La ola


Hay obras de teatro de las que se sale distinto a como se entró. Suena grandilocuente, pero es cierto. La ola, escrita por Ignacio García May y dirigida por Marc Montserrat Drukker es una de ellas. Una perfecta ejemplificación del formidable poder del teatro más allá del mero entretenimiento. Teatro para intentar comprender mejor la realidad, para estudiar el pasado con la finalidad de  entenderlo para no volver a repetirlo. Teatro para reflexionar, del que uno sale con la incómoda sensación de que las atrocidades que ha visto en escena pueden volver a ocurrir y, a la vez, con la satisfacción de que esta obra te ayude a percatarte de ello. Teatro social, comprometido. Teatro necesario.

La obra está basada en, o incluso cabría decir, a tenor de la explicación de la misma que hacen sus autores en el libro de mano, directamente retrata con vocación documental el experimento que el profesor Ron Jones puso en práctica con sus alumnos de un instituto estadounidense en 1967. En la clase de historia, cuando el profesor habla de la II Guerra Mundial y el nazismo, los alumnos se hacen la misma pregunta que todos los que estudian aquella época. La obra y aquel experimento empiezan con una pregunta, como todo lo que vale la pena en la vida, donde lo importante es no dejar de hacerse preguntas, aunque luego sea difícil hallar las respuestas. "¿Cómo es posible que nadie supiera nada?", cuestiona un alumno. "La población civil, ¿no sabía nada? ¿Empezaron a deportar a sus vecinos, a sus amigos, y nadie hizo nada para detenerlo? ¿Todos los alemanes se volvieron nazis de repente y después dejaron de serlo y ya está?"

Es la pregunta clave. En el surgimiento del nazismo y en el de cualquier otro totalitarismo aceptado, de forma cómplice, cobarde o silenciosa, cuando no entusiasta, por la población civil. Así lo demuestra la historia de la humanidad. Una y otra vez. Sin la menor evidencia de que hayamos aprendido la lección, con la certeza de que algo así puede volver a suceder. Porque ha pasado mil veces. Porque ciudadanos normales y corrientes han comprado en distintos puntos del mundo a lo largo de la historia discursos renovadores de salvapatrias que prometen el paraíso en la tierra, un mundo nuevo, soluciones sencillas a problemas complejos. Y la gente, voluntariamente, ha aceptado renuncias a su libertad en pos de un bien mayor, el de la comunidad. Y sí, se han justificado, cuando no se han cometido, aberraciones e injusticias, porque esos grandes ideales que con una repugnante pero eficaz manipulación de, lenguaje los regímenes totalitarios han logrado convencer a los ciudadanos normales que están por encima de sus derechos fundamentales

El profesor Jones decidió que la mejor manera de que sus alumnos comprendieran cómo pudo la población alemana echarse en brazos del nazismo, el mejor modo de vacunarlos contra la manipulación de los totalitarismos, virus que en absoluto podemos considerar erradicado hoy, era hacerles sentir en sus propias carnes una experiencia similar a la de los alemanes de entonces. Y decide así crear una comunidad, que llamarán La tercera ola. Lo que sigue a partir de ese momento y hasta el final de la obra es un asombroso y preciso manual de totalitarismo. Ideas sencillas, para empezar. "Poder de la disciplina, poder de la comunidad, poder de la acción". Por supuesto, pervirtiendo el lenguaje. "No olvidéis que las palabras son armas", les dice el profesor a sus alumnos en un momento de la obra.

De pronto, los jóvenes se sienten miembros de una comunidad, de un grupo especial. Ellos son distintos, es decir, mejores. Porque ese es otro de los principios sobre los que se asienta cualquier ideolgía totalitaria. Remarcar las diferencias con los otros para situarse por encima de ellos. Los miembros de La Tercera ola se sienten superiores y protegidos en el grupo. Piensan estar haciendo algo bueno. ¿Qué puede tener de malo una comunidad en la que todos se ayudan entre sí? Algo así como lo que debieron pensar los alemanes unidos bajo el ideal del nazismo tras ser humillados por su derrota en la I Guerra Mundial. Se fomenta sutilmente un sentimiento dañino de pertenencia a una comunidad, y poco a poco esa comunidad importa más que cada individuo. De hecho, cada uno por separado o no vale nada. Y deben tenerlo claro. Dentro del grupo lo son todo. Fuera, son seres mediocres, insignificantes. 

