Hablar

Uno de los principales alicientes de Birdman, película de Alejandro González Iñárritu que ganó sorprendentemente el Oscar a la magistral Boyhood de Richard Linklather (hay heridas que cuesta cicatrizar) es que simulaba estar rodada en un único plazo secuencia de inicio a fin. En el caso de Hablar, la cinta de Joaquín Oristrell que sigue en cartelera, no hay trampa ni cartón. Toda la historia es un auténtico plano secuencia. La película está rodada en una noche en el barrio de Lavapiés. Del tirón. De un teatro a otro, recorrido que no es casual porque en este asombroso trabajo se mezcla el séptimo arte con la dramaturgia. 

Es Hablar una película original, libérrima y reflexiva. Como su título indica, aspira  ser una reivindicación del poder de la palabra, aunque también es, diría que casi por encima de cualquier otra consideración, un alegato en favor del abrazo, del contacto humano, de la necesidad de afecto en nuestra sociedad. Esta cinta reivindica el poder terapéutico de las relaciones personales, de tener alguien al lado con quien compartir enfados, alegrías, penurias, miserias, anhelos

En la hora y cuarto de metraje se entremezclan historias que componen un collage de la sociedad actual. También adicciones de distinta naturaleza. Y vulnerabilidades, muchas. En esto de levantar acta de la crisis económica, política y de valores que vive nuestra sociedad el teatro, por cuestiones técnicas entre otras razones, ha ido siempre por delante del cine. En esta película se pone el foco sobre dramas que se viven hoy en día en España donde, alharacas gubernamentales y grandes cifras macroeconómicas al margen, hay mucha gente que lo sigue pasando mal. Y bien está que se cuente. Que esta situación llegue al cine. El hambre, el racismo, el desempleo. Son algunos de los ejes centrales de esta descarnada y dura cinta que, aunque tiene momentos cómicos, refleja sin la menor complacencia el estado crítico de la sociedad española actual. Y no sólo por la crisis económica. "Cada día veo más personas que no empatizan con nada", afirma un personaje del filme en un momento de la película. 

La toma de postura de la historia en relación a la crisis económica y a la política es evidente. Es una película comprometida que critica con severidad al sistema capitalista. Una cinta abiertamente rebelde, inconformista, reivindicativa. En este sentido, a veces le faltan matices. Hay historias y personajes que parecen pintados con brochazos demasiado gruesos. Como suele ocurrir en las películas que reúnen varias tramas, hay algunas de esas historias personales que se entremezclan que están mejor construidas que otras, personajes que conmueven más al espectador y otros que no transmiten tanto. Este posicionamiento crítico con el sistema será un hándicap para esta película entre cierta clase de público, en función de su posición político, y una razón para, ya de partida, convencer a otros espectadores. Es una lástima porque, al margen de que se toma partido (algo no demasiado frecuente en el cine y muy de agradecer, por cierto), la historia tiene momentos de brillantez y genialidad. 

Además de la crisis económica y la crítica feroz a un sistema no menos salvaje que acrecienta las desigualdades y se ensaña con las personas más vulnerables, la cinta también reflexiona sobre la paradoja del tiempo presente. La era de las comunicaciones en la que, sin embargo, el ser humano está más incomunicado que nunca. Nos pegamos el día pegados a la pantalla del móvil, pero en realidad nos cuesta sentirnos escuchados y escuchar a los demás. Vagan por las redes y las calles personas con una falsa sensación de estar conectadas al mundo, pero necesitadas de afecto, de abrazos, de un hombro sobre el que llorar. 

No es un mero ejercicio de estilo, aunque sin duda parte de su encanto reside en el hecho de estar rodada del tirón con un único plano secuencia en el que la cámara sigue el transcurrir de los personajes por las inmediaciones de la plaza de Lavapiés, al modo en el que cualquier paseante de una gran ciudad confluye con ese ir y venir de vidas e historias que tan sólo intuimos y que en Hablar podemos seguir hasta su desenlace. La película rezuma espontaneidad. Actores que improvisan, algún momento en el que el sonido no es el mejor posible (está rodada en la calle), leves titubeos en algún diálogo... Es esa imperfección lo que en buena medida hace de Hablar una cinta especial, original, valiente. 

Precisamente la valentía de la propuesta, la osadía del director y del amplio elenco de actores que sacan adelante este proyecto supeditando su lucimiento personal al éxito de la historia es quizá su rasgo más definitorio. Raúl Arévalo, Antonio de la Torre, Sergio Peris-Mencheta, Juan Diego Botto, Melanie Olivares, Álex García... Muchos de los actores del momento aparecen en la cinta. Arriesgando. Es muy de agradecer, por ejemplo, que Álex García decida apostar por personajes complejos como el que da vida en esta historia. O que Antonio de la Torre siga asombrando con cada papel que interpreta. Se atreve con todo y todo lo hace bien. Da igual que sea un papel cómico o dramático, protagonista o secundario, convencional o extravagante... Es asombroso lo suyo. En general, el buen hacer de los actores contribuye a que, a pesar de sus imperfecciones, la película crezca y deje un muy buen sabor de boca en el espectador. 

La cinta, una radiografía de la sociedad actual, un tapiz con retazos de muchas historias, de vidas de desheredados por la crisis, de almas perdidas en busca de afecto, también de algún que otro desalmado, es un buen ejemplo de cómo a veces el todo es mucho más que la suma de las partes. Las historias particulares que componen la película, por sí solas, quizá no son en ninguno de los casos particularmente originales o rompedoras. Pero sí lo es el modo en el que están rodadas, la forma en la que se tejen estas tramas para componer un collage de la sociedad española. Una película hija de su tiempo, retrato notarial de su tiempo en el que a veces los personajes más estrambóticos o aparentemente locos son los más lucidos. Es ese necesario cuestionamiento de la cordura de las personas "normales" y la locura de los diferentes, de los que viven al margen del sistema. "Prefiero vivir rodeado de locos que rodeado de tontos", dice el espléndido personaje al que da vida Sergio Peris-Mencheta, que hace congelar la risa al espectador en varios momentos de la cinta. 

El magnífico final, del que naturalmente nada desvelaré, pone el broche perfecto a un ejercicio de estilo, a un valiente proyecto que entremezcla teatro y cine, que elabora una radiografía de urgencia sobre la sociedad actual, que no busca reventar taquillas, que es a veces el coste de la libertad y el compromiso. No es una obra maestra, pero sí es una cinta de gran valor. Por la valentía de su planteamiento, por la potencia del mensaje de fondo, aunque a alguna de las historias, quizá por querer abarcar demasiado, le falta hondura, y porque demuestra que aún no está todo inventado en el cine y que, afortunadamente, en ninguna parte está escrito lo que se puede o no hacer o decir en una película. Desborda talento Hablar de inicio a fin. Una cinta que no deja indiferente. Una pequeña joya. 

Comentarios