Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real

Somos muchos los que pensamos que la historia juzgará severamente a Europa por su insolidaria respuesta al drama de los refugiados y su flagrante incumplimiento del Derecho internacional. Por eso es de agradecer que pensadores como Sami Naïr adelanten ese juicio y plateen una crítica demoledora a la muy deficiente, o directamente inexistente, política de acogida de la Unión Europea. De los muchos errores cometidos por la Europa oficial en los últimos años, sin duda el más irreparable, el más desgarrador, es la forma de desentenderse de los seres humanos inocentes que escapan de la guerra y la miseria. Europa no ha estado a la altura de su propia imagen, ha incumplido sus principios fundacionales. La Europa oficial, y con ella buena parte de la sociedad europea, no puede mirarse al espejo sin sentir vergüenza de sí misma. 

En Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real, Sami Naïr plantea, en efecto, una propuesta para mejorar la atención de las personas que huyen de la guerra o del cambio climático, reconocidos como refugiados, y también para los seres humanos que escapan de la pobreza, de la absoluta falta de oportunidades. Y comienza el catedrático de Ciencias Políticas recordando una obviedad, una lección de la historia que, como la mayoría, tiende a olvidarse: las migraciones han existido siempre y siempre existirán. Nunca dejarán las personas pobres de buscar una vida mejor lejos de su hogar, donde nada tienen. 


El libro reflexiona sobre el rumbo que está tomando Europa, sobre su deriva ética. Es muy contundente la crítica a Alemania. Explica el autor cómo Angela Merkel encabezó, fugazmente, la respuesta europea a los refugiados, con un admirable compromiso de solidaridad. Pero duró poco. Entre otras razones, porque la opinión pública germana se volvió en contra de la canciller. Y es esta verdad incómoda, el alineamiento de una parte importante de la sociedad europea con el racismo y la falta de respeto a los inmigrantes y refugiados, uno de los aspectos que el autor olvida, o que toca sólo de pasada. Bien pronto deja claro en el ensayo que la responsabilidad absoluta de la incorrecta atención a estas personas es de los gobiernos europeos y no de la sociedad. Parte de razón tiene, claro. Pero, por doloroso, incomprensible e injusto que resulte, no debemos obviar que muchos ciudadanos no sienten la más mínima compasión por estos seres humanos. 

Habla, por ejemplo, del Brexit. Y parece reincidir en una idea escuchado con frecuencia tras el referéndum británico para salir de la UE, aquel que dice que los británicos se van de Europa porque ésta está renunciando a sus principios, porque está siendo muy insolidaria. Más parece todo lo contrario. Se van porque quieren ser todavía menos solidarios, porque no quieren a extranjeros en su isla. El Brexit fue un voto fundamentalmente xenófobo, de cerrarse en uno mismo, de rechazar al diferente. No fue una consecuencia de las políticas insolidarias e inhumanas de la UE, sino una apuesta por redoblar ese desprecio a los extranjeros. 

Por lo demás, la obra es lúcida y da en el clavo en muchas cuestiones, como la crítica a muchos gobiernos de Europa del este. Reflexiona el autor sobre la paradoja de que la Convención de Ginebra de 1951 sobre los refugiados se escribió pensando en los ciudadanos de las repúblicas soviéticas que huían de la URSS. De ahí proceden esos países que, como Hungría, Polonia, República Checa o Eslovaquia, no han aceptado las cuotas de refugiados que les corresponden. Esos países que hace no tanto protagonizaban éxodos como los de los refugiados sirios, se niegan a acoger a quienes hoy están en su papel. Países que han vivido en sus carnes el drama de la inmigración, que es siempre un drama para quien emigra, no para el que acoge, muestran ahora su cara más inhumana, más egoísta. 

Repasa el autor el surgimiento de formaciones de extrema derecha en Europa, que recuerda a algunos de los peores episodios más negros de la historia de la humanidad. Parece mentira que Europa no esté vacunada contra extremismos, movimientos identitarios y xenófobos, pero es así. En Francia se enseñorea el Frente Nacional de Le Pen. En Alemania, ¡Alemania!, ganan fuerza formaciones neonazis. En Dinamarca, el otrora paraíso nórdico, también se aprueban medidas para limitar la inmigración. Esta crisis ha provocado que caigan muchos mitos. El de la Europa solidaria, en general, pero también el de algunos de esos países que considerábamos ejemplares, pero que llegada la hora de la verdad se han replegado sobre sí mismos, viviendo de espaldas al drama de tantas personas que claman por su ayuda. 

Pocos países se libran de las críticas razonadas del autor, incluido Grecia, por la forma de aceptar el bochornoso tratado promovido por Alemania en el que la UE acordó externalizar la gestión de la mayo catástrofe humanitaria desde la II Guerra Mundial, expulsando de forma irregular a los solicitantes de asilo a Turquía. Recuerda Naïr que los países fronterizos con Siria son los que más refugiados acogen, en una proporción infinitamente mayor sobre su población y su PIB que Europa, cuyos compromisos de acogida, que además se están incumpliendo, son muy modestos. 

Expulsiones en caliente, acuerdos impresentables, reconocimiento como países seguros a Estados que violan los Derechos Humanos, incumplimiento del Derecho Internacional con el que se ha comprometido Europa, racismo por parte de las autoridades, acoso a los refugiados, rechazo a los musulmanes en un repugnante intento por equiparar el Islam con el terrorismo (como si no huyeran de este último muchos de los refugiados), abusos a mujeres, engaños a los refugiados, rutas peligrosas en las que las mafias cuentan con el beneplácito cómplice de funcionarios, muertes a diario en el Mediterráneo... La obra hace un exhaustivo relato de los horrores que están pasando, que suceden frente a nuestras costas sin que parezcamos inmutarnos

El libro llama a la respuesta, a un cambio, no sólo legal, ofreciendo un pasaporte de tránsito a los refugiados y una gestión europea acordada de la emigración económica, sino también de mentalidad de actitud. No podemos permanecer impasibles ante tanto sufrimiento. Naïr acierta al denunciar el economicismo imperante en la UE y también al incluir en su obra reflexiones de miembros de ONG y activistas que han dado un paso adelante y atienden a los refugiados. Su voz, su denuncia de las injusticias, su compromiso, muestran el camino a seguir, Sólo su actitud permite creer en que no todo está perdido, en que el ser humano puede comportarse como tal, en que hay esperanza. 

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