Londres

Que los tópicos no se corresponden con la realidad uno lo constata rápidamente cuando viaja a Londres por primera vez. No es una ciudad fría, ni en el sentido climatológico del término (de cuatro días espléndidos de sol disfrutamos este pasado puente en un viaje memorable) ni mucho menos en el metafórico. Es una ciudad con mucho ambiente, rebosante de vida. Tampoco es verdad eso de que la gente es antipática. O no es esa la impresión que nos llevamos. Todo el mundo con el que hablamos nos atendió con mucha amabilidad. 

Lo que uno se encuentra en Londres es una ciudad abierta, cosmopolita y multicultural. Una ciudad de contrastes. Edificios llenos de historia al lado de nuevas construcciones (no veía tantas obras y grúas desde los tiempos de la burbuja en España, por cierto). La tradición de los símbolos de la familia real británica junto a teatros y espacios culturales alternativos. El clásico prototipo de británico, volvemos a los tópicos, trajeado y elegante, al lado de personas de toda clase y condición. Gente de todas las razas y religiones. Espacios verdes junto a uno de los centros financieros más importantes del mundo, la City que tantos millones mueve al día. Londres es diversa, roca, inmensa. Tanto que resulta inabarcable en cuatro días, como pienso que también lo sería en diez y hasta en quince. Por sus dimensiones y por todos los atractivos que presenta la capital británica, que es de esas ciudades que enamoran y en las que uno siente que volverá más pronto más tarde. 

Los iconos de Londres son sólo uno de los muchos alicientes de la ciudad. Es precioso el Big Ben (tanto como curiosa es la historia de esta denominación, según nos contaron en el free tour que nos enseñó la parte más turística de la ciudad), al lado de la abadía de Westminster. También resulta fascinante subir al London Eye, la mítica noria de Londres, desde donde se disfruta de una excepcional vista panorámica de la ciudad. Preciosa es esa zona de la capital británica, pero no lo es menos la del Tower Bridge y la torre de Londres. Visitamos esa zona el viernes y había mucho ambiente en la orilla derecha del Támesis. Es otro de los tópicos que se rompen en pedazos al conocer Londres ese de que la gente no sale de sus casas, que a cierta hora todo está muerto. No es lo que pudimos ver estos días. Todo lo contrario. Música en la calle, gente tomando sus cervezas de rigor en los locales, buen ambiente, celebraciones alegres... 

En esa parte más turística de Londres, la de las estampas más representativas de la ciudad que todos queremos visitar antes de cualquier otra cosa, se incluye también el Palacio de Buckingham. Aquí volvemos a la idea de los contrastes de la ciudad. Londres es moderna, mucho, tiene ese aire inconfundible de las grandes ciudades, el aire de un lugar libre, acogedor, abierto a toda clase de gente. Es una ciudad moderna, pero a la vez convive con símbolos e instituciones más bien tradicionales y de otra época como la monarquía. Es una convivencia, parece, bastante pacífica. Llama la atención el cariño que parece despertar de forma generalizada la institución monárquica en una sociedad tan avanzada como la británica. El Palacio de Buckingham y las Caballerizas Reales están en un entorno precioso, rodeado del parque de Sant James, uno de los espacios verdes más bellos de Londres. En el Palacio de Sant James, próximo al lugar de residencia de la reina de Inglaterra y donde vivieron en el pasado el príncipe Carlos y la princesa Diana, pudimos ver el cambio de guardia, un espectáculo ya más turístico que útil, pero ciertamente muy llamativo. 

Londres es una ciudad inmensa pero, a la vez, da la impresión de ser muy habitable. Por los muchos espacios verdes que tiene, en primer lugar. Junto al parque de Sant James disfrutamos también de un magnífico paseo por Hyde Park, como el Retiro de Madrid pero de mayores dimensiones, y por Green Park. También es habitable Londres, o tal parece al visitante, por su sensacional red de transporte público. Nos movimos en metro y en autobús durante los cuatro días y a todas partes llegamos sin problemas en las comunicaciones, más allá del laberíntico y peculiar plano de metro de la ciudad británica. 

