Camino de Santiago

Buen camino. Es la frase más escuchada y repetida a lo largo del camino de Santiago. Unas palabras de saludo, de aliento, de reconocimiento, de solidaridad. Buen camino, dicen todos los peregrinos a quienes se cruzan con ellos en esta senda rumbo a la ciudad compostelana, cada cual con sus propias motivaciones, todos esperanzados en disfrutar de la ruta, ya que como reza un cartel en el trayecto entre Sarria y Portomarín, es el camino y no la meta lo que cambia nuestras vidas. Buen camino, dicen los lugareños al ver pasar a esos peregrinos por una senda recorrida por miles de personas desde hace siglos, sabedores de la grandiosidad de este camino, de todo lo que significa en su conjunto y, sobre todo, individualmente para cada persona que decide emprender la marcha. Es ese buen ambiente entre los caminantes, el saludo, la permanente disposición a ayudar y a animar a quien avanza más débil, más fatigado, lo que más conmueve y fascina del camino de Santiago, quizá por la falta de costumbre de gozar de esta actitud en nuestra vida diaria. 

Es el camino casi un oasis, una burbuja de solidaridad, de fraternidad, de buenos sentimientos. Siempre que alguien se para, para colocarse el calcetín, calmar el dolor de las habituales ampollas o simplemente para beber agua o reponer fuerzas, todo el que pasa por su lado se detiene, pregunta, saluda. y dice, siempre, siempre, buen camino. En todos los acentos posibles. Españoles y extranjeros, división que aquí se vuelve intrascendente. Todos son caminantes, compañeros de la senda hacia Santiago, de los hermosos caminos por bosques y aldeas de Galicia. Sin más. Sin nacionalidades ni fronteras artificiales. Ciudadanos del mundo, no importa de dónde procede cada cual. Imposible no recordar estos días el drama migratorio, donde sí parecen operar las barreras, las nacionalidades, el egoísmo extremo. El camino es, en cambio, una suerte de utopía. Personas de muchas ciudades y distintos países. Italianos, estadounidenses, australianos, polacos, indios, españoles... Todos juntos, caminando. Y entendiéndose con palabras, aunque sólo sean dos (buen camino) y con el lenguaje universal de la sonrisa, Cuánto anima una sonrisa de un desconocido cuando el caminar durante horas tanto agota.

En el camino, a diferencia de en la vida diaria, todo el mundo se saluda, todos se dan los buenos días, como si fueran amigos de toda la vida. Y de nada nos conocemos, pero sin embargo sentimos que compartimos un reto, una meta, una senda, sobre todo una senda. Y eso es suficiente para sonreír y animar a todos. Para preocuparse cuando no te encuentras a esa pareja que comenzó contigo el camino o cuando ves detenido a aquel hombre que tan amablemente te deseó un buen camino hace unos kilómetros. Y siempre vuelves a encontrarte con ellos, mientras te dejas sorprender por el camino, por el cambio de paisajes, por la belleza sin igual del campo gallego. Uno se siente viajero itinerante, aunque sea por un corto espacio de tiempo, nómada, trashumante. Como otras personas en otros puntos de Europa estos días, sólo que ellas lo hacen para salvar su vida, para tener la oportunidad de una vida digna y no reciben saludos ni palabras de aliento, sino rechazo y vallas con cuchillas. Puede que sea sólo una utopía, ya digo, una burbuja, pero es una burbuja hermosa. Mucho. El camino como lugar de encuentro, de solidaridad, de comprensión, de buenos deseos, de fraternidad. Allí donde todo el mundo se saluda y se sonríe, donde todos se animan

El camino son todos esos peregrinos con quienes simpatizas, a quienes te encuentras en cada comienzo de etapa, en cada bar donde paras a reponer fuerzas, en cada ciudad de paso. Son todas esas historias cruzadas, todas las vivencias inolvidables. El camino son esos hermosos carteles con versos de Machado ("caminante no hay camino, se hace camino al andar"). El camino son esos mensajes de ánimo a cada paso. El camino es la letra de Imagine, de John Lennon, escrita en las papeleras a lo largo de varios kilómetros (creo que también la estrofa alusiva a las religiones). El camino es dar la hermosa réplica en español a unas jóvenes que cantan con voces bellas una canción en italiano. El camino es también, solidaridad, la de la ONG La Huella, más que un camino, por ejemplo que vende camisetas para poder ayudar a personas con discapacidad (su sello, la huella de una mano, es de los más bellos que uno puede estampar en su credencial a lo largo del camino, cerca de Melides). 

