Bob Dylan, merecido Nobel de Literatura

"Arte de la expresión verbal". Con esta exquisita y prodigiosa concisión define la Real Academia de la Lengua (RAE) el término literatura. Ayer, la Academia sueca otorgó el Nobel de Literatura (repito, arte de la expresión verbal) a Bob Dylan. Hacía mucho que no se debatía tanto sobre este galardón. En parte, porque hacía también mucho que no era tan conocido el ganador, acostumbrados en los últimos años a asistir a reconocimientos a escritores semidesconocidos, o directamente desconocidos del todo para el gran público. A Dylan le ha escuchado todo el mundo y, en consecuencia, todo el mundo opina sobre el premio. La mayoría, por lo que aprecio a mi alrededor y en las redes sociales, en contra. Así que aquí va un pequeño alegato en favor del galardón de alguien que no es ni mucho menos un experto de los poemas de Dylan, pero que festeja que se reconozca como literatura a un juglar y su obra, porque es exactamente eso: arte de la expresión verbal, pura literatura.


Todas las opiniones son respetables, por supuesto. Y, de hecho, esta polémica divertida sobre si Dylan merece o no el Nobel es la mejor campaña publicitaria posible para el propio Dylan, quien debe de estar disfrutando con una sonrisa pícara con este debate público, y para los propios premios Nobel, en los que ya es tradición que surjan discusiones de este tipo. Vaya por delante que me gustan lo justo, entre muy poco y nada, los premios literarios o artísticos. No existe el modo objetivo de comparar dos novelas, las obras de dos autores, dos películas o dos obras de arte entre sí. Afortunadamente. Por eso mismo, cada galardón literario nace de opiniones necesariamente subjetivas. Y es totalmente comprensible, y bastante superfluo, que surjan voces a favor y en contra. Ocurre cada año con los Oscar. Quién puede decir que esta o aquella película es mejor que esa otra. Con qué argumentos (algunos aún lamentamos la afrenta a Boyhood de hace un par de años). 

Poner a competir a artistas o escritores entre sí tiene poco sentido, más allá del reconocimiento a creadores a quienes debamos buenos ratos, poemas inolvidables, reflexiones inducidas por su obra. En ese sentido, decir su Dylan es merecedor del Nobel de Literatura resulta difícil, porque afortunadamente no hay criterios objetivos para valorar una obra literaria. Lo que sí me parece difícilmente discutible es que la suya no sea una obra literaria. Por supuesto que lo es. Y del primer nivel. Lo que Dylan hace es poesía y la poesía es literatura así que, evidentemente, Dylan sí es un lógico aspirante a ganar este premio. Si lo merece o no ya es opinión de cada cual

Es fútil y no conduce a nada este debate, pero en todo caso se podrá argumentar sobre la calidad literaria del autor de poemas legendarios a los que puso música como Like a Rolling Stone o Blowin in the wind. Las obras de Dylan son una de las mejores formas posibles de conocer la historia de Estados Unidos en el siglo XX. Sus temas son poemas a los que pone música, pero nadie adora a Dylan por cómo canta o toca la guitarra, ni desde luego se le ha concedido el Nobel por esto último, sino por la calidad de sus creaciones, por la belleza y lucidez de sus poemas, porque si algo demuestra la polémica, muy divertida, insisto, sobre los méritos del juglar estadounidense para llevarse el Nobel es que la idea general de literatura más extendida parece limitada a un soporte (el libro, no sé si en papel o vale también el electrónico). 

Leyendo ciertas reacciones, da la sensación de que hay quien considera la poesía, pues de eso hablamos, un género menor, impropio de ser reconocido por el galardón más prestigioso (signifique lo que signifique un premio cuando hablamos de creaciones literarias, de emociones, de algo tan intangible e imposible de medir). Yo creo justo lo contrario. Por eso celebro el galardón. No sólo porque reconozco la obra de Dylan, excepcional, sino porque abre las puertas de lo que entendemos por literatura y supone un reconocimiento a quienes crean mundos con palabras y después, como armonioso añadido, como acompañamiento, le ponen música. Pero en el origen están sus creaciones, sus letras, que son literarias (las buenas, claro) y que no tienen nada que envidiar a las grandes novelas. 

Quizá, como escribe hoy Sabina en El País, el Nobel le ha llegado a Dylan un poco tarde. Tal vez, sostienen otros, lo merecía más Leonard Cohen. Pero con Dylan, quien anticipó como nadie en sus canciones el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos en los 60, el mismo que influyó en grupos míticos como The Beatles (y tantos otros hasta nuestros días), se ha abierto una puerta. Y por ella ha entrado aire en la algo anquilosada Academia sueca. Los poemas de Dylan también son literatura. Disfrutemos de ella. Quizá incluso es posible que haya quien conozca algo más las letras del autor a raíz de este galardón. No le han dado el Nobel a un cantante. Le han dado el Nobel a uno de los más influyentes y brillantes juglares de nuestro tiempo

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