Además, la bicicleta está perfectamente integrada en Londres. Es algo que se comprueba a primera vista y que resulta envidiable. El viernes por la mañana vimos auténticos pelotones de ciudadanos que se dirigían en bici a su lugar de trabajo. Es palpable que muchos londinenses se desplazan en bicicleta. La orografía llana de la ciudad y, sobre todo, la red de carriles bici y las bicicletas públicas (patrocinadas por el banco español Santander, por cierto) facilitan que este medio de transporte limpio esté tan integrado en la vida de la capital británica. 

Por seguir con aspectos de Londres que despiertan envidia sana hablemos de sus museos. Todos ellos gratuitos. Todos los museos públicos, se entiende. En los cuatro días que estuvimos en la ciudad pudimos visitar tres museos, a cual más asombroso y espectacular. El British Museum reúne piezas de todas las épocas históricas. En ese espacio imponente resulta curioso, por cierto, leer los eufemismos que emplea el museo británico para hablar de la apropiación de piezas de la Antigua Grecia (hay una parte del Partenón ateniense, por ejemplo) o de Egipto (impactantes las momias) de la que se aprovecha este espacio. La expropiación de obras de arte de otros espacios y de otros tiempos abre un debate obvio, pero creo que interminable y de difícil solución, sobre la legitimidad de quedarse con obras que más parecen pertenecer a otros países. No es nada que otros países y antiguos imperios no hayan hecho en el pasado, desde luego. Empezando por España. El British Museum es de visita obligada y fascina el acopio de obras de distintas épocas que reúne, aunque es cierto que al visitante le domina una sensación rara, como de sentir que todas estas piezas están algo desubicadas. Pero, ya digo, al margen de esta clase de discusiones sobre la procedencia de tantos tesoros artísticos e históricos, este museo es impresionante. 

Sensacionales son también los otros dos museos de los que pudimos disfrutar. El primero de ellos, situado en plena Trafalgar Square, otro de los espacios centrales de la ciudad que había olvidado comentar (ya digo, son demasiados los atractivos de Londres), es la National Gallery. Una pinacoteca excepcional que merece una visita pausada por la magnífica recopilación de obras de grandes artistas de distintos estilos. Cuadros de Van Gogh, Van Dyck, Velázquez, El Greco, Murillo... Para los amantes del arte es otra visita obligada. Por su formidable situación en Londres, por la majestuosidad de sus salas y, sobre todo, por la riqueza de las obras que alberga. Un santuario de joyas artísticas. 

El Imperial War Museum, el museo de la guerra, fue el tercero de los espacios culturales que visitamos y el que más me sorprendió. Quizá sea el museo más detallista, exhaustivo y bien rganizado que he visitado en mi vida. Es impactante el grado de detalle y de pulcritud con el que se relatan las dos guerras mundiales, los orígenes de cada contienda, el desarrollo de las mismas, cómo afectaron los conflictos a la vida diaria de los civiles británicos... Es un centro cultural excepcional que enamora a los amantes de la historia. Cartas de soldados, vídeos para explicar cada batalla de cada conflicto, recreaciones de trincheras o refugios antiaéreos, paneles explicativos de cada pieza, mapas interactivos... Es un museo formidable. Impacta el espacio dedicado al Holocausto, desde la vida antes del ascenso del Hitler al poder en Alemania hasta la culminación de la más espantosa atrocidad cometida por el ser humano en toda su historia.  

Como sé que me quedaré partes de Londres por relatar, de las que hemos visitado, no digo ya de todos los rincones bellos que quedarán para próximos viajes, me centraré ya solo en mencionar otros cuatro lugares que me encantaron: Picadilly Circus, con sus pantallas luminosas y los teatros alrededor; Camden Town, con los puestos de artesanía y de comida en uno de los espacios con más encanto y personalidad de los que visitamos de la ciudad; el lujoso centro comercial Harrods, que es muy curioso y el barrio de Nothing Hill, que es famoso por su carnaval y por la película homónima protagonizada por Julia Roberts y Huhg Grant. Ya digo, quedarán sitios en el tintero con el que he intentado plasmar aquí estos retazos de un viaje inolvidable a Londres con la familia. Una ciudad impresionante a la que, no lo dudo, volveremos. 

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