El camino es también, sí, encontrarse con uno mismo porque, aunque rodeado de mucha gente, con un goteo imparable de peregrinos, a lo largo de los más de 20 kilómetros de cada etapa se pueden encontrar momentos para pensar, para reflexionar. Momentos en los que uno se siente libre de equipajes, sólo cargado con la mochila, y nada más. Una breve pero potente y enriquecedora sensación de ligereza que ayuda a valorar lo que de verdad importa en la vida, que no es nada material. El camino es olvidar el teléfono móvil, hazaña francamente hercúlea en nuestra sociedad actual. El camino es la lugareña amable que te pide que regreses a esta senda que te roba un trozo de corazón o el que te ayuda a encontrar el mirador del monte do Gozo desde donde se divisa, al fin, Santiago de Compostela. El camino son todas esas vivencias, esa experiencia compartida, ese ambiente formidable que crean los caminantes, la historia de sendas pretéritas de miles de personas que resuenan por los campos y los bosques, la extrema hospitalidad de los habitantes de los pueblos por donde se transita. El camino es también el arte de un grafitero (otro prisma) que ha decorado con pinturas alusivas a este sendero centenario un muro de Sarria. 

Tiene el camino, naturalmente, un origen religioso. Y para muchas personas que recorren esta senda, la peregrinación a la tumba de Santiago es su principal motivación para acometer este reto personal. No es el caso de todos. No es mi caso, de hecho. Cuando se comienza el camino uno puede pedir una credencial, donde debe estampar sellos que dan en ermitas, iglesias y establecimientos a lo largo del sendero. Con ese documento (al menos dos sellos por día en los últimos 100 kilómetros) se puede solicitar en Santiago la compostelana, que acredita que se ha recorrido el camino. Hay tres clases, en función de la motivación por la que se haga el viaje: religiosas, religiosas o espirituales y deportivas/turísticas. Por tanto, no es estrictamente necesario recorrer esta camino, con origen obviamente religioso, con este ánimo. Recuerdo una conversación entrañable con varios caminantes estos días. Un señor que hacía el camino a caballo hablaba con nosotros (mi familia y yo, me refiero) y con otras personas. Decía él que, naturalmente, este esfuerzo físico sólo se hace por fe, por qué si no. "Pues yo, fe, no mucha, la verdad", respondió una señora. Al final terminaron conviniendo que es una razón espiritual, reflexiva o como quiera llamarse, no necesariamente religiosa, la que suele mover a los caminantes. Coincido con su diagnóstico, respetando naturalmente el origen religioso de esta senda pero reconociendo que lo ha trascendido, algo que hace más amplio el camino, más abierto a todos, más receptivo, más grande. 

De Sarria a Santiago 
Esa vertiente espiritual, ese encontrarse a sí mismo y hallar momentos para pensar, para reflexionar, que cada cual puede llamar y sentir como desee, es uno de los grandes alicientes del camino, Otro, sin duda, es recorrer el sensacional paisaje gallego. El camino de Santiago es como entrar en una hermosa postal y caminar por ella durante horas. O mejor, entrar en uno de esos desplegables con decenas de postales e ir saltando a lo largo de varios kilómetros de una a otra. Porque hay una asombrosa variedad de paisajes a lo largo de la senda. Llanuras y montañas. Bosques preciosos, que parecen de cuento, con la vegetación ocultando totalmente el sol, tapando la claridad, cubriendo al caminante, como queriendo abrazarlo. Grandes bosques de eucaliptos, pinos, robles... Pero también llanuras verdes donde pastan en libertad las vacas (con un olor algo fuerte para el olfato de un urbanita, lo reconozco), campos de girasoles, ascensiones, descensos, pasos por pequeñas localidades de piedras, ermitas románicas austeras pero conmovedoras, puentes medievales, altos árboles con el verde intenso de Galicia, el color representativo del norte gracias a la lluvia, ese peaje adorable que pagan las zonas norteñas por disfrutar de semejante explosión de naturaleza, de colores, de vegetación. Lluvia que, por cierto, no vimos durante el camino, algo francamente complicado en estas tierras. 

