Entre tiburones. Una temporada en el infierno de las finanzas

Cuanto más metido está alguien en una profesión o en un sistema, más difícil le resultará adoptar una visión crítica sobre ese mundo. Conocerá cada término, cada actividad, cada práctica. Pero le costará ver lo que no funciona, aquello en lo que algo falla. Por eso es necesario que sea alguien ajeno el que evalúe esa forma de proceder, y por eso es tan sugerente el planteamiento de Entre tiburones. Una temporada en el infierno de las finanzas, de Joris Lyyendijk. El periodista holandés sabía entre poco y nada de sistema financiero. En 2011, el diario británico The Guardian le encargó adentrarse en la City, la capital financiera mundial. En mitad de la mayor crisis desde el crack del 29, el autor se dedicó desde entonces a acercarse a profesionales de las finanzas. Sin prejuicios. Para intentar saber por qué ocurrió aquello y, sobre todo, si podría volver a suceder. Para entender cómo funcionan los mercados. Con la vista despejada de ideas preconcebidas y de los vicios de quien está tan imbuido en un sistema que es incapaz de reconocer errores. 

Como explica Luyendijk en el prólogo del libro, que en realidad es el resultado de las entrevistas con 200 trabajadores de la City británica de las que fue dando cuenta en un blog en el periódico británico, que todavía se puede consultar. Entre 2011 y 2013, el autor se adentró en este mundo que para él era entonces totalmente desconocido, pero que generó una crisis descomunal cuyos efectos en ese momento ( y aún hoy) sufrían tantos millones de personas que tampoco conocen nada de las finanzas y los tejemanejes de los mercados. 
En contra de lo que pueda parecer por su algo sensacionalista y desafortunado título, el autor no ofrece una obra llena de tópicos y prejuicios sobre el sistema financiero. Nada de eso. De hecho, se dedica más bien a desmontarlos. Deja claro que no esa idea sobre los banqueros avariciosos no sirve para explicar una realidad mucho más compleja, y sin duda aún más llena de riesgos e imperfecciones. Ojalá fuera todo tan sencillo como retratan las películas sobre Wall Street, con drogas, sexo y excesos. Qué agradable resultaría que fuera verdad eso de que los fallos del sistema son hechos aislados. El autor comprueba, hablando con trabajadores de distintas entidades y en distintos puestos de responsabilidad, que hay mucho tipo de personas en la City. La mayoría nada tuvo que ver con el estallido de la crisis, ni con los productos complejos que hicieron tambalearse la economía mundial. Nada de prejuicios, pues, nada de estereotipos.

La obra también llega  a la conclusión de que hay un fallo sistémico, por la falta de control de los mercados. Si lleváramos a los 200.000 trabajadores de la City a una isla y los reemplazáramos por otras 200.000 personas, afirma el autor, estoy convencido de que se repetirían los mismos excesos y la misma asunción excesiva de riesgos. Porque el fallo no es que haya casos aislados, manzanas podridas (argumento que recuerda mucho al empleado por los políticos para minusvalorar la importancia de la corrupción). Lo grave es que, incluso después de la devastadora crisis financiera, el sistema no tiene suficientes controles para evitar que algo así vuelva a suceder. 

Las tres palabras más repetidas en el libro probablemente son "conflicto de intereses". El que tienen las agencias de calificación de riesgo, por ejemplo. Empresas y bancos pagan a esas agencias para que les pongan nota. Y, curiosamente, a los productos más tóxicos que desencadenaron la crisis de 2008 les pusieron la máxima calificación. El conflicto de intereses que tienen las auditoras, encargadas también de juzgar a aquellos que son sus clientes. Han de evaluar las cuentas de sus principales fuentes de ingresos. Y, oh sorpresa, dieron el visto bueno a resultados de compañías que, meses después, quebraron o a entidades financieras que necesitaron multimillonarios rescates con dinero público. Para más inri, el sistema de las agencias de calificación de riesgo y el de las auditoras es un oligopolio controlado por unas pocas empresas. 

