Cien años de perdón

Cien años de perdón, de Daniel Calparsoro, es la película española más taquillera en lo que va de año, impulsada sin duda por Mediaset, con todo el poder de promoción de sus canales televisivos.  En todo caso, esta película demuestra que no está reñida la calidad con la vocación comercial y que las películas para multitudes también pueden tener interés. Que una cinta esté entre las más vistas no dice nada sobre su valía. Pero ni a favor, desde luego ser un taquillazo no garantiza ser un buen filme, pero tampoco en contra, porque mucha gente haya disfrutado de ella no tiene por qué ser una historia simple o vacía. Otra cosa es que inquiete esta dualidad del cine español, entre grandes cintas de presupuesto medio-alto y siempre, siempre con vocación comercial producidas por las televisiones y luego pequeños David luchando contra Goliats. El sistema en el que está entrando nuestro cine elimina la clase media y arrincona al cine de autor. Pero esa es una cuestión distinta de la que hablaremos más adelante. 

Aparato de promoción televisivo al margen, el éxito de Cien años de perdón se entiende por el ritmo trepidante de una historia que comienza como la típica trama de un atraco a un banco, mil veces vista en la pantalla, para después cambiar y adoptar otro tono bien distinto y más sugerente. Funciona como un trhiller impecable, una historia con giros de guión inesperados, negociaciones entre los atracadores y la policía, planes que salen mal, personajes que no son lo que parecen... Es, por encima de cualquier otra cosa, un filme muy entretenido. Tiene un ritmo trepidante, apoyado por un guión notable y unas grandes interpretaciones de varios de los mejores actores del momento. 

La película oscila entre dos polos, el de ser un trilher trepidante y ese algo más del que conviene hablar poco, porque Cien años de perdón es una película donde nada es lo que parece y hay riesgo de que un spoiler reviente la trama. Hay dos pesos, la pretensión de rodar un trhiller, una historia convencional de atracos e intrigas, y ese otro lado, diferente, crítico, más profundo. Y siempre se inclina de aquel lado la balanza. Opta más por el entretenimiento que por la denuncia que sugiere su propio título, procedente del refrán quien roba a un ladrón merece cieno años de perdón. Y es respetable que así sea. Se prefiere fomentar el espectáculo, la acción. Se rueda así una cinta de acción con recovecos inesperados y muy buen pulso.  

Quizá uno echa en falta que profundice algo más en esa trama sorprendente que aparece para darle la vuelta a la historia, en ese factor distinto, que no desvelaremos. Se emplea como recurso más para el entretenimiento de la película. Pero este factor es el que hace que la cinta sea algo más que una de esas muchas películas de atracos ya vistas, donde sin saber muy bien por qué, al adoptar la película el punto de vista de los ladrones, el espectador se sorprende deseando que escapen, yendo más con "los malos". Y de esas comillas trata en buena parte la película. No es sólo una más que correcta película de suspense policiaco en torno al atraco a un banco. adopta otra visión más rica, más interesante. 

Sobresalen también las intepretaciones. Luis Tosar es uno de los cabecillas de los ladrones (El gallego), junto al actor argentino Rodrigo de la Serna (El Uruguayo). Patricia Vico da vida a la directora de la sucursal bancaria de Valencia donde se produce el atraco. José Coronado, Marian Álvarez y Raúl Arévalo están en el otro lado, el de las autoridades que negocian con los ladrones. Todos rinden a un gran nivel. Entre los miembros de la banca que atraca el banco destaca también el actor argentino Joaquín Furriel, que da vida a Loco, un ladrón más bien inocente, enamoradizo, casi entrañable, aunque está atracando un banco. Cien años de perdón es más de lo que parece, aunque podría haber ido aún más lejos. Es una cinta atrevida, que aborda temas poco vistos en nuestro cine y de un modo original. 

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