El camino regala estampas excepcionales con las que embriagarse con la belleza de la naturaleza, con la tranquilidad del campo. Atravesando ríos, respirando aire puro, recorriendo bosques altísimos e interminables, uno olvida rápido los ruidos y la contaminación de la ciudad. Otro oasis. Otro espejismo hermoso, sólo que real. La comprobación de que aún quedan espacios naturales bien conservados con los que no ha podido la a menudo contaminante y agresiva civilización. Zonas rurales habitadas por pocas personas, cierto, probablemente en decadencia, pero que siguen existiendo y que el residente de una gran ciudad contempla casi con la fascinación de quien visita una reserva natural de civilizaciones antiguas. Pequeños paraísos terrenales sin estrés, ni ruidos ni coches.

Nosotros hicimos cinco etapas. La primera, de Sarria a Portomarín. Aquella ciudad estaba justo en fiestas cuando comenzamos la ruta, la noche de las meigas. Una localidad bella con muchas iglesias y un paseo bonito frente al río donde comenzamos también a degustar la exquisita gastronomía de estas tierras. La salida de Sarria es preciosa, y eso que la niebla nos acompañó en las primeras horas. Una cuesta enorme avisa al caminante de que habrá de esforzarse por cumplir la senda. La llegada a Portomarín es preciosa, pues se cruza un puente sobre el río Miño, en la imagen. La plaza de esta ciudad, con una iglesia sencilla pero imponente, bien merece una visita antes de parar a reponer fuerzas para la segunda etapa, rumbo a Palas de Rei. Allí, en su iglesia de San Tirso, el caminante puede estampar en su credencial el segundo sello más antiguo del camino por detrás del de Santiago. En cada ciudad de paso, por la tarde, hay una misa del peregrino. 

La tercera etapa es la más exigente. Unos 37 kilómetros. De Palas de Rei y Arzúa. La iglesia parroquial de esta localidad tiene forma de concha en su altar, según me contaron mis familiares que llegaron a Arzúa con fuerza de levantarse de la cama por la tarde para ir a la misa del peregrino. No fue mi caso. La cuarta etapa resulta más sencilla, la menos complicada de todas, como para compensar por el agotamiento extremo de la anterior. De Arzúa O Pedrouzo, a apenas 18 kilómetros ya de Santiago, un pueblo pequeño y con mucho encanto antes de llegar, al fin, a la ciudad compostelana al siguiente día. En Arzúa se junta el camino francés, que es que recorrimos en su parte final, con el que procede de Irún. A lo largo del camino hay muchas ermitas pequeñas pero de gran valor. Una de ellas es la de Santa María de Leboreiro, cuyos frescos bien merecen una parada. 

Y al final del camino, Santiago de Compostela, cuya imponente catedral está siendo restaurada. Antes de llegar, la ascensión al monte de Gozo es el último gran esfuerzo para el caminante. Allí hay un par de esculturas de peregrinos gigantes señalando a la ciudad compostela. Hay que desviarse unos pocos metros del camino para contemplar ese bello mirador, pero merece la pena. Nosotros lo disfrutamos gracias a un lugareño que paseaba a sus perros y nos indicó, porque no habríamos dado si no con él. Una prolongación de esa hospitalidad y amabilidad del camino. Vale la pena. Como también merece una visita la ermita situada en ese monte do Gozo que precede a la entrada en Santiago, noble ciudad norteña de piedra e historia. La entrada a la plaza del Obradoiro fue especial gracias a unos gaiteros que interpretaban una música preciosa que fue el perfecto broche de oro al final del camino, emocionante tras más de 120 kilómetros en marcha. Los viernes a las siete y media de la tarde se celebra en la catedral de Santiago la misa del peregrino, donde se pone en acción el botafumeiro, ese incensario enorme cuyo movimiento por la nave de la majestuosa catedral es digno de ver. 

Santiago es una ciudad encantadora, con mucho ambiente (no en vano, es una ciudad universitaria) donde conviven bien la tradición y la modernidad. Una urbe con muchos puntos de interés además de la espectacular plaza del Obradoiro y de la preciosa catedral, a la que conviene visitar con calma para disfrutar de cada ermita, de cada capitel, de cada detalle. Entre otros lugares, tres puntos de la ciudad compostelana que deben ser visitados es la iglesia de San Francisco, cerca de la catedral, donde por cierto hay una escultura de la muerte de San José rodeado de Jesús y la Virgen María que, salvo que me juegue una mala pasada mi desconocimiento, es una escena religiosa poco representada, y también un santo negro, san Benito de Palermo, algo que tampoco es demasiado frecuente (recuerden la canción de los angelitos negros de Machín). Al margen de esas dos particularidades, al iglesia es impresionante y cuenta con un museo de Tierra Santa. Otros dos puntos bellos de la ciudad son la alameda, desde donde hay una visión privilegiada de la catedral. y el santuario de la virgen del Portal. Mención aparte merece la Plaza de Abastos, donde está el mercado de la ciudad, con puestos de carne, pescadería y frutería. 

