La flecha en el aire

Puede que el menosprecio a la asignatura de Filosofía sea una de las más evidentes muestras del estado desnortado en el que se encuentra la educación en España. Parece una misión imposible que en nuestro país se alcance un pacto de Estado entre los partidos políticos y, sobre todo, la comunidad educativa, sobre un asunto crucial para el futuro de nuestra sociedad como es el modelo de enseñanza. Y sin duda esa pérdida progresiva de importancia de la Filosofía en los programas es un pésimo síntoma. Pienso esto leyendo el ensayo La flecha en el aire. Diario de la clase de Filosofía, de Ismael Grasa. La obra, publicada hace unos años por la editorial Debate, recoge las reflexiones sobre sus experiencias en el aula de Grasa, escritor y profesor de esta materia que debe enseñar a los alumnos a pensar, algo tan poco frecuente como necesario, imperioso diríamos, en España. 

El ensayo parte, pues, de la subjetiva y personal visión del autor con la que, como es natural, uno no comulga en todos los puntos. Ni falta que hace. La primera conclusión que se extrae de la obra es cuán importante resulta para el crecimiento y la maduración de los alumnos tener profesores implicados y apasionados por su materia. Y Grasa, desde luego, parece incluirse en este grupo. Aunque es cierto que en las clases de secundario o Bachillerato, que es donde él imparte clases, hay un grupo de alumnos que hace poco caso a los profesores, sin duda en el aula el maestro tiene una enorme responsabilidad. Y en este punto también deja la obra interesantes pasajes que invitan a la reflexión. El profesor no deja de ser la autoridad en la clase, con perdón, que sé que esa palabra tiene ya connotaciones rancias. En los debates que se planteaban en la clase de filosofía, el maestro tiene en el fondo la última palabra. Y los alumnos, pese a todo, son permeables a las ideas de aquel. Si tienen un maestro tolerante, estarán más cerca de desarrollar una personalidad abierta que si no es así. Es inmensa la responsabilidad de los maestros. 

La materia de Filosofía no es sólo estudiar planteamientos sobre formas de ver el mundo de distintos autores del pasado, estudiar de memoria a Kant, Aristóteles o Santo Tomás de Aquino. Es, sobre todo, invitar a pensar, a dudar de todo, a ser abierto, a ponerse en el lugar del otro. Es, por tanto, muy amplia la variedad de temas que Grasa abordó con sus alumnos en las clases que relata en este ensayo. Una de las más repetidas tiene que ver con la religión. El profesor es claro: no todo es respetable. Cuenta cómo en las clases es común la postura de que se deben respetar las tradiciones de cada cual, pero él hace la labor pedagógica de plantear a sus alumnos que discriminar a las mujeres no es algo respetable, por mucho que en algunos lugares del mundo se haga bajo el paraguas del fanatismo religioso. 

El autor también es contundente a la hora de señalar que la libertad de culto es algo respetable, pero que  quienes creen en esta o aquella religión no pueden imponer al resto comulgar con los principios que rigen su vida. Y aquí sus reflexiones, como digo escritas ya hace unos años, cobran plena vigencia por el debate que suscitó el atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Los no creyentes tienen derecho a provocar a los que sí creen. Nadie puede imponer sus creencias, sus dogmas de fe, sus asuntos intocables, a otras personas. En todo caso, afirma Grasa, son los creyentes quienes adoptan una actitud irracional de creencias en algo que no se ve. Vivimos en Estados laicos, conviene recordar.  

Otro tema recurrente tiene que ver con la igualdad de las personas independientemente de su orientación sexual. Y aquí de nuevo se choca con la religión, siempre la religión. Grasa indica que no es tolerable que ninguna confesión religiosa imponga un modo de vida concreto, que se meta en la vida privada de cada cual. Principios de igualdad que, por cierto, se enseñaban en la asignatura de Educación para la Ciudadanía que a Grasa parece no gustarle del todo, pero que pienso que es muy necesaria. No hay más que darse un paseo por la calle, coger el metro y escuchar de qué hablan y en qué términos lo hacen los adolescentes sobre la mujer, los inmigrantes o los gays para comprender la necesidad de estas enseñanzas en las aulas. 

Hay otros aspectos donde la visión que Grasa transmite a sus alumnos parece más discutible. Es manifiesto su desdén hacia el sindicalismo, por ejemplo. Y habla con cierta simpleza del conflicto entre Israel y Palestina, reduciéndolo todo al fanatismo religioso de una parte de la población palestina, en lugar de destacar como, a mi juicio, es necesario hacer el conflicto histórico entre estos dos pueblos y las reiteradas violaciones de los Derechos Humanos de Israel. De todos modos, ya digo, al margen de sus posturas sobre temas concretos, la obra despierta esa fascinación de la enseñanza, de las mentes abiertas de los jóvenes dispuestos a aprender conocimientos nuevos, a debatir sobre el mundo adulto al que pronto empezarán a enfrentarse. 

En cualquier caso, los pasajes donde Grasa habla de los debates con los alumnos son los más interesantes de este ensayo en el que el autor comparte sus dudas sobre la asignatura que imparte, reconoce a veces que un día no ha estado fino o que no ha encontrado ejemplos suficientes para explicar una materia. Defiende, por ejemplo, a un autor en clase y después se arrepiente de haber puesto demasiado énfasis en esta o aquella posición. Cuenta cómo prepara las clases y ya todo lo que lee lo hace desde el prisma del profesor que prueba cada texto para ver qué juego daría en clase. En resumen, se esté o no de acuerdo con la visión que el autor aporta en sus clases a los alumnos, pues al final cada cual tiene un modo de ver la vida, una posición en el mundo, creo que La flecha en el aire es un ensayo atractivo sobre la enseñanza y la filosofía que recuerda, y esto siempre se debe recordar, lo trascendente que es esta materia tan minusvalorada hoy en día. Y así nos va, claro. 

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