Trump lleva la antipolítica a la Casa Blanca

Cuando Donald Trump decidió concurrir a las primarias del Partido Republicano nadie daba un duro por las opciones de este millonario fanfarrón, racista, machista, homófobo e ignorante. Pero avanzó. Fue eliminando rivales. Cuando parecía ya próximo a ser nominado candidato a la presidencia, sonaron con fuerza voces que alentaban un golpe de mano dentro del partido conservador para evitar que ese espantajo encabezara su candidatura a la Casa Blanca. Pero Trump arrasó. "Si mañana empiezo a disparar en la Quinta Avenida no perdería ni un voto", afirmaba el millonario, famoso por los reality shows, que ha terminado protagonizando el mayor reality jamás visto. Cuando fue elegido candidato a la presidencia, todo el mundo daba por hecho que Hillary Clinton, pese a su antipatía y arrogancia, sería elegida. Las encuestas así lo aventuraban. Pero Trump ha vuelto a sorprender y será el nuevo presidente de Estados Unidos. Ahora, recordamos que el sistema institucional estadounidense funciona con contrapesos y que el presidente tiene poderes limitados. Pero, visto lo visto, hablando de Trump, es para echarse a temblar. 


El triunfo de Trump es, tras la victoria del sí al Brexit en el Reino Unido, el mayor ejemplo de la explosión populista en el mundo. Este señor ha ganado las elecciones justamente y será el legítimo presidente de Estados Unidos, por supuesto. Eso es incuestionable. Como lo es que provoca una enorme desazón que este tipo, que ha hecho del odio a los extranjeros su emblema de campaña, vaya a ser el gobernante del país más poderoso del mundo. Hoy, en su discurso, el millonario hortera y machista, el que predica que, como es famoso, puede hacer lo que se le antoje con las mujeres, Trump no ha dicho que vaya a meter en la cárcel a su rival, ni que vaya a construir un muro en la frontera de México, ni que vaya a terminar él solito con el Estado Islámico, expulsando a todos los musulmanes de Estados Unidos. Pero sí ha centrado su campaña en esas propuestas. Y es por ellas que ha ganado. 

Trump introduce la antipolítica en la Casa Blanca. La victoria del candidato republicano, además de un muy preocupante ejemplo de culto obsceno a la personalidad (y qué personalidad) es un compendio colosal de paradojas. El candidato antiestablishment, antisistema, es un hijo del sistema. Un millonario que apenas ha pagado impuestos. Alguien que critica al sistema capitalista, a pesar de haberse forrado gracias a él. Un tipo que pertenece a esa minoría rica ofreciendo soluciones y esperanza a la inmensa mayoría empobrecida. Cuesta más entender que el voto contra el sistema se haya centrado en un tipo que es el sistema en sí mismo, en toda su esencia, que aceptar que hay un descontento tan inmenso con este sistema como para que la mitad de la población estadounidense opte por romper con todo. 

También es paradójico que un personaje machista haya sido votado por mujeres. Y que un tipo racista, defensor de construir un muro que separe Estados Unidos de México, haya recibido el apoyo de algunos hispanos. De hecho, cuesta digerir que un país construido desde sus inicios sobre la base de la inmigración se eche en brazos de un candidato racista que, por cierto, tiene ascendencias extranjeras, como todo el mundo en Estados Unidos. 

Respetar la decisión de los estadounidenses es obligado en un sistema democrático, naturalmente. Igual que el voto de los británicos. Ambos desalientan, son los dos principales hitos del estallido racista, nacionalista, provinciano y excluyente que sacude el mundo. Son votos guiados por el odio al diferente, por la xenofobia. Es obvio que no todos los votantes de Trump, o eso esperamos, son igual de racistas, homófobos y machistas que él. Pero el caso es que la mayoría de los estadounidenses ha decidido llevarle en volandas a la Casa Blanca

El apoyo a Trump es un voto contra el establishment, aunque él no sea precisamente alguien humilde que pertenezca a esa mayoría que sufre las desigualdades crecientes en Estados Unidos, sino a la minoría que las perpetúa. Y es también una reacción xenófoba de una parte de la población estadounidense, fundamentalmente, los blancos (sobre todo, los que no tienen estudios, pero también los que sí), que se ven amenazados por las minorías y que parecen añorar periodos pasados en los que ellos gozaban de privilegios frente a los inmigrantes. En 2008, con la primera victoria de Barack Obama, parecía claro que jamás se podrían ya ganar las elecciones en Estados Unidos sin atraer al voto hispano, por ejemplo. Pero Trump se ha centrado en esa población blanca menguante, hablando sólo para ellos, alentando sus más bajos instintos. Y ha ganado las elecciones. 

La decisión de los estadounidenses, respetable, es preocupante. Para las personas inmigrantes saben que desde enero estará en la Casa Blanca un ser que les detesta. Para las mujeres, porque su próximo presidente será un tipo abiertamente machista que se enorgullece de ello. Para las personas más humildes, que gracias al programa de salud lanzado por Obama tenían asistencia médica, pero que ahora volverán a morir en las calles si sufren una enfermedad cuyo tratamiento no se puedan permitir. Pero también es preocupante para el mundo, por la ignorancia manifiesta de Trump, que se considera capaz de fulminar él solo al Daesh, que plantea expulsar a los musulmanes de Estados Unidos, que tiene amistades peligrosas con Putin, que estudia romper los tratados de libre comercio de su país con otras naciones, que propone cerrarse en sí mismo y promover el proteccionismo. Este tipo, el de la incontinencia verbal, controla el país más poderoso del mundo y, detalle nada menor, los republicanos tienen también mayoría en el Senado y en el Congreso. Continúa el más deprimente y planetario reality show de la historia.

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