Esa comunidad va creciendo y el espectador se remueve en su asiento porque ante sí se están desnudando los mecanismos de los totalitarismos, de los dogmas de creencias que no toleran discrepancias, de las ideologías absolutistas y sectarias. Y no sólo eso. El espectador comprende que es extraordinariamente sencillo hacer brotar esa semilla del odio al diferente, de sentimiento de prrten encendía a un grupo, de superioridad por formar parte del mismo, de renuncia a los principios y a las particularidades de cada uno en pos de la comunidad. Es la transformación de unos ciudadanos en masa, en un conjunto de seres sin sentimientos ni pensamientos propios que todo deben supeditarlo al bien de la comunidad, a unos principios sacrosantos que ellos no han decidido, pero por los que deben regirse. Y el espectador observa que al profesor Jones le resulta muy sencillo llevar adelante su experimento, tanto que incluso él piensa, si es honesto consigo mismo y si se mira en el espejo que esta obra de teatro le plantea, que perfectamente podría haberse sentido atraído por esa idea de comunidad, que al principio se presenta como un movimiento solidario para mejorar el mundo. Es lo que aterra de esta obra y es lo que la hace necesaria. Comprobar cuán fácilmente se asientan los totalitarismos, qué sencillo es que personas normales pasen a formar parte, y además de forma entusiasta, de un aparato totalitario.

Si se analiza el experimento desde fuera, en efecto, se observan todos y cada uno de los trucos de los regímenes totalitarios para controlar a los ciudadanos y convencerlos de unirse a esas palabras altisonantes, a esos ideales supremos que justifican renunciar a su libertad y ceder sus derechos por el bien de la comunidad. El hacer a cada uno sentirse especial, pero sólo dentro del grupo. El modo de arrinconar al disidente. El saludo y el símbolo propio del grupo. La creación de confidentes, esa psicosis en la que se vive en los estados totalitarios donde todo el mundo investiga a todo el mundo, donde todos se espían para hacer méritos ante el estado todopoderoso. El egoísmo, el odio al diferente, a esos otros que no forman parte de la comunidad. La delación del vecino. La lista de libros prohibidos. De manual, lo dicho. Pero qué equivocados estamos si nos creemos vacunados ante esta amenaza.

El potente mensaje que lanza la obra invita, obliga a la reflexión. Aquí y ahora. En España y en cualquier otra parte del mundo. Es cuando hay crisis brutales, cuando la gente se siente perdida, cuando más posible es que se asienten ideologías totalitarias que, con la promesa de ofrecer soluciones sencillas a problemas graves, se abren paso en la sociedad. Pasó en la Alemania posterior a la II Guerra Mundial y ha pasado muchas otras veces en la historia. Son esos momentos, afirma el profesor, en los que la sociedad debería ser razonable y buscar cambios necesarios, pero pensando y no echándose en brazos del primer embaucador que se ponga delante. Son esos momentos en los que se necesitan ideas pero tan fácil es sentirse  atraído por eslóganes y frases sencillas, por ideologías totalitarias y destructivas disfrazadas de bellas promesas de protección. 

Se desespera en un momento de la obra el profesor Jones de lo sencillo que le está resultando llevar adelante el experimento, porque eso demuestra lo poco preparada que está la sociedad para volver a quedar atrapado en ideologías totalitarias. Esa reflexión, válida en Estados Unidos en los años 60 cuando ocurrió el experimento real, la sigue siendo en nuestros días. La cultura, el teatro, el conocimiento, es un arma defensiva contra cualquier clase de totalitarismo. Porque una sociedad educada. Formada, culta, inteligente, siempre será mucho menos manejable que otra que no lo es. La ola agita, remueve, desasosiega. La ola es teatro que forma, que protege, que educa. Es teatro necesario. 

Comentarios