El camino gastronómico
Aunque de entrada puede parecer difícil, por aquello del esfuerzo físico, pues el camino de Santiago no deja de ser un reto personal  (un día estuvimos cerca de ocho horas andando), mi paso por esta senda es una demostración empírica de que se puede engordar en ella. Sí, se puede. La culpa no es tanto de que a uno le guste demasiado la buena comida, que también, sino, sobre todo, de la excepcional gastronomía de Galicia. No soy nada amigo de los tópicos, porque me parecen todos falsos, simplificadores y dañinos, pero me cuesta no caer en aquel que reza que como en España no se come en ningún sitio. Tal vez sí, quién sabe. Pero cómo se come en España. En todos los puntos del país. Y Galicia ocupa un lugar destacado en la lista. Para empezar, aunque parezca simple, por su pan, riquísimo, esponjoso, tierno. Quienes no pueden comer sin pan, me entenderán. Qué importante y qué difícil es encontrar un buen pan. En Galicia eso está garantizado y es sólo el comienzo de una experiencia de sabores. 

Dimos cuenta de todos los platos típicos de Galicia y entendimos rápido, nos reafirmamos en, por mejor decir, aquel eslogan de Galicia calidade. El pulpo, de entrada.  El pulo a feira es la receta tradicional, acompañado por patatas, pimentón dulce y sal gorda. Exquisito. También es típica de esta región la empanada. La probamos de carne y bacalao en Portomarín (buenísima, sobre todo esta última), pero también de jamón york y queso (rica, aunque menos tradicional) y de atún. Me gustó especialmente la de bacalao. En Galicia hay buen pescado, gran marisco, y también hay formas originales de comerlo. Una de ellas, en pizza. Comimos una pizza Rianxeira en Santiago, aquí a la derecha, con gambas, atún y mejillones que, como dice la frase hecha, quitaba el sentido. También en Santiago comimos una ración de mejillones al vapor exquisita. En Galicia, tendría que haber empezado por ahí, al menos en base a nuestra experiencia en el camino de Santiago, se come muy bien y a un precio muy razonable. Incluso, barato. Los restaurantes y bares de todos los pueblos por los que pasa el camino se caracterizan por tener un menú barato (no más de 10 euros) con el que se come realmente bien. Son personas atentas, de exquisita hospitalidad, que demuestran ser conscientes de lo importante que es para ellos el paso del camino por su localidad, lo que les lleva a ser sensatos y ofrecer precios razonables, ya digo, baratos incluso. 

También hay muy buena carne en Galicia (vimos a lo largo del camino a muchas vacas rubias de las que luego salen carnes exquisitas), pero yo me centré más en el pescado. Cuestión de gustos. En todo caso, por las referencias de uno de mis hermanos, creo que no hay queja del capítulo carnívoro. Cuando hablé el primer día del camino con un buen amigo sobre la experiencia que estaba a punto de comenzar con mi familia él me dijo que lo mejor del camino era la comida. Me lo tomé un poco a broma, pero no negaré ahora que tenía mucha razón. En cuestión de bebidas, para quienes les gusta el alcohol (yo sólo tomé, como premio por el final del camino, un gintonic en Santiago), destaca el vino albariño, Estrella de Galicia (para muchos, la mejor cerveza de España) y la cerveza artesanal Peregrina, con varios sabores

Y de postre, claro, la tarta de Santiago, sabor intenso a almendra. Irresistible. Como el queso de Arzúa y el de tetilla. De este último, por cierto, nos contaron su origen (no sé si será cierto o no) en Santiago. Al parecer, un obispo de la ciudad compostelana decidió tapar los senos de una santa que aparecía así representaba en el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana. Como reacción y medida de protesta a esa decisión pacata, los queseros decidieron darle la forma tradicional de tetilla a este queso. Ingenioso modo de protestar por esa reforma de decencia extrema, digamos, que ha convertido a este queso en el más conocido de Galicia. La gastronomía formidable de esta región es un complemento nada menor del viaje de Santiago,una experiencia sensacional. Como leí en un restaurante en O Pedrouzo (Bule Bic), el camino es como montar en bici, nunca se olvida. 

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