Buenos Aires

Federico García Lorca visitó Buenos Aires en 1933, invitado por la Asociación de Amigos del Arte, con la intención de quedarse unas pocas semanas. El poeta granadino se enamoró de la capital argentina y estuvo allí desde octubre del 33 hasta marzo del 34, hospedado en la habitación 704 del Hotel Castelar, donde hoy, cada miércoles, se celebran visitas guiadas para recordar, en esa estancia donde soñó y vibró con los aires porteños el genial poeta, sus pasos por la ciudad. "Buenos Aires tiene algo vivo y personal; algo lleno de dramático latido. Yo sé que existe una nostalgia de la Argentina de la cual no quiero librarme", escribió Lorca. Sus huellas en la ciudad están por todos lados, como el café Tortoni, uno de tantos cafés literarios de Buenos Aires, hermoso, que expone dentro una imagen del poeta, al igual que de otros muchos escritores. Un espacio bellísimo repleto de placas en la entrada, como la que reza "viejo Tortoni, refugio fiel de la amistad junto al pocillo de café" o esa otra de Arturo Berenguer Carisomo, en la que recuerda "el querido Tortoni, que tantas veces dio hospedaje a grandes artistas, a mí -tan modesto-, para escribir en sus mesas de oro". El café Tortoni se fundó, en el 825 de la Avenida de Mayo donde aún se encuentra, en el año 1858. 

La primera obra de Jorge Luis Borges fue el libro de poesía Fervor de Buenos Aires. En él, escribió que "las calles de Buenos Aires ya son mi entraña". Nacido en la capital argentina, el genio que escribió El Aleph, Ficciones, El libro de arena o Historia Universal de la Infamia, remarcó en varias ocasiones la pasión que sentía por su ciudad natal. Quizá nunca de forma tan contundente e intensa como en esta aseveración: "Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso". Ese algo al que alude Borges, ese encanto especial y difícilmente descriptible de la ciudad, lo detalla con una perfecta falta de precisión, con una deliciosa ambigüedad, el poeta y compositor Horacio Ferrer, que comenzó su  tango Balada para un loco recitando que "las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?". Es exactamente eso, "ese qué se yo". 

Las alusiones a escritores que amaron Buenos Aires no son casuales. La capital argentina es, por encima de cualquier otra consideración, una ciudad literaria, cultural, artística. Con librerías en cada rincón, con multitud de teatros. Se paladean las palabras que salen de las tablas, de las miles de obras de tantos espacios llenos de libros, ensayos, poemas, novelas, de las placas conmemorativas... Por ejemplo, uno no puede evitar pensar que allá, donde Lorca estuvo sólo unos meses, se le recuerda y admira más que en su propio país, donde a los pocos años de volver de Argentina fue asesinado y donde aún hoy no se sabe dónde están sus restos mortales. Solemos comparar países según su PIB y no sé si existe en alguna lado otra estadística, la del número de librerías por habitantes. El dato en Buenos Aires debe de ser altísimo. Y es el principal aliciente de esta hermosa ciudad que cautiva. 

También fue Borges quien dijo que siempre había pensado que el paraíso sería algún tipo de biblioteca. En ese caso, El Ateneo Grand Splendid bien podría ser una recreación en la tierra del paraíso borgiano. Allí donde había un teatro, el Grand Splendid, se levantó esta librería, un lugar de ensueño para los amantes de las letras, un espacio de visita obligada. No diremos que cruzar el charco vale la pena sólo por entrar en ella, pero simplemente porque uno no quiere ser tildado de exagerado. Volví dos veces en los cuatros días que estuve en la ciudad y tengo la sensación de que, de vivir allí, sería sin duda mi sitio preferido de Buenos Aires, el más visitado con cualquier pretexto. Libros y más libros, una cafetería en lo que antes era el escenario del teatro y salas de lectura, en los antiguos palcos teatrales, para poder disfrutar de obras que uno toma de la misma librería. Un lugar fabuloso, único. Aparece siempre en lugar destacado en los ránking de las mejores librerías del mundo. Desde luego, es la más hermosa en la que he estado. Allí compré una antología del cuento argentino, editada por El Ateneo, la editorial propietaria de esta joya. Viviendo como vivo en un país donde se han cerrado multitud de librerías en los años de la crisis, agrada ver tal presencia de espacios donde comprar libros, hasta en los quioscos. 

