Brasil, desde España

Cualquier asunto es susceptible de politizarse en España. Es lo más cansino del debate público en este país. No sé si es igual en otros sitios, pero uno habla de lo que conoce. Y creo que es difícil acostumbrarse  esta polarización, a este sectarismo constante. Todo se lleva a la trinchera ideológica. Están ellos, los otros, y nosotros. Los que piensan como uno, y los demás. A los primeros, jamás se les reprochará nada. Y a los segundos, ni en sueños se les reconocerá ningún mérito. Y así nos va. Etiquetamos con pasmosa facilidad. Y a quien no podemos etiquetar como de izquierdas o de derechas, e este o aquel bando inamovible y rígido a más no poder, se le suele despreciar por igual desde ambos lados. No es lo mismo tener unos principios, que es algo naturalmente aconsejable y deseable, que ser un dogmático. Y en España se lleva mucho más lo segundo que lo primero. Todo se interpreta desde el prisma de la ideología, desde la trinchera más básica del ellos y nosotros. 
Digo esto por la cobertura mediática del juicio político a la presidenta brasileña Dilma Rousseff. A veces, pero sólo a veces, la información internacional es una válvula de escape al etiquetado permanente de España, al tener que definirse sobre cualquier asunto en linea con los que se suponen que son los tuyos. Pero en otras ocasiones, la mayoría de ellas, ese sectarismo cruza fronteras. Y se observa la actualidad internacional desde esa mirada cerrada, con anteojos, preguntándose antes quién piensa como yo que quién tiene razón. No hablo sólo de los medios, sino también, o sobre todo, de los ciudadanos. Porque me temo que esta bipolaridad está muy extendida en la sociedad. Si eres de izquierdas, lo de ayer en Brasil fue un golpe de Estado. Si eres de derechas, asistimos a la caída del mito de los gobernantes de izquierdas de América Latina. Sin medias tintas. Sin dudas. Alineados todos, prietas las filas, en su esquema ideológico.

Incordia que la opinión pública funcione así. Es una simpleza espantosa. Como la de conceder una importancia enorme a los casos de corrupción de miembros de partidos ajenos, pero tener en cambio siempre una excusa para las corruptelas de las personas del partido propio. Y así con todo. Quiero pensar que las personas no son tan simples y que la gente no se siente cómoda en ese esquema según el cual si se es de izquierdas se debe comulgar con todo lo que hagan los líderes de los partidos de izquierdas, y que se debe pensar lo mismo sobre todo (contra los toros, a favor de Palestina, partidario del aborto...). Y a la inversa si se es de derechas. Se debe pintar rabos y tridente a cualquier líder de izquierdas, y descalificar cada propuesta que no lleve el sello del neoliberalismo. 

Agota este etiquetado constante en España. Agota mucho. Se agradecería una visión moderada, imparcial en la medida de lo posible, sobre lo que sucede en Brasil. Porque demasiados opinadores se han apresurado a interpretar la situación en ese país desde su prisma ideológico. Y se pierde mucho en esos análisis. Desde fuera, y desde el desconocimiento, chirría bastante la sobreactuación de Dilma Rousseff, presentándose como la encarnación de Brasil, como si atacar su gestión fuera atacar al país entero, como si el hecho de que la hayan votado millones de ciudadanos brasileños la blindara ante cualquier irregularidad. Hablar de golpe de Estado y jugar con su pasado como guerrillera es un acto, o así se aprecia desde fuera, bastante irresponsable. Igual que nombrar ministro a Lula tras ser imputado. 

Por otro lado, resulta bastante incuestionable que bajo los gobiernos de Lula y Dilma se ha reducido sustancialmente la pobreza. Y eso es algo que ni siquiera la brutal crisis y la pésima gestión económica del gobierno brasileño actual pueden borrar. Descartar de un brochazo los aspectos positivos de los últimos ejecutivos del país parece más una doctrina partidista ciega que un juicio sensato. Otra cosa es que, en efecto, hay sospechas fundadas de corrupción. Y eso es algo que se debe perseguir. En España no existe la figura del impeachment, un juicio político al gobierno. Pero en otros países, sí. Y está recogido en la ley. No creo que los diputados brasileños que han aprobado expulsar a Dilma Rousseff del poder hayan incumplido ninguna ley. Es tramposo, creo, intentar confrontar la legitimidad democrática de los votos con la legitimidad del funcionamiento del sistema, con instrumentos perfectamente legales como el proceso del juicio político. Visto desde fuera, da la sensación de que el sectarismo y el partidismo, el no aceptar ningún error de los políticos propios y no conceder ningún mérito al de enfrente, están muy extendidos también en Brasil. Y se percibe una guerra por el poder, con todos, unos y otros, más preocupados por sus intereses que por el bien general. Al fin y a cabo, sí, puede que eso que tanto irrita del debate español, el ellos perversos y el nosotros maravillosos, no sea algo autóctono y se dé en otros países. 

Comentarios