El olivo

Hay varios factores que hacen irresistible El olivo, la enternecedora última película de Iciar Bollaín. Ninguno de ellos racional, todos emocionales. Es una fábula hermosa, tan imperfecta como cautivadora. Es una historia que tiene el encanto fascinante de los empeños imposibles, de las luchas pérdidas de antemano, de las locuras y los afectos incondicionales que guían la vida. Si una crítica es, como dice Woody Allen, un intento de racionalizar una emoción, un sentimiento sencillo (si te ha atraído la película o no), este ejercicio es especialmente difícil cuando se trata de examinar películas como esta, tan pasional, tan tierna, tan sentimental. 

Con algunas películas ocurre un poco como cuando se está enamorado. Primero llega el sentimiento, la atracción, ese estado de ánimo imposible de describir, y después ya la racionalización de algo difícilmente objetivable. Ni falta que hace. El olivo atrapa, desde la sencillez de esta propuesta. Quizá el primer factor que la convierte en una cinta especial sea, precisamente, su sencillez. Entendida como virtud, si es que se puede entender de otra forma. No es una película pretenciosa, ni grandilocuente, ni tiene grandes giros de guión, ni escenas espectaculares. Es el tono intimista de la historia, el amor que siente una nieta hacia su abuelo, demenciado, muy débil. Y su propósito de salvarlo, convencida de que es la pérdida de un olivo milenario muy querido por él lo que le tiene postrado en ese estado vegetal de quien espera a la muerte sin la menor esperanza. 
La cinta muestra el fuerte vínculo con la tierra de las personas que nacieron y se criaron en el campo. El modo en el que el abuelo mira y toca los árboles, cómo cuida a los olivos. Y cómo transmite esa pasión, ese respeto reverencial, a su nieta. Una actitud de amor y respeto al medio ambiente que escasea en nuestra sociedad. Por eso aporta tanto viajar a zonas rurales, conocer otras formas de vivir, otros mundos donde a veces parece haberse detenido el tiempo, y no pocas veces, para bien. Es difícil encontrar semejante respeto hacia un olivo milenario, o hacia el medio ambiente, en general. El cambio climático existe, está causado por nosotros, nos concierne, pero siempre hay algo más importante, por ejemplo, no cambiar un ápice nuestro modelo de vida, para esta sociedad acelerada que ha perdido el respeto a la naturaleza.

Llegado el momento, los hijos de quien venera sus tierras no ven esa conexión con los tiempos remotos, con los antepasados, con otras civilizaciones, cegados por un puñado de billetes. Y esto nos lleva a otro de los mensajes de la película, lo que tiene la cinta de crítica social, de acta notarial de un tiempo, el de los años de la burbuja, el de los excesos y las borracheras de crédito. Creo que la película no pretende hacer una alegoría de los tiempos del surgimiento de la crisis (iba a escribir, de los tiempos de la crisis, como si ya hubiera terminado). Pero es una historia actual, y se cuelan por sus poros los efectos de este tiempo de desfase, de esa fiesta que parecía que no iba a tener fin, de los pufos y las vidas a todo tren. 

El olivo también cautiva porque no transmite una imagen cínica ni pesimista de las generaciones jóvenes ni de las redes sociales. Todo lo contrario. Y, francamente, es muy de agradecer. Acostumbrados como estamos a demonizar las redes y a despotricar de los jóvenes sin principios ni valores (ya Sócrates echaba pestes por su boca e la juventud), gusta ver que en una película se resalten las nuevas formas de solidaridad y comunicación de las redes sociales. Porque, en efecto, el instrumento que empleemos para comunicarnos jamás será malo o bueno, per se. Depende de para que se empleen. Y si sirven como amplificadores de causas justas, de sentimientos nobles, pueden servir de gran ayuda. Es conmovedora la visión que se da de los jóvenes y de todas las oportunidades que generan esas redes sociales tantas veces criticadas con motivo, pero otras muchas sin razón, sólo desde el desconocimiento. 

Apela esta película de Iciar Bollaín a la solidaridad, a los lazos, ya sean familiares o de amistad, que mantienen las costuras de alguien cuando está a punto de romperse. Y, como se escucha en un momento del filme, todos estamos cerca de la ruptura alguna vez, porque "todos colaboramos con nuestra propia desgracia". Es una cinta vitalista. Y es paradójico, teniendo en cuenta que resulta muy recomendable llevar un paquete de pañuelos a la sala. Pero lo es. Lanza un mensaje positivo, al fin. Es llamativo cómo se presentan unos valores representados por el abuelo, que conectan con la generación de su nieta, reflejando de alguna manera a los hijos de aquel como los que perdieron un poco el norte. Sirva como reflejo de esta sociedad o no, se agradece que la cinta se decante por el optimismo, por los sentimientos que llevan a las personas a lanzarse, confiados en que encontrarán solidaridad y ayuda en su camino. 

Otro de los factores que atraen de la última película de Iciar Bollaín es su reparto. Además de por su sensibilidad, la directora se caracteriza por su buen criterio en los casting. Y en El olivo brilla Anna Castillo, quien da vida a Alma, la joven protagonista de la cinta. Un torbellino incapaz de controlar su ira, su energía. Una buena persona, que adora a su abuelo, pero que vive atormentada, con ira, con un volcán a punto de entrar en ebullición dentro de sí. "Tienes mucho lío ahí dentro", le dice Rafa, su amigo, quien aspira a ser algo más que eso, también muy bien interpretado por Pep Ambrós. Es el debut cinematográfico como protagonista para Anna Castillo, curtida en series de televisión y obras de teatro como La llamada, y borda su papel. Consigue, al igual que el resto del reparto, con un espléndido Javier Gutiérrez dando vida a Alca, el tío de Alma, víctima de la crisis, transmitir naturalidad y mucha frescura. Son personas corrientes. Como cualquier vecino de cualquier pueblo de España. 

El olivo es, en fin, una fábula, una cinta encantadora, tierna, sensible. A veces, quizá demasiado obvia. Pero poco importa cuando uno se ha entregado al torrente de emociones que le atrapan. Volviendo al comienzo de estas líneas, ninguno de los motivos que hacen amar esta cinta son racionales. Lógicamente. De esto va el cine, que no deja de ser un espejo de la vida, tantas veces irracional, imposible de analizar con argumentos fríos y objetivos. 

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