El último día de Terranova

El mejor homenaje a la buena literatura es seguir escribiéndola. Continuar regalando reflexiones, nuevos mundos, aventuras, historias, dolores, amores, pasiones y sentimientos a los lectores. El último día de Terranova, de Manuel Rivas, es una memorable oda al poder de los libros no sólo por el fondo, con esa bella y poderosa historia de una librería que sirvió durante décadas de refugio de disidentes y obras prohibidas, sino también por la forma. Por su extraordinario estilo. No hay más contundente reivindicación de la fuerza de las novelas que construir un libro tan sencillo como bello. Tan arrebatador. Tan inolvidable. Nada superficial ni indiferente. Cala hondo la historia de supervivencia, el amor a los libros, las lecciones que estos enseñan. 

Con la musicalidad y el lirismo de quien mima el idioma y adora la literatura, el autor construye una fascinante historia, la de Vincenzo Fontana, entregado a la melancolía por el inminente cierre de la librería Terranova, que abrieron sus padres. Una librería es mucho más que un establecimiento. Su cierre, la desaparición de un mundo. La clausura forzada de puertas y ventanas a otros tiempos y lugares. La demolición del pensamiento libre. Una pequeña estaca en la libertad y el conocimiento. Un drama. No es un sitio donde se venden libros. 

El cierre de esta librería es el comienzo del fin de un mundo. Una pérdida irreparable. Dominado por la nostalgia de ese tiempo que parece esfumarse, Fontana rememora el pasado de Terranova, sus orígenes y su labor como receptor de libros de contrabando, de ideas subversivas, peligrosas, por libres. Cobijo de disidentes e inconformistas. De rebeldes. Nunca murió la II República en esa librería, se cuenta en el libro. Porque los libros curan hasta los errores de la historia. Porque salvan y curan al lector. Porque lo contienen todo. "Estoy de pie frente al mar y tengo miedo a girarme y que todo desaparezca para siempre". Con estas palabras comienza su relato Fontana, quien ve próxima la desaparición de la librería Terranova, acechada por la codicia inmobiliaria. 

Por momentos la última novela de Manuel Rivas puede parecer estar al servicio de las constantes citas de libros y referencias culturales, en lugar de al revés. Pero uno no puede resistirse a semejante exhibición de amor a la palabra escrita. A la mención de tantas obras, de tantos autores, de las anécdotas de muchos escritores de otros tiempos. Con un libro para cada momento. "Nos define lo que leemos y también, lo que no leemos", se cuenta en un pasaje de la obra. Extraordinariamente bien escrito, pues de esta novela se puede afirmar lo mismo que se dice del poeta Oliveiro Girondo en la obra: "¡Qué bien lo pasan las palabras en sus poemas!". Se paladea cada palabra, cada frase en esta obra. Rivas es de esos autores para los que el estilo cuidado y preciso es irrenunciable. Y el lector lo agradece. Como en la espléndida y tierna, El lápiz del carpintero, plagada también de hallazgos fascinantes y donde las palabras disfrutan mucho. 

Nos traslada en esta obra el autor a un tiempo duro, el del destierro de tantos españoles que tuvieron que huir de su país para evitar las represalias de los vencedores de la Guerra Civil. Siempre, con Terranova como enlace con los exiliados. Y con libros como aliados para convertir la realidad, como cuando se habla de "la República que la gente llevaba en la cabeza. El país invisible iba y venía en las maletas. Hasta tierra iba en las maletas. Tierra de verdad. Como la que se levó para las exequias de Castelao. Fue el entierro de un profeta en la diáspora. Él quería descansar en tierra gallega". 

Hay en las novelas de Rivas un apego a un mundo de letras y conocimientos. Una reivindicación de la ternura y los sentimientos por encima de dinero. De lo lírico por encima de lo prosaico. Una defensa de otro tiempo, de otras reglas, de otros mundos. Una rebelión sin alharacas, una rebeldía poética, lírica, con las letras como herramientas. Una construcción de otras realidades, de otras historias. Un rescatar lo mejor de un tiempo que parece quedar irremediablemente atrás. Una alegre defensa del poder terapéutico de la literatura. La creación de obras donde refugiarse, donde saborear las buenas novelas, las historias que marcan al lector, que toma como compañero de viaje, para ahora y siempre, a Vicenzo Fontana, a Garúa, la inquietante joven argentina con la que vuelve a Terranova en los años 70. Su tío Eliseo. Sus padres. Sus amigos. Y la librería, siempre, como templo del saber, como escenario donde rigen otras normas y el tiempo corre distinto, en todas las direcciones. La cultura como salvación. Como estilo de vida. 

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