Otro espacio cultural de visita obligada es el Teatro Colón, el gran teatro de ópera de Buenos Aires, construido a imagen y semejanza de los templos musicales europeos. Se le compara con la Scala de Milán o con la Ópera de Viena, y se dice de él que tiene la mejor acústica del mundo. Es un teatro formidable, bellísimo, con salas preciosas que recuerdan a grandes compositores, con cristaleras coloridas donde aparecen las musas, columnas y escaleras de mármol, lámparas grandísimas. Y entre tantas maravillas, que más parece aquello un museo que un teatro, hay una escultura prodigiosa de mármol, en la que Cupido susurra algo al oído a su madre Venus, quien guarda las flechas de su hijo. 

Si se habla de cultura y Buenos Aires hay que hablar, claro, de tango, el estilo musical más famoso y reconocido de Argentina. Hay muchas salas donde se ofrecen espectáculos de tango, aunque no es difícil encontrarlo también por las calles. La foto de arriba está tomada en la Plaza de Mayo, donde se encuentra la Casa Rosada y donde se celebran cada jueves las protestas de las madres de los desaparecidos bajo la dictadura militar. El barrio de Boca, en concreto, el Caminito, inspiró uno de los tangos más populares. Parte de su letra puede leerse en una plaza que le recuerda en este colorido rincón de la ciudad, con los conventillos, esas casas precarias donde vivían, alquilando habitaciones, muchas personas. Es, dicen los guías, la parte más peligrosa de la ciudad, donde conviene ir sólo a la zona turística y, a ser posible, acompañado. Vale la pena. Es muy singular. "Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar. He venido por última vez, he venido a contarte mi mal...". 

No pretendo enumerar aquí todos los puntos de interés turístico de Buenos Aires, entre otras razones, porque el artículo no terminaría nunca. Pero sí hay algunos otros escenarios inolvidables de esta primera parte de un viaje memorable que iré relatando los próximos días. Y uno de esos espacios es la Avenida Corrientes, la calle de los teatros, las librerías y las tiendas de discos, que da a parar al Obelisco, símbolo de la ciudad, insertado en la Avenida 9 de julio, la más ancha del mundo, que recibe su nombre por la fecha en la que se declaró la independencia del país. También se encuentran referencias a ese hecho histórico en la Catedral Metropolitana, donde el suelo, con pequeñas piezas colocadas una a una en un mosaico fabuloso, no se puede dejar de contemplar. En la catedral, donde también se recuerda al papa Francisco, que fue obispo de la ciudad, se encuentra el mausoleo del general José de San Martín, libertador de Argentina, Chile y Perú.

El barrio de San Telmo, que para mí será siempre el barrio donde me hospedé en Buenos Aires o, mejor, el barrio donde me hospedé en mi primera visita a Buenos Aires, tiene un toque bohemio que atrapa, especialmente los domingos, cuando se celebra la feria de antigüedades y hay muchos puestos con toda clase de artilugios y objetos, por supuesto, también libros (cayeron dos ediciones antiguas de sendas obras de Borges), por todo el barrio. Se hace en torno a la plaza Dorrego, que está terminando unas obras, por lo que la feria invade las calles adyacentes. Es un espectáculo digno de ver. 

Palermo, con su bosque, sus jardines y su rosedal, los pulmones de la ciudad, también merece una visita. Igual que el cementerio de la Recoleta, donde descansan los restos de muchos personajes históricos de Argentina, como Eva Perón, en el mausoleo de la familia Duarte. Es un lugar más bien macabro, un cementerio, pero resulta más bien un museo al aire libre, con lápidas y grandes esculturas. También con mensajes interesantes y peculiares. Rescato dos. Una, en la tumba de "Facundo", en cuyo honor "los residentes riojanos en Buenos Aires" pusieron una placa en la que se dice de él que fue "libre por propensión y por principios". Otra placa hermosa es la de Alberto Diana Lavalle, quien aparece con una guitarra y de quien se afirma que fue "artista de la guitarra y de la amistad". Hablando de placas, en la Avenida de Callao levantó una la Liga Argentina de la Cultura Laica a Onésimo Leguizamon, periodista, diplomático, catedrático y legislados, en la que recuerda que "sólo los pueblos educados son libres". 

