Ocho apellidos catalanes

La actualidad juega a favor de Ocho apellidos catalanes, la secuela de la película española con más taquilla en nuestro país de la historia. Es cierto que el monotema de la independencia agota a muchos españoles y a otros tantos catalanes pero, por eso mismo, y por la sensación que se transmite con frecuencia desde ambos lados de estar entrando en un camino sin retorno, de choque de trenes y demás imágenes grandilocuentes, apetece reírse de todo lo que rodea al proceso. Conviene tomárselo con humor, bromear sobre las fiebres identitarias y el menosprecio al diferente, pues tan estúpido como sentirse superior, ese chovinismo que hace mejor lo nuestro por el mero hecho de serlo es el desprecio sistemático de aquello que se desconoce como, por ejemplo, otro idioma. Por eso es tan bueno y necesario que se ridiculicen ambas posturas en este preciso momento. Aunque esto se haga llevándolos al extremo, con los riesgos que entraña. 

Esta segunda parte de Ocho apellidos vascos no escapa del brochazo grueso de la primera, del exceso de tópicos a gran escala. Y, sin embargo, creo que tiene más hondura. Probablemente esta impresión se deba sólo al momento en el que llega, en pleno debate histérico y surrealista sobre el proceso independentista en Cataluña. A eso y a que, como la primera parte no me cautivó en exceso, mis expectativas eran más bien bajas esta vez, justo lo que contrario que, a juzgar por las primeras críticas y comentarios que leo sobre la cinta, le ha pasado mucha gente a la que le convenció la primera parte y le ha decepcionado esta secuela por el menor ritmo, dicen. Es evidente que el factor sorpresa desaparece de esta secuela ("segundas partes..."), como lo es que parece erróneo el afán por repetir secuencias prácticamente idénticas a la cinta originaria (la sucesión de apellidos catalanes de personajes famosos, detenciones por policías autonómicas...) y que puede apreciarse cierto apresuramiento en el guión. Pero la primera película no era una obra maestra y no hay nada en esta segunda que la haga menor. Más bien, creo, al contrario. 

Ocho apellidos catalanes gana altura en aquellos momentos, es verdad que son pocos, en los que se acierta a plantear una hilarante crítica al independentismo. Son escenas inteligentes entre la sucesión de tópicos. La película comienza con Amaia preparando su boda con Roger, independentista. El enlace se celebrará en un pueblo de Girona y será peculiar, pues Roger quiere que su abuela cumpla el sueño de verle casarse en una Cataluña independiente, así que deciden levantar la fábula de que, en efecto, la secesión ya es un hecho. Y que además a Cataluña le va muy bien. "Ya me han dicho que las cosechas son mayores y los ríos bajan más caudalosos", afirma la abuela de Roger, excepcional Rosa María María Sarda. Y en esa frase, en esa fábula que se construye para que la yaya sea feliz, se encierra una sencilla, en ocasiones burda, pero muy lúcida metáfora de lo que, en efecto, es el proceso independentista. Preciso. Justo. Es exactamente eso. Es esa actitud de imaginar ríos de piruletas y nubes de algodón en el preciso momento en el que Cataluña se independice. Sin más. Es esa negación de la realidad, ese dar la espalda a la razón, ese mundo paralelo en el que muchas personas viven ya instaladas en Cataluña. 

No cometeré la herejía de comparar esta película con la muy aclamada Good Bye Lenin, pero el punto de partida es similar: el entorno de una anciana decide fingir que una realidad paralela, para que no sufra. En este caso, una Cataluña independiente; en aquel, que la Alemania comunista sigue existiendo. La película que nos ocupa, como digo, no huye de la sucesión de tópicos sobre andaluces, vascos y catalanes. También aparece alguno de gallegos, no sé si señalando por dónde puede ir la siguiente secuela de la cinta, que no tengo duda de que Mediaset pondrá en marcha si esta cinta, como parece, vuelve a ser un éxito de taquilla. Hay bromas poco elaboradas, como digo. De Andalucía uno de los pocos tópicos que quedó por exhibir en la primera parte, la Semana Santa, aparece aquí retratado. Se bromea un par de veces con la broma de la tacañería de los catalanes, con la fuerza bruta de los vascos... Pero, entre medias, hay bromas con mucha más mala uva. Y ahí, ya digo, la cinta gana profundidad (dentro de lo que es y lo que pretende ser). 

Esa visión de la abuela de Roger que piensa que los españoles huyen hacia la Cataluña independiente en busca de un vida mejor, que hasta los ríos son ahora más caudalosos, sirve como perfecta metáfora de la sinrazón de una parte de la sociedad catalana. Con intención aparecen también los chistes sobre los Mossos d'Esquadra y sus reiterados casos de abusos policiales en el pasado. Hay varias escenas impagables, como aquella en la que se esconde en una sala del pueblo gerundense donde se celebra la boda independentista a aquellos que se sientan españoles o aquella otra en la que un guardia civil recibe la llamada alarmada de su primo desde esta localidad y se siente llamado a defender la unidad de España. Este aspecto de la cinta, ya digo, ayuda a desdramatizar el monotema soberanista catalán y a ridiculizar las posturas de máximos de uno y otro lado. Y eso se agradece. 

La cinta es también más coral que la primera parte. Aquí Rafa (Dani Rovira) acude a Girona a intentar evitar la boda de Amaia (Clara Lago) con Roger (Berto Romero), un artista hipster catalán bastante peculiar. Pero habrá otro triángulo, o algo así, entre Koldo (Karra Elejalde, exquisito como siempre), Carmen Machi (Merche, o Anne Igartiburu, o Carme) y la extraordinaria Rosa María Sardá, a la que conocemos en el filme soñando una pesadilla, que Cataluña volvía a formar parte de España y Montserrat Caballé interpretaba, desafinando ("ella que nunca ha desafinado") Paquito el Chocolatero. Belén Cuesta también interpreta un papel pequeño, pero interesante, como organizadora de la boda independentista. El elenco de actores, los que repiten y los nuevos, vuelve a ser una de las fortalezas de esta película que está muy lejos de ser una obra maestra, pero que funciona como historia disparatada, bromeando con tópicos regionales y planteando una metáfora, ya digo, bastante inteligente sobre la independencia catalana. 

Decía cuando vi la primera parte de esta historia, y repito ahora, que nunca me han hecho demasiado gracia los chistes sobre tópicos regionales. Sobre todo, porque temo que sirvan para perpetuarlos en lugar de para reírse de ellos. Porque nunca puedo evitar la sensación de que son bromas fáciles, muy tontas, nada elaboradas. Porque refuerza prejuicios en ciertos espectadores, si bien esto es responsabilidad exclusiva de estos y no desde luego de quienes los exponen en la pantalla. Esta cinta, como la anterior, debe ser interpretada con cierta capacidad de autocrítica, con sentido del humor para reírse de uno mismo, de nuestras indentidades y prejuicios. Naturalmente, no logro sacudirme esa incomodidad con los chistes facilones de los inflamables tópicos, pero aquí, ya digo, veo cierta mayor hondura. Puede que por el momento en el que llega el filme, le dé más valor del que merece a esta faceta de crítica que destensa todo lo que rodea al proceso soberanista en Cataluña. Es tan previsible como la primera, pero está me gusta más (o me gusta, a secas). 

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