"Felices 140", en La Bombilla

Ayer hablaba con una amiga sobre Andrés Suárez cuya música ambos adoramos. En un momento de la conversación, ella soltó una de sus frases geniales. "Andrés Suárez y este tipo de cantautores a veces me hacen desear estar sola y amargada sólo para llorar y afligirme más con sus canciones". Recordaba sus palabras, un buen elogio para esas letras que hablan de grandes historias de amor y desamor, cuando salía del parque de La Bombilla, donde disfruté de Felices 140 en una gran noche de cine de verano. No sé qué estado de ánimo es el más oportuno para disfrutar de esta película. Si uno está pesimista, triste, seguro de que el hombre es un lobo para el hombre, puede arriesgarse a verse reafirmado en su pensamiento, aunque también hay al fondo de este drama con toques de comedia un ligero resquicio a la esperanza. Si, por el contrario, se vive un momento feliz en el que se cree en la bondad innata del ser humano, que ya son ganas de creer, la cinta de Gracia Querejeta obliga a enfrentarse a una lúcida reflexión sobre la miserable condición del ser humano. 

Estados de ánimo al margen, Felices 140 es una muy buena película, brillante por momentos. Una cinta recomendable para todo amante del buen cine. Para quien disfrute ante historias personales bien construidas y tramas que dan giros inesperados en el transcurso de la película hasta el punto de que está cambia de registro y de tono por completo. Una cinta recomendable para quien quiera disfrutar de un excepcional elenco de actores en estado de gracia (portentosa Maribel Verdú en una de sus mejores interpretaciones). Es, además, una película sensacional para aquel que busque en el cine no sólo entretenimiento para pasar el rato sino historias que le remuevan y le hagan reflexionar. 

Ayer era una buena noche para ver las perseiras pero en Madrid tantas luces impiden presenciar el fascinante espectáculo de la lluvia de estrellas. A falta de las conocidas como lágrimas de San Lorenzo, ayer se presenció en la pantalla 1 del cine de verano de La Bombilla, en el Festival de Cine al Aire Libre (Fescinal), una lluvia de estrellas del séptimo arte. Uno de los alicientes mayores de la última película de Gracia Querejeta, además de su sugerente historia, es la calidad de los intérpretes que defienden la cinta. Maribel Verdú, colosal, da vida a Elia, una veterinaria que quiere celebrar su 40 cumpleaños con la gente que más quiere en una lujosa casa rural frente al mar. Invita a su deprimida hermana, interpretada por Marián Álvarez, que acude junto a su déspota y estúpido marido, al que da vida un siempre solvente Antonio de la Torre, y a su hijo Bruno, que adora a su tía Elia ("eres perfecta", le dice al comienzo de la cinta), interpretado por Marcos Ruiz, a quien descubrimos en Primos y de quien celebramos que siga madurando como actor. 

También son invitados a la fiesta de cumpleaños de Elia sus mejores amigos. Una pareja que tiene un restaurante en horas bajas, casi tanto como su matrimonio, a la que dan vida unos sensacionales Eduard Fernández y Nora Navas; un ricachón que siempre quiere un poco más de dinero, que defiende con corrección Alex O´Dogherty, y un amigo bon vivant (Ginés García Millán) que salió con Elia en el pasado y que acude a la majestuosa casa rural acompañado de una joven, fantasiosa y algo arrogante actriz interpretada por Paula Cancio. Este grupo de amigos aparenta estar muy unido, todos parecen quererse mucho. Según transcurre la película surgen los roces, las rencillas, las envidias. Lo habitual. Cuántas amistades, no digamos ya cuántas relaciones de pareja, se sostienen sobre la base de la insinceridad, de la hipocresía incluso. De no decir lo que molesta del otro, lo que se siente de verdad, la insatisfacción compartida en cobarde y acomodaticio silencio. 

Elia, además de celebrar su 40 cumpleaños, quiere contar a las personas que más quiere algo importante que le ha ocurrido recientemente: ha sido la ganadora del billete del Euromillón premiado con 140 millones de euros. Y ese es el primer climax de la película (y el último que contaremos aquí, porque pasado el ecuador de la cinta sucede algo inesperado que marca el desenlace de la historia). El dinero, bien es sabido, todo lo envenena. Sólo hay algo peor que no tener dinero para subsistir y es tener demasiado dinero. Tanto que pases a ser querido más por lo que tienes que por lo que eres, a preferir lo material a lo que no se compra con billetes. En un momento de la película Bruno le dice a su tía que escuchó en un programa de radio cómo preguntaban a la gente por la calle qué preferirían, si mantener la amistad con su mejor amigo o un millón de euros. "Nadie eligió al amigo", cuenta el joven, tal vez el único personaje de la cinta aún no del todo corrompido por esta sociedad miserable, competitiva y materialista. 

Es una crítica feroz, despiadada, de la sociedad actual esta película. Y ahí reside, a la vez, su gran virtud y quizá su único punto débil. En el tramo final de la historia, del que como digo nada conviene desvelar, faltan a veces matices, se ven ciertos trazos gruesos a la hora de plantear una disyuntiva, por otra parte, magnífica para reflexionar sobre el mundo en que vivimos y sobre el sistema miserable que nos gobierna donde el dinero es la divinad máxima. Se pasa el espectador la última media hora de película preguntándose si no habrá un justo en Sodoma que nos salve a todos, que nos redima un poco, que haga albergar un ápice de esperanza en el ser humano. El dinero nos envilece y esta cinta es una lúcida reflexión sobre cómo los billetes envenenan lo que tocan, de ahí que sean una fuerza tan poderosa en esta sociedad. Triste. Pero real. Mucho. Miren las disputas familiares por herencias, las envidias indisimuladas cuando alguien gana mucho dinero, el afán obsesivo por tener y tener bienes materiales que de nada sirven si no hay con quién compartirlos. Lo que vale en la vida, viene a contarnos Felices 140, es justo aquello que no tiene precio, que no se paga con dinero. Ni con 140 millones de euros. 

Es una cinta ágil con un guión inteligente y sugestivo, unas sensaciones interpretaciones y un poso reflexivo que se agradece en el cine. Siempre tiene algo que contar Gracia Querejeta, autora con voz propia que en esta película se aleja en parte del tono de anteriores cintas, pero vuelve a exhibir rasgos propios como ese cocer a fuego lento las historias, ese ir desvelando poco a poco lo que mueve a lso personajes, todos ellos vulnerables, débiles, con secretos y temores. Todos ellos, por eso mismo, humanos, de carne y hueso, perfectamente reconocibles. Los miércoles en La Bombilla suele organizarse un coloquio después de la emisión de la película en la pantalla 1 al que ayer estaba previsto que acudiera el productor del filme, que no pudo finalmente asistir. La organización emitió una segunda película para compensar a quienes habíamos esperado al coloquio. Una lástima que no se pudiera hablar con Gerardo Herrero pero, en todo caso, fue una noche espléndida en el cine de verano. Los árboles, el fresco de la noche, el buen cine, hasta las palomitas (que tan mal suelo tolerar en las salas de cine convencionales) y la comida para cenar antes (mejor que durante, para mi gusto) de la película. Es una experiencia sensacional, uno de los inmensos placeres del verano en Madrid que hay que seguir exprimiendo en lo que queda de agosto. 

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