Otro edifico imponente de Buenos Aires es su Congreso. Con la famosa escultura de El Pensado de Rodin, y esa imponente cúpula del Congreso, sede de la soberanía nacional, de fondo. A ambos lados de la entrada se leen fragmentos de la Constitución argentina de 1853. En el manifiesto de congreso general constituyente se pide al pueblo argentino "en nombre del pasado,  y de las desgracias sufridas, obediencia absoluta a la Constitución que han jurado. Los hombres se dignifican postrándose ante la ley porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos". La pintada de un símbolo anarquista discrepante, por cierto, dificulta algo la lectura de este hermoso texto. Como lo es el preámbulo de la Constitución, que establece que su objetivo es "afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en suelo argentino". 

En la capital se ve, por cierto, una importancia agitación política, un año después del triunfo de Macri en las elecciones. Como en todas partes, hay opiniones para todos los gustos. Encontré quien criticó severamente al nuevo presidente (con una gran manifestación de los sindicatos que pedían una ley de emergencia social) y quien le apoyó, atacando a la administración anterior y sus corruptelas. 

Buenos Aires tiene muchos museos. Destacan dos pinacotecas, el Museo Nacional de Bellas Artes, de entrada gratuita, y el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Este último reúne arte moderno, es un museo original, que se dedica sobre todo a rescatar el recuerdo de las poblaciones originarias de América Latina, crítico con el olvido a sus culturas tras la conquista de América. También reúne poemas y mensajes comprometidos contra el racismo, por ejemplo, en Verboamérica, fruto de una investigación de dos años, donde hay obras, por cierto, de Frida Kahlo.  Los indígenas, las voces acalladas, las minorías arrinconadas, se dan cita en esta muestra, donde leemos, por ejemplo, el poema Me gritaron negra, de Victoria Eugenia Santa Cruz, donde dice: "De hoy en adelante no quiero/ laciar mi cabello/ no quiero/ Y voy a reírme de aquellos/ que por evitar -según ellos-/ que por evitarnos algún sinsabor/ Llaman a los negros gente de color/ Y de qué color/ NEGRO/ ¡Y qué lindo suena!". 

El MALBA tiene también exposiciones temporales de lo más originales, como una difícilmente descriptible, Réquiem, de Carlos Motta, en la que se reflexiona sobre la relación de la religión católica con la muerte y con las "sexualidades diferentes", donde vemos un vídeo de una teóloga feminista queer, planteando una forma distinta de entender el catolicismo. También es muy interesante la exposición con las obras escultóricas de Alicia Penalba. El Museo Nacional de Bellas Artes, más clásico, reúne obras de grandes autores de distintas épocas, como El Greco, Picasso, Rodin, Manet o Van Gogh

El color de Buenos Aires en primavera es el del jacarandá, un árbol que en primavera tiene una hermosa flor violeta que tiñe toda la ciudad. Una ciudad que, como nos contó una guía, "es la más europea de acá". Y, en efecto, uno se siente como en casa. Algunas de sus calles bien podrían ser grandes avenidas de Madrid, Barcelona o París. "Todos los visitantes europeos encuentran rincones que son como su país", me dijo un taxista. Europea y, a la vez, con su esencia propia. Una ciudad llena de vida. En una librería escuché una conversación más bien profunda, sobre el sentido de la vida, en la que un hombre le dijo a la librera que "todos somos inmortales hasta que nos morimos", frase que invita a disfrutar de la vida. Buenos Aires es un lugar inigualable para hacerlo. Dijo Lorca al marcharse de la capital argentina que "en cada calle, en cada paseo, dejo un recuerdo mío", y es lo que siente todo viajero que dice adiós, o mejor, hasta la próxima, a Buenos Aires.

Mañana: Perito Moreno. 

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