Los exiliados románticos

"Quería hacer una película que tuviese la virtud de la levedad y que, sin embargo, estuviera cargada de personajes y situaciones. Que se sintiera ligera, sin coartadas dramáticas ni falsas expectativas, y que se pareciese a la vida; o, al menos, a un fragmento de la vida". Así describe Jonás Trueba lo que perseguía con Los exiliados románticos, película que rodó "sobre la marcha" con un grupo de amigos en Annency, Toulouse y París, las tres ciudades que más exiliados españoles acogieron tras la guerra civil. Creo que el director logra holgadamente su propósito en esta cinta, que es su tercer largometraje y que exhibe una creatividad y una actitud desenfadada y libérrima que cuesta encontrar hoy en día en el cine

En efecto, lo que consigue esta película es algo tan sencillo en apariencia, tan excepcional en realidad, como captar la vida. Unos retazos de vida. Y lo que se plasma en esta corta cinta (poco más de una hora de duración) es, en efecto, algo muy parecido a la vida. A la vida de cualquier espectador que bien puede sentirse identificado con las tribulaciones de los personajes. Una historia, de entrada, mil veces vista. Tres amigos jóvenes con alergia al compromiso, a crecer, a tomar decisiones. Del amor y la amistad, nada menos, trata esta cinta. Y, sin embargo, sí sorprende y, en algunos momentos, conmueve incluso, da un pellizco sentimental al espectador. No es una película redonda ni, por supuesto, lo pretende. Tiene, de hecho, el encanto de lo pequeño, la armonía de una buscada imperfección, la belleza del cuidado desaliño con la que se presenta. Es una historia idealista, lírica, preciosa, aunque minúscula, o quizá preciosa por minúscula, precisamente. 

Es esta película, conviene dejarlo claro de entrada, la antítesis del cine comercial. No negaremos que habrá a quien se le atragante. Es una cinta intelectual, culta, con referencias a autores, estudiosos de cines o filósofos que se escapan al público medio. Es el retrato de jóvenes de educación superior, cultos, que conocen idiomas. No faltará quien le achaque ser el manual del perfecto hipster o gafapasta. Moderneo al cubo. Cinta muy intensa.  Y, en parte, lo es. Incluso habrá quien confunda ese aire culto y algo elitista con pedantería. Esto ya sería, creo, ir más lejos y viene a cuento aquí la prodigiosa definición de Javier Gomá de este término: "la pedantería es el nombre que a menudo la ignorancia pone a la inteligencia". De cultura, talento, amor por el cine reposado y libertad creadora anda sobrado Jonás Trueba, cuyas dos cintas anteriores (Todas las canciones hablan de mí y Los ilusos) no he visto, pero que espero conocer en breve. 

La historia mínima de Los exiliados románticos es el viaje que tres amigos planean para ir a Francia en busca de amores efímeros, de mujeres que les marcaron con relaciones esporádicas pasadas. Viajan al país vecino en una caravana, lo que le da un aire de road movie a la cinta. Cuenta esta cinta imperfecta, deliberadamente imperfecta, con grandes virtudes. Destacaría tres. La primera es precisamente la cuidada espontaneidad de la cinta, empezando por los planos, esa forma en la que está rodada tan alejada de cualquier canon clásico. Personas cruzando por delante de la cámara, bicicletas que pasan, la historia que transcurre lejos de la cámara, planos que siguen unos segundos después del paso de los personajes... Una presentación documental para dar la impresión, en efecto, de que simplemente se está captando la vida. No hay artificialidad. Es sólo una cámara captando fragmentos de la vida de tres amigos. Eso es lo que parece. Eso es lo que consigue con esta presentación descuidada, con una pretendida impureza que se agradece, salvo varios problemas de sonido. 

Segundo gran logro de la cinta, razón por la que sin duda, como bien dijo al salir del cine ayer un buen amigo, vale la pena ir a ver esta cinta: la música. Maravillosa y con mucho peso en la trama. Las bellas y desengañadas canciones de Tulsa, a quien no conocía, ejercen de hilo conductor de la cinta, son la perfecta banda sonora a las venturas y desventuras del grupo de amigos. Una de esas canciones, Oda al amor efímero, transmite la esencia de Los exiliados románticos. Está presente en todo momento la música de esta cantante con voz rasgada, muy personal y con esas mismas referencias románticas de la cinta. Un descubrimiento por el que, ya digo, vale la pena haber visto esta cinta. Por eso y, claro, por acercarse a un joven director con enorme talento y sin ningún corsé ni la más mínima traba a dar rienda suelta a sus creaciones al que conviene seguir de cerca.

Este buen amigo del que hablo también dijo que, en realidad, Los exiliados románticos no es una película como tal. No es lo que se entiende habitualmente por película. Y, en efecto, no tiene principio ni fin claros. No hay grandes giros, ni una trama particularmente elaborada. Es, volvemos al punto de partida, la vida plasmada en la pantalla. Fragmentos de la vida de estos tres amigos en busca de mujeres inteligentes, lanzadas, brillantes (no en vano, habla la sinopsis de la película de "la decadencia del género masculino").  De esos retazos de la vida de estos tres amigos sobresalen, y aquí está el tercer gran logro de la cinta, dos escenas memorables: una cena bohemia en la que se hablan cuatro idiomas y se reflexiona sobre asuntos más bien trascendentes como la paternidad y, sobre todo, una declaración de amor (o algo así) en un francés deplorable. Escena esta última que, como las canciones de Tulsa, justifican sobradamente ver esta película. 

Los exiliados románticos no es una película extraordinaria, pero sí es de esas que dejan huella y que resultan muy agradables de ver. Absténgase quienes no disfruten con el cine discursivo, Es una propuesta libre, inteligente, de arrebatadora creatividad y una cierta reivindicación de la utopía, del romanticismo, del amor efímero en la que el director evita caer en la tentación de la gravedad impostada, de la intensidad forzada. Es una cinta vitalista, alegre. Una historia inacabada, peculiar, con personalidad y, por ello, recomendable. Una declaración de guerra a la realidad, como se oye en algún momento del filme, una defensa de la necesidad de sentirse vivo con anhelos, sueños y locuras por amor. Porque a veces el resultado de un acto importa mucho menos que lo que se siente al llevarlo a cabo. A ser posible, acompañado, ya que"solos vamos más rápido, pero juntos llegamos más lejos". 

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