Contaminación en Madrid


Finalmente el Ayuntamiento de Madrid ha eliminado las últimas restricciones al tráfico, por una mejora de la calidad del aire a causa de la menor afluencia de vehículos de estos días de puente. Así que todos los conductores respiran aliviados, porque podrán seguir yendo a comprar el pan en coche y no tendrán que pasar por la terrorífica experiencia de recurrir al transporte público. Las preocupaciones de los ciudadanos ante la posibilidad de que el consistorio tuviera que activar el tercer escenario de su protocolo contra la contaminación, que restringía el tránsito de coches a la mitad, impediría aparcar en el centro y reduciría la velocidad máxima permitida en la M-30, revela bien la escasa concienciación con la protección del medio ambiente. 


Parecía como si lo inquietante de todo esto no fuera la enorme y tóxica polución que sufrimos los ciudadanos, sino las incomodidades que causaría la prohibición de circular en coche. Es muy revelador. El medio ambiente importa entre muy poco y nada a la mayoría de los ciudadanos. No sólo el medio ambiente, también su salud. Es como si no fuera con ellos, como si esa boina formara ya parte del paisaje, pero no fuera una amenaza real. Como si fueran otros los que tendrán todas las papeletas de sufrir problemas respiratorios y enfermedades graves a causa de la polución, no ellos. El debate, por llamarlo de alguna manera, de estas últimas horas en Madrid refleja con precisión las lagunas en el compromiso ciudadano contra un problema real, el de la contaminación en las grandes ciudades. Vale, todo eso está muy bien, pero que no me toquen mi coche. 

Lo importante aquí, por aclarar, no es que unos u otros puedan ir a trabajar en coche o no. Lo importante es que las mediciones de contaminación alcanzan niveles irrespirables, peligrosos para la salud. Y, como es lógico, en esta situación cualquier administración pública responsable debe tomar medidas. El hecho de que todas las demás grandes ciudades europeas tengan restricciones similares, o incluso más contundentes, contra la polución excesiva (París, Londres, Berlín...) no ha impedido a los críticos con Manuela Carmena utilizar este asunto para criticar al Ayuntamiento. Pero esto no va de política de bajos vuelos ni de la incomodidad agobiante que para algunas personas supone usar el transporte público, sino de un grave problema de polución contra el que se debe actuar, moleste o no a quien no se baja del coche ni para ir a la vuelta de la esquina. 

Es cierto que la organización del Ayuntamiento con este problema ha sido deficiente. Por mucho que sostengan que las mediciones que valen son las de la noche, lo cual defienden sin duda con argumentos técnicos de los que los demás carecemos, no resulta operativo que se comunique la decisión final sobre las restricciones finales de tráfico para el día siguiente pasadas las once y media de la noche. Quien madruga mucho ya está dormido a esas horas. Para organizarse sería necesario conocer antes la decisión, que no es una decisión arbitraria del Ayuntamiento, no es que Carmena quiera fastidiar a los conductores, sino que se basa escrupulosamente en las mediciones de la calidad del aire. 

Está claro que este es un fallo del Ayuntamiento. Pero, insistimos, lo importante de todo esto, ya lo sentimos, no es que los sufridos conductores tengan que circular más lento o que alguien, qué horror, se vea obligado a coger el Metro. Lo grave aquí es la contaminación. Y es necesario actuar y concienciar a la población. No es opcional. Si hay niveles excesivos, se aplicará este protocolo. Como debe ser. Y no hay vuelta de hoja ni debate posible. Ahora bien, lo que deben hacer las administraciones públicas, Ayuntamiento y Comunidad de Madrid, es reforzar los servicios de transporte público. En París, el consistorio da ayudas para la compra de bicicletas. Imagino que una medida así aplicada en Madrid se tildaría al instante de ocurrencia de Carmena, de despilfarro y mamandurria. Pero es un ejemplo de cómo las autoridades municipales de grandes ciudades europeas toman medidas para reducir la contaminación. Fomentar el uso de la bicicleta es una de ellas. Mejorar el servicio de los transportes públicos, aún por encima de muchas ciudades europeas, pero deteriorado estos últimos años de crisis, debería ser otra,

Las autoridades deben abanderar la lucha contra la contaminación, que es una tarea que persigue tanto conservar el medio ambiente como evitar los graves problemas de salud que acarrea la polución, también para los que se exaltan porque les obligan a circular a unos kilómetros por hora menos, o les impiden aparcar en el centro. Pero la clave aquí está en los ciudadanos. Y el problema es que muchos siguen pensando como Javier Marías, que en un artículo publicado hace unas semanas, La capital maldita, se lamentaba amargamente porque en Madrid se corta con frecuencia el tráfico por las calles del centro los fines de semana para iniciativas como el Día de la Bicicleta, por ejemplo. Y, claro, como todo el mundo sabe en Madrid no hay trenes ni Metro, por lo que el pobre escritor y todos los demás habitantes madrileños se quedan sin poder acceder al centro. Este artículo revela una nula preocupación por el medio ambiente que es mucho más común de lo deseable. Y también revela que hay muchas personas que no conciben montar en el Metro. Deberían probar. No es tan malo como imaginan. Y, además, le daría ideas para sus novelas (excepcionales, por otro lado). 

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