Hombres buenos

Todos los libros de Arturo Pérez-Reverte destilan el aroma inconfundible del personal estilo del autor, que es uno de esos escritores a quien el lector asiduo reconocería en un texto sin firma con un muy reducido margen de error en apenas unas líneas. En su última novela, Hombres buenos, el estilo del académico, sus temáticas clásicas, las características propias de su narrativa, alcanzan su máxima expresión. Es una novela histórica, género en el que Pérez-Reverte se mueve con fluidez. En ella se encuentra, por encima de todo, una ardiente pero serena defensa de la cultura, de su poder terapéutico, o analgésico para ser más precisos, ante el virus de la ignorancia y el fanatismo. 

También es algo habitual del autor, algo que el lector agradece mucho, que presente personajes complejos y muy bien construidos. En esta obra igualmente encontramos diálogos potentes, precisos, rigurosos, con frases cortas. La melancolía y el desengaño como herencias del pasado, la moderada esperanza en un futuro mejor, el retrato del papel inmisericorde de la Iglesia como freno al progreso social, la lucidez con la que observa la historia de España  (la más triste de todas las historias porque siempre acaba mal, en palabras de Gil de Biedma) y lo proyecta sobre nuestro presente, la reivindicación de la Real Academia Española, la capacidad de manejar con extraordinario oficio de los tiempos de la historia, la meticulosa recreación del tiempo histórico en el que se sitúa la trama... Es esta, en fin, la más pérez-revertiana de las últimas novelas del autor, para disfrute de sus incondicionales, entre quienes me encuentro. 

La historia que da pie a esta novela, basada en hechos reales, es desde luego digna de ser contada. De esas que extraña que nadie antes se haya cercado para plasmarla en papel (o llevarla al cine, porque como sucede habitualmente con las novelas de Pérez-Reverte, esta bien podría triunfar en la pantalla grande). Finales del siglo XVIII. Dos miembros de la RAE, el bibliotecario Hermógenes Molina y el almirante ilustrado Pedro Zárate reciben el encargo de viajar hasta París para adquirir una edición dela Encyclopédie de D'Alembert y Diderot. La biblia de la Ilustración, la obra de las luces, que por aquellos tiempos estaba prohibida en España, a pesar de la moderada apertura de algunos validos del rey y del propio monarca, Carlos III. En la novela se narran, de modo fiel a cómo sucedieron los hechos en la realidad, las peripecias de estos dos académicos en el París previo a la Revolución francesa y las trabas a las que se enfrentan en su propósito de llevar parte de las luces de aquella ciudad al Madrid cerril y atrasado del que proceden. 

El título de la novela hace alusión al documento en el que  la RAE aprobó, tras recibir el permiso del rey y de la Iglesia, enviar a dos académicos a París para comprar esta obra que tanto inquietó al antiguo régimen, que tan hermosa aspiración encerraba (reunir todos los conocimientos de aquel tiempo). En el documento se hablaba de encargar la compra a "dos hombres buenos". Y, en efecto, como tales nos los presenta el autor. Pedro Zárate, un militar sabio, ilustrado y culto. El bibliotecario, don Hermógenes, igualmente comprometido con el saber, convencido de estar haciendo una misión patriótica para su país con este viaje a Francia para comprar un libro prohibido que pueda contagiar a España de las luces del país vecino, al que admira. Uno de los puntos de fricción entre ambos es el papel de la Iglesia. Lo ataca con contundencia Zárate, la defiende con matices Molina. Son las suyas, en todo caso, discusiones con argumentos de dos personas inteligentes y que están de acuerdo en lo importante, en la necesidad de sacar a España de su atraso. 

Y, como siempre en nuestra historia, esa misión noble encontró obstáculos. Aquí vuelve a recurrir Pérez-Reverte a la pareja, en este caso de antagonistas, para mostrar cómo, al igual que ese compromiso con la Ilustración, con el conocimiento, puede tener varias caras, también sucede lo mismo en quienes se oponen a ella. Justo Sánchez Terrón, conservador recalcitrante, periodista azote del progreso desde su panfleto, se alía con Manuel Higueruela, intelectual pagado de sí mismo que está a favor de las luces y del conocimiento, pero no de que todo el mundo pueda acceder a ellos en lugar de requerir de expertos que sepan interpretarlos como es debido. Gente como él, en fin. Ellos intentarán poner trabas a la labor de los dos hombres buenos del título. Pérez-Reverte tiene especial talento para construir sólidos personajes secundarios, como lo son todos los que se encuentran los dos académicos en París, sobre todo el libertino abate Bringas, que deja algunos de los mejores pasajes de la novela, lo cual significa mucho dada la calidad de esta obra inteligente, honesta, sencilla y trepidante. 

Otro de los rasgos característicos del inconfundible estilo de Pérez-Reverte es su exhaustiva documentación, su ingente trabajo para recrear con rigor histórico y pulcra precisión la época en la que se ambienta la novela. En esta obra, el autor no sólo muestra su cuidado estudio de aquella etapa histórico, el Madrid ilustrado y el París previo a la Revolución, sino que además inserta en medio de la historia pasajes en los que explica cómo decide situar cada escena en este o aquel lugar, los viajes y las lecturas, las entrevistas e indagaciones realizadas para armar la novela. El propio inicio de la obra, excelente, tiene ese componente metaliterario que sigue presente en toda la obra: "Imaginar un duelo al amanecer, en el París del siglo XVIII, no es difícil. Basta con haber leído algunos libros y visto unas cuantas películas. Contarlo por escrito es algo más complejo". Pérez-Reverte, en fin, da un nuevo ejemplo de su exquisito oficio para armar novelas inteligentes, con intriga, acción y diálogos lúcidos. Una obra en la que suena armoniosa y magistral la voz madura y asentada del autor. 

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