Océano África

Si nos pidieran situar en el mapa casi cualquier país africano nos equivocaríamos de pleno. No es sólo una cuestión de pocos conocimientos de geografía. Lo que desconocemos de África es casi todo. Por eso resulta tan apasionante y necesario Océano África, de Xavier Aldekoa, un compendio de reportajes, una gran crónica del continente negro, una delicia que ayuda con claridad y desde una mirada desprejuiciada a las tradiciones, formas de vida y dramas cotidianos de África. El libro permite conocer algo más este inmenso y olvidado continente. Y también resalta el valor del buen periodismo, el de ir a un lugar remoto y contar lo que pasa, ese que da voz a quien no la tiene. En la mejor tradición de crónicas de viajes y periodismo, con compromiso y cercanía hacia las personas en cuya cotidianidad nos introduce, Aldekoa, corresponsal de La Vanguardia en África, plasma sus vivencias en una obra excelente que sirve para comprobar que el buen periodismo siempre tendrá sentido. 

Lo mejor del libro es que no tiene ninguno de los estereotipos o prejuicios que, de entrada, uno podría temer de una obra sobre África. Relata las míseras condiciones de vida de muchas personas, las corruptelas de sus gobiernos y la explotación descarada de grandes compañías europeas y chinas (cada vez más chinas) que sacan partido de los recursos naturales de aquellas tierras. Pero va más allá. Entra en tradiciones y costumbres de los distintos países, viaja el autor, y con él todos los lectores, en el transporte público que emplean los ciudadanos locales. Nos introduce en rituales como la negociación de una dota en una aldea. Sin la mirada condescendiente y prejuiciosa propia de Occidente. Con humildad y más afán de comprender que de juzgar


"Yo viajo a África para explicar que una niña congoleña se ata bolsas de plástico a los pies porque no tiene zapato. Para intentar entender que en el Congo la gente no mata por salvajismo, mata por interés. Como en cualquier parte del mundo. Y para contar también que hay gente que no mata. Personas anónimas que, cuando todo se hunde a su alrededor, deciden proteger a los suyos, arriesgarse a ayudar al vecino y aceptar que pueden morir en el intento. Personas que solo quieren vivir sus vidas y que les dejen en paz. Personas que, cuando el mundo se va al infierno, eligen tener el valor de ser seres humanos. Hay millones de personas así en África", escribe el autor en uno de los pasajes más emocionantes de la obra, que toma su nombre de una reflexión del maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski, quien escribió en su obra Ébano que África es "todo un océano", que en realidad no existe y "sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos África". 

Nos sumerge el autor en ese océano que, como ocurre con el mar, sólo cuando se llega hasta sus profundidades se puede observar el "mundo lleno de vida y diversidad" que esconde. Nos acerca Aldekoa a distintos países de África. Nos habla del optimismo casi antropológico de los africanos, "A diferencia del Viejo Continente, donde el optimismo se basa en la lógica o en la razón -uno es optimista porque hay motivos para serlo-, el optimismo africano nace del deseo", escribe. 

Gracias a Océano África conocemos también la vida de los pigmeos y de los san. Los pigmeos son los pobladores más antiguos de la selva de África central, de la que ahora son expulsados por la civilización. El gobierno camerunés les pide los papeles de propiedad de ese espacio donde viven desde siempre, pero "un pigmeo no entiende cómo se puede ser propietario de los árboles o de las piedras". En cuanto a los san, es asombrosa su historia. También cercados por la civilización, por el asedio del gobierno de Botsuana, que prohíbe a los san, un pueblo milenario, cazar en el desierto del Kalahari, el único lugar donde pueden mantener su forma de vida tradicional. 

El libro va más allá de lo exótico, de esa mirada deslumbrada a los bosquimanos, a la conexión impresionante con la naturaleza de estas personas, su modo de vida totalmente distinta a la nuestra. Cuenta el autor que en ningún otro sitio como allí se ha sentido más extraño, más extraterrestre. Los san, escribe, no saben muy bien qué es ese mundo exterior al que ese periodista quiere contar su historia. Va más allá, sí. Habla también de las guerras que sacuden África, de los enfrentamientos generados en su origen por la distribución del continente con escuadra y cartabón al gusto de las naciones colonialistas europeas. Pero de nuevo aquí, a la hora de hablar de conflictos, el autor huye de grandes tratados, de explicaciones étnicas simplistas. Se acerca a las personas. Busca qué hay detrás de quienes sufren la violencia, pero también de quienes la infligen. "Lo más inquietante de la guerra, de cualquier guerra, es que no hay nadie absolutamente malvado", cuenta después de ver a un mercenario retratarse sonriente frente a un campo de flores violeta. 

En mitad de la devastación de la guerra, siempre hay personas que permiten mantener algo de confianza en la humanidad, que ayudan a los más vulnerables. Como el cura de La peste, que proclama que "hay que ser ese que queda", Aldekoa nos presenta a activistas, miembros de ONG y religiosos que hacen una labor excepcional en el continente africano. Como sor Angelina, en República Centroafricana. "Claro que creo que esto puede convertirse en un genocidio, pero si yo me voy, ¿esta gente adónde va?". Así de sencillo. Así de ejemplar. Así de admirable. En el libro también asistimos junto al autor al nacimiento de un país, Sudán del Sur, y a cómo de la ilusión por la independiente del norte surge después un conflicto violento y desgarrador. También observamos cómo el periodista se sufragó por su cuenta y riesgo el viaje a Sudán del Sur para cubrir el voto de independiencia, porque entonces la crisis sacudía ya con fuerza al periodismo y, además, los recursos estaban concentrados en la primavera árabe y en Japón, con su devastador terremoto. De nuevo, el autor narra este episodio sin un ápice de victimismo. Es así y punto. Él quiso estar allí para contarlo. Periodismo puro. 

Hay muchos fragmentos del libro durísimos, como aquel en el que una madre cuyos hijos pasan hambre se desentiende de un niño abandonado por sus vecinos, igualmente desnutrido y condenado a morir. O ese otro en el que se cuenta cómo, en las tiendas de Somalia se pintan latas o botes porque "como el 62% de los somalíes no sabe leer, ésa es la forma de anunciar lo que los clientes podían encontrar en aquel comercio". 

Explica bien el autor la creciente presencia de China en África, cómo el gigante asiático no ve sólo en el continente africano un lugar lleno de recursos, sino también una población muy joven, un mercado potencial inmenso, que es una bomba demográfica. Quizá uno de los capítulos más interesantes, y es mucho decir, sea Edén Contaminado (página 175), en el que se narra una tragedia ecológica causada por la irresponsabilidad y falta de diligencia de Shell en Nigeria. Océano África hace honor a su nombre, por la inmensidad y la variedad de las historias narradas. Es una joya. 

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