Los papeles de Panamá

"Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas". George Orwell. "Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala". Albert Camus. "Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma". Arthur Miler. Existen muchas definiciones de periodismo matizadas, cuando no pisoteadas, con demasiada frecuencia. Contenidos banales que se confunden con información. Autocensura. Falta de independencia económica. Compadreo entre los periodistas y las fuentes sobre las que se debe informar. Existencia de popes empresariales intocables. Sectarismo y ceguera política... Ante este panorama, son siempre de celebrar informaciones exclusivas como la publicación de Los papeles de Panamá, llevada a cabo por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), del que forman parte en España El confidencial y La Sexta

Informaciones como esta devuelven al periodismo a su razón de ser. Ejercer de perro guardián del poder. Controlar los excesos. Las ilegalidades o, al menos, las actitudes poco éticas. Porque ya se han encargado de resaltar los muchos personajes ilustres que aparecen en los papeles de Panamá que crear una sociedad offshore en Panamá puede no ser ilegal. Eso no es algo que concierna a los medios de comunicación. Serán los jueces los que decidan si hay ilegalidad y los ciudadanos quienes reclamen a sus representantes responsabilidades políticas por su cinismo y su actitud indecorosa. Lo que le corresponde al periodismo, al de verdad, ese tan distinto al que se va imponiendo a base de precariedad, falta de independencia, recortes y conformismo, es inquietar al poder. No porque si, sino al poder que ha cometido errores. 

Imaginar el temblor de piernas estos días de poderosos, personajes de la élite política, empresarial o artística, con sociedades offshore en Panamá es una imagen esperanzadora. Porque tras todos estos nombres lo que subyace es la sensación de impunidad. El pensar que en este mundo si se tiene dinero, todo se puede solventar. Y ocultar debidamente. La sensación de seguridad. Esa impresión de ser intocables, de estar a salvo del escrutinio público de tantos falsos patriotas (Pilar de Borbón, hermana del rey Juan Carlos, por ejemplo) o de esos falsos ciudadanos comprometidos con lo público (Pedro Almodóvar). No se trata de menospreciar a los ricos ni de desconfiar, porque sí, de quien tiene dinero. Pero sí de exigir que se paguen los mismos impuestos que el resto de ciudadanos. Como leí el otro día por Twitter, resulta más difícil en este mundo llegar a tener un patrimonio millonario que ocultarlo después debidamente para no tener que tributar por ello. 

La filtración masiva, debidamente tratada por periodistas de distintos medios internacionales, ayuda a retratar las prácticas indecentes de un bufete de abogados. Uno solo. Es la punta del iceberg. Y eso es lo más inquietante de todo. Que hay muchos gobernantes, deportistas o artistas que han seguido los mismos atajos para no pagar impuestos que respiran tranquilos, porque ellos están en otro paraíso fiscal o en otro bufete de abogados. La información destapa, eso sí, lo que tanto se sospechaba, pero siempre viene bien confirmar. La connivencia de tantos bancos con sus clientes millonarios, a quienes prestan como servicio el asesoramiento para evadir impuestos. Este sistema corrompido. Se hablará de casos aislados. ¿Les suena? Igual que con la corrupción. Pero, a estas alturas de la película, cuesta tragarse cuentos infantiles. No es un caso asilado.

No es que justo Mossack Fonseca, qué mala suerte, sea el único grupo que sirve a los millonarios sin escrúpulos para burlar a Hacienda. Es que es un pequeño eslabón de una cadena. Una cadena que hay que romper. Y es una lucha de David contra Goliat, pero conviene intentarlo. Noticias como esta ayudan a abrir el debate sobre los paraísos fiscales, sobre la insultante desigualdad de este mundo. Gobernantes como Putin, el régimen dictatorial chino, el presidente argentino Macri o el primer ministro islandés (que ya ha dimitido), que deben dar un ejemplo ético a sus ciudadanos pero les está robando. Y que aprovechan informaciones así para inventarse presuntas teorías de la conspiración. Deportistas o artistas privilegiados, con dinero más que de sobra para vivir cómodamente que se buscan triquiñuelas para no tener que pagar impuestos. Qué engorro. Y tanta, tanta gente que anda predicando sobre lo humano y lo divino (Vargas Llosa y tantos otros) que ahora resulta que tenía sociedades en Panamá. 

Se puede pensar, si eso nos hace sentirnos mejor, que esto es algo aislado. Un caso de malas prácticas en un mundo que funciona bien. Pero es justo al revés. Es, más o menos, como pensar que la crisis de las hipotecas subprime fue una anomalía de unos mercados financieros bien regulados y racionales. No es así en absoluto. Es un problema sistémico. Es el sistema entero el que está corrompido. Es la ley del embudo, la parte estrecha para los demás y la ancha para uno mismo. Es decir, la ancha para los ricos, para los poderosos. La élite puede evadir impuestos con tranquilidad. Al menos noticias como esta aminoran esa sensación de impunidad entre tanto mangante. E incluso ayuda a pensar, iluso que es uno, en una concienciación ciudadana sobre tanta desigualdad y tantos errores del sistema. Quién sabe. Igual hasta pasamos de la indignación a exigir cambios. 

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