Operación Triunfo

Efectivamente, voy a escribir de Operación Triunfo. Era esto o hablar de Pedro Sánchez, pero ya habrá tiempo para opinar de la campaña del exsecretario general del PSOE. No faltaron ayer comparaciones en Twitter, por cierto, entre la cobra que le hizo Bisbal a Chenoa tras su esperada interpretación de Escondidos y el empeño de Sánchez, frente a la negativa de los poderes fácticos. Pero ese es otro cantar. TVE concluyó ayer la serie de especiales para rememorar los 15 años de OT, el último gran fenómeno televisivo. 15 años ya. El momento más comentado de la noche fue la actuación de Bisbal, el artista que más ha triunfado de los que salieron de la Academia, con Chenoa, la más artista de los 16 entonces y ahora. 

El concierto, que llenó el Palau Sant Jordi de Barcelona, no pasará a los anales de la historia por su calidad musical. El sonido, al menos el que llegaba por televisión, era pésimo. Pero eso no importaba demasiado. El concierto, como los tres documentales emitidos las últimas semanas por TVE, fue una inyección de nostalgia en vena. No iba tanto de OT ni de los 16 chavales anónimos que triunfaron (unos más que otros, claro) en el mundo de la música. Tampoco de música, que es lo que les unió y lo que congregaba cada semana a millones de espectadores ante el televisor para seguir las galas. Ni siquiera de cómo tantas personas se vieron reflejadas en sus jóvenes que perseguían un sueño. El reencuentro de OT va, sobre todo, de nosotros mismos. De nosotros hace 15 años. Pura manipuladora, dulce e irresistible nostalgia. Garantía de éxito. 

El programa se llamaba Operación Triunfo y, en efecto, algunos concursantes triunfaron más y otros menos. Estos últimos abrieron el concierto y asumieron el mismo protagonismo que el resto, por obra y gracia de Juan Camus, el cascarrabias del grupo, el pitufo gruñón, quien tuvo desavenencias con la productora y batalló para que los 16 triunfitos pudieran cantar al menos una canción en solitario. Él se llevó dos, de propina, aunque, por más que lo pedía, casi nadie del público cantó con él. El resto de concursantes con menos éxito agradeció a Camus el detalle. La selección del repertorio fue dudosa, con más temas propios de los concursantes, de sus primeros discos, que de los que interpretaron en el programa. Pero, de nuevo, daba igual. Hasta la charanguera y simplona Te quiero más, de Fórmula Abierta, se celebró ayer con una sonrisa.

Poco importaba que alguno que otro desafinara. Se trataba de recordar con nostalgia este programa, que fue más que un programa de televisión, y resucitar por unas horas el fenómeno fan de entonces. Ya nada es igual, pero siempre gusta rememorar el pasado. Los recuerdos todo lo dulcifican. Creo que ninguno de los seguidores de OT recordábamos semejantes atuendos en las galas, más bien horteras. Entonces no nos lo parecían, claro. Además de para recordar, la noche de ayer sirvió para imaginar cómo habría sido OT con Twitter. Sin duda, mucho más divertido y ácido

Muchos habíamos perdido la pista por completo a la mayoría de los triunfitos, y desde luego no hemos seguido la trayectoria musical de ninguno de ellos. Pero da igual. Fue agradable volver a verlos juntos, como un amigo de la escuela con el que no hablas desde hace años pero que, por alguna razón, celebras encontrar pasado el tiempo. Uno ha cambiado sus gustos musicales, de hecho, los ha ido haciendo, porque entonces andaban muy difusos. Y no casan con el estilo del programa. Pero, de nuevo, poco importa. Fue entretenido recordar esas canciones, igual que lo es acudir cada año a Cortylandia, para tararear ya rondando la treintena su estribillo bobalicón. Se llama nostalgia y siempre funciona como reclamo. 

Fue agradable volver 15 años atrás, por mucho que con este reencuentro de OT hayan regresado también las críticas furibundas a ese formato, al que no pocos culparon poco menos que de la desaparición de la industria musical. Es esa costumbre de meterse con las aficiones de la gente, ya sea Haloween u OT. Y qué más le dará a quien no le guste que otros disfruten con ello. Sabemos que Operación Triunfo no fue ninguna cumbre musical. Pero fue importante en su momento. OT no mató la música en televisión, sino que la resucitó. Es cierto que hubo saturación de triunfitos en televisión y radio, pero era porque la gente lo demandaba. Al final, siempre habrá cantantes de masas y otros con públicos más minoritarios. Yo no veo en televisión ni escucho en la radio a mis artistas favoritos. Lo asumo. Es así. Sé que nunca habrá un OT de cantautores, y está bien así. Nunca dejará de haber música, cine o libros que busquen al gran público. Si no es OT serán las canciones del verano con los infernales ritmos latinos, todas idénticas entre sí, que resuenan por todos lados. No es achacable a ellos. Siempre habrá cantantes de masas y otros minoritarios. Igual que pasa con escritores o deportes. 

El concierto de ayer fue divertido y agradable. No esperábamos un recital legendario. Cuántos libros que nos apasionaron de adolescentes pasarían el examen de una segunda lectura. Cuántas películas. Probablemente, muy pocas. Pero aun así, siempre guardaremos un recuerdo especial de ellos. Porque fueron importantes para nosotros en su momento, aunque hayamos cambiado. Porque debemos mirarlos con los ojos de entonces. Y es lo que hicimos 4,1 millones de espectadores (el 27,5% de cuota de pantalla). Retroceder quince años en el tiempo. Hoy ya podemos volver con nuestros cantantes de culto y nuestros gustos actuales. Pero anoche gozamos, y hasta sufrimos con la famosa cobra, y no vemos nada malo en ello. 

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