El hombre de las mil caras

Corrupción, engaños, ministros que mienten abiertamente, pactos obscenos con delincuentes, comisiones por actividades ilícitas, turbios secretos de Estado, paraísos fiscales... Los hechos narrados en El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, ocurrieron hace dos décadas, aunque en ocasiones se antoje asombrosamente actual. Se ambienta en una época de podredumbre generalizada, los años finales del felipismo, rebosantes de irregularidades y delitos, como un red de alcantarillas saturada de residuos que, al llover, no puede atraer ya más basura. Las comparaciones son siempre odiosas, pero las similitudes entre lo contado en la espléndida cinta del director de La isla mínima y la realidad actual son obvias. "Yo sólo hacía lo que todo el mundo", escuchamos decir en un momento de filme a Luis Roldán, director general de la Guardia Civil que metió la mano en todas las cajas que pudo. Lamentablemente, en efecto, como todo el mundo. Como tantos. Entonces y ahora. 


La película no sólo tiene el mérito de un diálogo más que notable, de unas interpretaciones excelsas (brutal la interpretación de Francisco Paesa que ofrece el siempre solvente Eduard Fernández) y el ritmo trepidante de un trhiller político apasionante. También es, en parte, el reflejo de un momento de la historia de España. O, más bien, de España en sí misma. Los teléfonos que aparecen en la cinta son antiguos, ya no se ven esos móviles ni esos coches. Pero, por lo demás, sólo cambios el apellido del Luis de turno o del ministro que engaña a la opinión pública. Siguen los escándalos, la corrupción, las mentiras. "¿Por qué no vamos a ser una democracia avanzada como Francia o Alemania?", le hace decir el guión al personaje de Roldán. Eso le preguntó a su padre, cuenta, cuando entró en política. "Porque aquí hay españoles", le respondió lacónico su progenitor. Y así seguimos. 

Como retrato de este país, de las intoxicadas alcantarillas del poder, la cinta es excelente. Trasciende el relato de una historia asombrosa, de esas que alguien muy joven pensará que es totalmente ficción. Pero no lo es. Hay vacíos en la vida de Paesa y en la huida de Roldán que no se conocen, y que el director ha tenido que rellenar como ha estimado oportuno. Pero, en esencia, la historia ocurrió. Y lo asombroso es que no se hubiera llevado antes al cine. Lo tiene todo. Escándalos, personajes más bien siniestros, ineptitudes políticas, espías, bajos fondos... La cinta muestra a un Paesa cínico y mentiroso, de esos personajes que resultan irresistibles en el cine, pero aterran bastante en la realidad. Es el hombre que engañó a todo un país, el hombre de las mil caras, el perejil de todas las salsas. Se luce Eduard Fernández, con esa risa descreída, de un hombre de vuelta de todo, que fue decisivo con operaciones de inteligencia, algunas no retribuidas, que debilitaron a ETA, que se ve envuelto en la huida de Roldán y engaña a todos. 

Tanto Roldán como Paesa se muestran como dos mitades de una misma realidad, llamémosla España, o la España oficial. "¿Usted se fiaría de alguien como yo? Me reconozco en usted", le dice el político (interpretado por Carlos Santos) al espía. Son dos mentirosos, dos tipos para los que la ley significa poco, y sin embargo no se les muestra como manzanas podridas, sino como piezas de un engranaje. Y acierta el filme, creo, al plantear su situación de ese modo. Paesa es un cínico que se aprovecha de unos gobernantes inoperantes con mucho que ocultar y Roldán, uno de tantos que robó y se llevó dinero público, pero que no quiere ser el único en caer, dispuesto a tirar de la manta. Un juego de engaños en un entorno del que los dos protagonistas no son la excepción, sino los perfectos representantes. Incluso la cinta muestra las debilidades y la soledad, la búsqueda de cariño de estos dos personajes. 

Igual que Javier Cercas emplea en El impostor la figura de Enric Marco, quien engañó a todo el mundo haciéndose pasar por víctima del nazismo, para hacer un juicio a todo un periodo de nuestra historia, la santa Transición, a tantas reconstrucciones a posteriori de vidas pasadas, a tanta impostura y falsedad, en El hombre de las mil caras Alberto Rodríguez hace el retrato de dos tipos infames, sí, pero sobre todo de un tiempo y un sistema infectado, la España del final del felipismo. Pero sin moralina, con cine, con acción, con una historia bien contada, profunda que, como todas las historias que valen la pena, cuenta más de lo que parece. 

Si algo tiene el pasado (no digamos ya el presente) de España son historias como esta. El cine se ha acercado poco a la política española de los últimos tiempos. La materia prima, la historia en la que se basa este filme es impresionante, puro material cinematográfico. Pero no basta si no hay acierto a la hora de plasmar esa historia en la gran pantalla. Y aquí hay talento a raudales. Tal vez se recurre en exceso a la voz en off (aunque entiendo que lo mío con este recurso es ya casi una obsesión personal, me suele estorbar) de Jesús Camoes (José Coronado), que es amigo de Paesa y le acompaña en todas sus corruptelas. Él narra la historia, con un estilo ágil y desenfadado, aunque el film gana cuando se cuenta la historia sin necesidad de explicitarlo todo abiertamente, y se resiente cuando se nos explica todo, hasta el último detalle, con ese recurso de la voz en off. Magistral la interpretación de Marta Etura, siempre perfecta, quien da vida a Nieves Fernández, la mujer de Roldán. Aparece poco, pero deslumbra como siempre, Emilio Gutiérrez Caba, que da vida a otro espía. "¿Tú de qué lado estás?", le pregunta Paesa en un momento del filme. "Del bueno, Paco, siempre del bueno". 

Con maestría y buen pulso, El hombre de las mil caras, triunfadora por partida doble en San Sebastián (Premio Feroz de la crítica y Concha de Plata a Eduard Fernández) es como un bisturí que analiza con precisión aquella España nuestra, que tanto se parece a la actual. Un ejemplo más de que el cine español (eso que no sé bien qué es) es diverso y sigue ofreciendo películas inmensas. Y de que hay muchas historias de película en nuestro pasado esperando a ser contadas por directores como Alberto Rodríguez. 

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