El intérpretre

Hay un momento del libérrimo y estimulante El intérprete, espectáculo con tintes autobiográficos de Asier Etxeandia, en el que el actor habla de dios. Concluye, por resumir y evitar spoilers, que a dios, en caso de existir, le debe de gustar el placer. "Se lo digo yo, que ahora mismo con ustedes me siento como dios". Cuando Exteandia dice esto lleva una hora literalmente dejándose el alma en el escenario, dándolo todo. Exultante, desinhibido, frenético, apasionado. Y, ciertamente, ni una sola de las personas que llenan el Teatro Calderón de Madrid osaría llevar la contraria en ese momento al intérprete. Porque, en efecto, es algo muy próximo a sentirse todopoderoso, capaz de cualquier cosa, dueño de su destino, del show, de su vida, de todo lo que se le plante delante, lo que debe experimentar él sobre el escenario. Sí, algo así como una especia de dios, debe sentirse, ante unos feligreses totalmente entregados. Es un espectáculo que transmite el embriagador aroma de la libertad. Es él. En toda su esencia. Un recital en el que Asier Exteandia dice y hace lo que quiere, y canta lo que le da la gana. Y cómo canta. Y baila. Y sueña, ríe, llora, recuerda, emociona. 


Asier Exteandia habla de él mismo en el espectáculo, que no es ni un musical, ni un monólogo, ni una obra de teatro, ni cabaret, pero que es todo a la vez, un show ecléctico, un subirse al escenario a hacer, básicamente, lo que le apetece. A disfrutar y a hacer disfrutar. Su infancia no debió de ser sencilla y conjura el actor y cantante, artista total, sus primeros años, en Bilbao, cuando se encerraba en su habitación, frente a la pared, para interpretar canciones y soñarse artista. "Cantar a solas para no sentirse solo". Cantarle a amigos invisibles, porque desde pequeño supo que la imaginación salva vidas y anima el tanta veces rígido mundo real, hacer un exorcismo contra el miedo. Conjura fantasmas del pasado, desde los malos ratos en la escuela a la muerte de su madre, pasando por la educación católica con los jesuitas. Los espectadores de su recital entramos en su habitación, la de un niño que quiere vivir otras vidas en el teatro, que puede volar, que ve más lejos con los ojos maquillados.

Consigue Asier Exteandia conjugar en este espectáculo personalísimo la sensibilidad a flor de piel (al fin y al cabo está recordando su vida, lo que le marcó de niño, sus ausencias, sus seres queridos que ya no están, sus salvadores, su origen, sus malos ratos), con una sensualidad, un descaro y una celebración de la vida descomunales. El espectador tan pronto conmueve cuando el artista recuerda a su madre (excepcional su interpretación de Luz de luna), como salta y baila exultante. Porque, "en este teatro está permitido bailar". También beber tequila. Y grabar vídeos. Nada más comenzar el espectáculo se percibe que no será una obra de teatro al uso, pues se avisa a los espectadores que si han tenido la prudencia de apagar su teléfono móvil, vuelvan a encenderlo, para grabar cuantos vídeos deseen del show. 

Todos los estilos musicales aparecen en la obra. Hay momentos de cabaret, seguidos de otros más íntimos. La interpretación de Volver, "la canción preferida de mi abuelo, y seguro que también de muchos otros abuelos", baladas de Tom Jones, homenajes a Lou Reed o a David Bowei. También aparecen canciones de Alaska, Chavela Vargas, Madonna y tantos otros. Todo cabe en un espectáculo que es, sobre todo, un canto a la vida, a la libertad personal, a la creación, la música y la imaginación como tablas de salvación ante una realidad fea, desagradable, intolerante, rígida. El espíritu de la obra se refleja en la peculiar coreografía de Tú te me dejas querer, que baila todo el teatro, sacudiendo prejuicios, disfrutando del show. 

Suena muy tremenda la historia de fondo de la obra, y lo es. Una infancia dolorosa, un niño que busca el refugio y la compañía de amigos imaginarios para escapar de su día a día. Pero es a la vez una exaltación de la vida. Una fiesta desenfrenada, con Asier Eteandia, acompañado por su banda, desatado. Hay también espacio para el humor, con varios momentos particularmente grandiosos, como el divorcio entre dios y el diablo ("tú te quedas con la guitarra eléctrica, el mambo y el rock and roll y yo con el organillo") o el rechazo a la medicación de quien renuncia a amores y a pasiones, que tiene entre sus contraindicaciones que puedes terminar votando a partidos mayoritarios. 

Uno sale de El intérprete lleno de vitalidad y buen rollo, por supuesto. Y, al rato, pensando en el enorme ejercicio escénico de Asier Exteandia, su entrega absoluta, su energía, su desnudo emocional y personal, pues al fin y al cabo comparte su pasado, restaña sus heridas. No se me ocurren muchos actores capaces de ofrecer semejante espectáculo, de exponerse tanto, de saltar al escenario a tumba abierta. Porque actúa, canta y baila con la misma intensidad. Porque está exponiendo su vida. Y porque el actor vasco tiene algo especial, indescriptible. Transmite. Mucho. Desde el principio. En cada gesto. En cada modulación de su voz. En cada guiño. Repasa su infancia, con muy deficientes en todas las asignaturas ("muy deprimente", en religión). Los insultos del resto de niños. La incomprensión. Era el niño raro, el friki que hablaba con amigos imaginarios, el joven que terminó volando libre, viviendo como quería. Y, como afirma al final del show, defendiendo su sombrero, por ridículo que parezca. Un artista total, que se entrega por completo a cada personaje, pasional, no digamos ya si el personaje interpretado es él mismo. Un espectáculo impresionante, un canto a la vida. Puro teatro. 

Comentarios

pal ha dicho que…
Excelente testimonio. No se puede explicar mejor. Sólo apuntar corregir 'madre' en vez de 'padre'.
(Conjura fantasmas del pasado, desde los malos ratos en la escuela a la muerte de su
Alberto Roa ha dicho que…
Corregido. Muchas gracias