrado no sólo para los practicantes de la misma, sino para toda la sociedad. Pero, afortunadamente, la sociedad avanza. Es lo que, a tenor de estas palabras, el papa Francisco no termina de entender. 

¿Qué es hablar mal de la religión? ¿Qué es exactamente burlarse de ella? Pongamos algunos ejemplos. Si yo digo que no creo en dios, que dios no existe, que no hay prueba empírica de su existencia y esta me parece una invención que consuela a un grupo de personas en base a una fe ficticia, basada en una fantasía, ¿estoy burlándome de la religión? Más bien diría que estoy expresando libremente mi opinión. ¿O el concepto de libertad de expresión significa para el papa Francisco que todo el mundo comulgue con los principios de cada religión porque si se expresa una idea distinta se está dañando a la fe y debemos atenernos a las consecuencias de nuestros actos? Charlie Hebdo se define como revista atea. ¿Que los ateos digan que no creen en dios es burlarse de la religión? ¿Entre los límites a la libertad de expresión estaría la censura a estas opiniones? 

Vayamos al capítulo de hablar mal de la religión. De forma irreverente, la revista satírica francesa que fue víctima de la intolerancia denunció con viñetas el fanatismo de la minoría islamista que recurre a la violencia para imponer sus creencias y para combatir a los infieles. ¿Criticar con toda firmeza esas actitudes es hablar mal de la religión? Ya que hablamos del papa Francisco, quedémonos con la religión católica. ¿Expresar que las guerras de religión han sido la peor lacra de la humanidad a lo largo de su historia es hablar de la religión? ¿Y afirmar que existe un grave problema en el seno de la Iglesia católica con los numerosos casos de pederastia? ¿Hablamos mal de la religión si criticamos que el discurso de la Iglesia católica contra el uso del preservativo para prevenir el contagio de enfermedades ha hecho mucho daño en África? ¿O quizá lo hacemos cuando criticamos declaraciones machistas u homófobas de altos cargos de la jerarquía católica? 

Comprendo que dentro de una religión, el papa Francisco y en general las personas que profesan una determinada fe están acostumbrados a los dogmas, a las verdades absolutas, al acatamiento de cuanto dice un libro sagrado o un sacerdote, al respeto escrupuloso de jerarquías y normas... Dentro de esas burbujas, pues, no existe la discrepancia ni los discursos que puedan resultar ofensivos a la Iglesia. pero fuera de ellas está la sociedad, está el mundo real. Y sus principios sagrados son perfectamernte respetables, pero no pueden pedir, ni siquiera pretender remotamente o insinuar, que también afecten a quienes no profesan esa religión. 

Con sus palabras el papa Francisco parece decir que la libertad de expresión está genial hasta que incomoda a la religión. ¿Y por qué ese celo tan extremo en la religión y no en otros asuntos? Por esa regla de tres, las críticas a la acción de un partido politico puede interpretarse como una burla y una provocación a sus votantes, así que hay también deberíamos establecer un límite. Y, por qué no, también las críticas a un equipo de fútbol, que es casi una religión para mucha gente. O para un director de cine. ¿Qué pasa con los amantes de un creador que es vilipendiado por la crítica? Por supuesto que existen límites a la libertad de expresión. Límites como las injurias o las calumnias que están tipificados en el código penal como delito. En un Estado de derecho es la ley la que determina esos límites. Y eso es importante recordarlo, porque si no se da a entender que es justificable una reacción violenta contra quien, según nuestra estrecha forma de entender el mundo, ha traspasado los límites de la libertad de expresión. Lástima que en este asunto el papa no muestre ni el menor resquicio de la apertura de mente y la modernidad que sí emplea cuando habla de otras cuestiones. 

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