Conflicto de intereses aprecia también el autor de la obra, como hará cualquiera que no esté tan metido en el mercado financiero como para no ver la realidad, en los grandes bancos, esos que tienen divisiones en todos los ámbitos de las finanzas. Un mismo banco se encarga de asesorar a una compañía para salir a bolsa, de enviar análisis a los operadores del mercado con su valoración sobre esa misma compañía, de gestionar fondos de inversión con dinero de sus partícipes en los que pueden invertir en esa empresa... Existen eso que se llama murallas chinas, que impiden cualquier comunicación entre las distintas divisiones de los bancos, para evitar precisamente caer en ese conflicto de intereses, pero se antoja frágil ese método de control. 

También aborda Luyendijk la falta de recursos y de autoridad real de los organismos reguladores. Como, además, cada vez son más complejos los productos que idean las entidades financieras, no siempre es fácil comprender lo que se está vendiendo. Y es algo que ocurrió también durante 2008 con las subprime. En realidad, ni quien estaba comprando ese producto, ni quien los vendía, ni quizá quien había de controlarlos, entendía bien de qué iba todo eso. Cuando uno invierte en bolsa o en bonos, recuerda el autor, se sabe que la pérdida máxima de la inversión es el capital que se ha metido en esas acciones o en esos títulos de deuda. Pero con los productos estructurados, complejísimos, se disparan esas posibles pérdidas y el efecto dañino que esto puede causar sobre los mercados y el sistema financiero mundial es devastador

"Si un banco es demasiado grande para caer, es demasiado grande para existir". Con esta contundente afirmación señala el autor otra de las paradojas del sistema. Hoy por hoy, hay banco sistémicos, tan gigantescos, tan trascendentes, que no pueden quebrar, porque esto implicaría desencadenar una crisis global. Y esto, concluye con bastante sentido común el autor, es una anomalía, porque le da todo el poder a estas entidades. Si son demasiado grandes para caer, saben que, en el fondo, cuentan con carta blanca, porque siempre tendrán el colchón de seguridad. Su tamaño les sirve de escudo de protección. Si algo va mal, por el bien de todos, se les rescatará. Una trampa peligrosa. "No tiene sentido jugar a un juego en el que no puedes perder", resume uno de los entrevistados en el libro

Casi todas las fuentes de la obra son anónimas. De eso adolece el libro, y el autor es consciente de ello. Luyendijk indica al final de la obra que las normas del periodismo obligan a identificar a los entrevistados siempre que sea posible, pero argumenta que en este caso no podía aportar testimonios de personas que trabajan en la City hablando sobre su profesión, porque muchos de ellos tienen firmados compromisos de confidencialidad. También sabe bien el autor que muchos de los entrevistados son exprofesionales de la City, con la parte buena que ello tiene (que ya no están atados por el banco de turno), pero también con la mala (que pueden hablar con resentimiento). 

El autor pasa de puntillas por dos aspectos relevantes, el papel de los medios de comunicación en el sistema financiero, que critica, pero sin entrar en detalles, y la inmensa influencia de los bancos, con su poder de lobby ante las autoridades. De ambos factores habla, pero no demasiado. Se echa en falta algo más de profundidad. 

El libro, muy didáctico e inteligente, una aportación interesante a la gran cantidad de obras sobre la crisis y el sistema financiero mundial, ahonda en el estudio de la personalidad de los empleados de la City. Y el autor establece distintos tipos de empleados, desde quienes son descreídos sobre su trabajo hasta los hombres de hielo, esos que están convencidos de las bondades del sistema y de su excelencia. Pero en todos los casos acierta el autor al mostrar su lado personal. La mujer que se dedicó a esto porque tenía que cuidar ella sola de su hija y necesitaba más dinero. La pareja de un empleado de banca, al límite por no poder compartir tiempo con él, atado por su inhumano horario. La tolerancia absoluta en la City, donde no importa en absoluto la raza, orientación sexual o religión. Ese empleado de banca de inversión totalmente convencido del buen funcionamiento de su banco y del sistema hasta que es despedido y cambia algo su punto de vista. Es un libro muy interesante. Quien intente encontrar el alegato prejuicioso y sin matices contra el sistema financiero que en parte parece prometer su título puede quedar descontento. Quien busque un análisis crítico, con los ojos claros de quien es ajeno a este mundo, disfrutará leyendo esta obra que edita en España, con su mimo y maestría habituales, Malpaso.  

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