La isla de Alice

Los personajes de las películas de Daniel Sánchez Arévalo son vulnerables, maniáticos, meditabundos, inquietos, frágiles, peculiares, extraños... Es decir, son humanos. De carne y hueso. Perfectamente reconocibles. Como cualquiera que encontremos en la calle. Como nuestros amigos o familiares. Como nosotros. Si algo tienen de especial los trabajos del genial y original director es, precisamente, que en sus historias las tramas transpiran verdad. Son historias, por supuesto, muy imaginativas, fabulosas, asombrosas, pero no son surrealistas ni difíciles de creer. Son historias humanas que plantean conflictos reales, con los que cualquiera se puede identificar

De la maestría de Sánchez Arévalo en el cine nadie puede dudar tras la brillante Azul Oscuro Casi Negro, la libérrima Gordos, la hilarante Primos y la excepcional La gran familia española. De su pulso para contar historias atractivas, para idearlas y seguir su desarrollo con sensibilidad y una mezcla precisa de humor y drama (una vez más, mucha verdad, mucha vida). De su capacidad para construir personajes con mil aristas, llenos de traumas, excentricidades, problemas, deseos, ilusiones. De su imaginación desbordante y de su faceta de cuentista, entendido como excelso contador de historias. De todo ello, digo, es imposible dudar a estas alturas. Eso ya lo sabíamos. Lo que descubrimos ahora es que el director de cine es también capaz de emocionar, conmover y enganchar a través de una novela. La isla de Alice, un relato extenso que casa a la perfección con la trayectoria de las películas de Sánchez Arévalo y que nos descubre a un novelista a seguir. 

En la novela seguimos los pasos de Alice, cuya vida perfecta se desmorona cuando su marido Chris fallece en un accidente de tráfico muy lejos de donde, en teoría, debería estar, según los asuntos de negocio que, según contó, le mantenían de viaje ese día. La protagonista comienza entonces una investigación para descubrir el "secreto/misterio/mentira" de su marido, mientras da a luz a su segunda hija e intenta ayudar a la sensible Olivia a superar la muerte de su padre. Comienza entonces una desaforada labor de búsqueda de la verdad a la que Alice se entrega en cuerpo y alma, de forma obsesiva, que le lleva hasta Robin Island, un lugar hermoso y recóndito donde nada es lo que parece. Las apariencias engañan y entramos de la mano de Alice y su persecución en diferido de las andanzas de su marido en un universo de vecinos con medias verdades, en un mundo que parece idílico y que es tan imperfecto como todos los demás. 

Alice recuerda por momentos a  Carrie Mathison, la protagonista de la serie Homeland. Dedicada, como ella, a perseguir la verdad entre obsesiones, actitudes compulsivas y arriesgas, pocas horas de sueño y mucha agitación. Alice siente de pronto que desconoce a su marido, al que adoraba. "La primera vez que le sonreí no fue porque fuera guapo, divertido, popular e inteligente, fue porque sentí que le conocía de toda la vida Como si hubiera estado toda mi corta vida aprendiendo a sonreírle", leemos en la parte inicial de una novela que se hace corta pese a sus más de 600 páginas, porque es una obra fresca y ágil, con enorme sentido del ritmo, muy bien escrita y con sensibilidad. Lo mejor, sin duda, es que toda la obra es un largo monólogo interior de la protagonista, que por momentos es enrevesado, confuso, desquiciado. En resumidas cuentas, sublime. 

Las películas de Sánchez Arévalo siempre tienen finales sugerentes que huyen de lo convencional. La isla de Alice no es una excepción. No es un desenlace obvio ni manido. Incluso cuando parece que nos dirigimos hacia un tópico, logra el autor sorprender con su originalidad e imaginación. La cinta tiene muchos guiños a los trabajos del cineasta. Una canción de Backstreet Boys que, si no me equivoco, suena en Primos, como tono del móvil porque es la que sonaba cuando Alice y su marido se dieron el primer beso en una fiesta del instituto; una "nube azul oscura casi negra", una "historia de preamor", una alusión a Sonrisas y Lágrimas, cinta que homenajea La gran familia española, o un "no puedo, no quiero". Por momentos, la novela es muy cinematográfica pues, en el fondo, como escribe el autor, esta es "la mejor de mis películas porque la vas a rodar tú a través de su lectura". 

La obra, de las que cuesta abandonar aunque se lleven horas con el libro en las manos, de las que atrapan al lector, fue finalista de los Premios Planeta. Y, dejando a un lado la credibilidad que cada cual le quiera otorgar a los galardones literarios y la repetición casi milimétrica de la combinación entre autor asentado y escritor novel, preferiblemente famoso, que siguen estos premios en los últimos años, celebro el reconocimiento. Porque la literatura, como cualquier otra representación cultural, no entiende de premios ni competiciones, pero si entramos en el juego, es una gran noticia que esta notable primera incursión de Sánchez Arévalo en la novela reciba el colosal impulso comercial que supone ser finalista del Planeta. Es un libro muy recomendable. Un viaje. Toda una experiencia en la que el autor nos guía con brillantez por los recovecos sentimentales de la protagonista, que son un poco los de cualquiera de nosotros, y que termina transformando al lector. 

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