Doña Clara

"Si os gusta, lo llamáis vintage; si no, viejo", le afea la protagonista de Doña Clara (una inmensa Sonia Braga) a sus hijos cuando éstos la intentan convencer de que abandone su casa, donde está sufriendo el asedio de una inmobiliaria que busca construir una nueva urbanización. La empresa ha comprado ya todos los pisos menos el suyo, pero ella no quiere irse. Donde los demás ven unos cuantos metros cuadrados o la oportunidad de ganar más dinero de lo que se paga el mercado, ella ve el piso donde crió a sus hijos, su lugar en el mundo.  Ni siquiera abre el sobre con la oferta económica. Sencillamente no le interesa. Aquarius es el título original de la película de Kleber Mendonça Filho. Y es todo un acierto, porque Aquarius se llama el edificio del que no quiere irse Clara, que es un personaje más del filme y que para la protagonista de la película es mucho más que un simple edificio. 

Doña Clara, encantadora, vitalista, honesta, íntegra, fue crítica musical, ya jubilada. Su casa está llena de vinilos, de recuerdos, de pedazos de vida. Es un hogar. Hay una escena del filme en la que una periodista joven entrevista a Clara. Le pregunta por la cantidad de objetos analógicos que encuentra en su hogar, tantos discos antiguos, tantos vinilos. Ella le responde contándole una hermosa historia,que demuestra hasta qué punto los objetos no son algo material y cómo un disco de segunda mano puede ser como un mensaje en una botella. Es una historia hermosa, pero la periodista le vuelve a preguntar sobre qué le parece el mp3 y los formatos nuevos de escuchar la música, a medias porque sólo busca un titular y a medias porque no ha entendido nada. 


No desprecia lo nuevo doña Clara,. pero es de esas personas que no otorgan automáticamente a lo moderno un prestigio que aún no se ha ganado, ni niegan a lo antiguo el valor que sí ha acreditado. Vive en un mundo donde se valora más lo material que lo sentimental, en el que ella y sus recuerdos, su propia identidad, su vida asociada al edificio Aquarius, son sólo una rémora del pasado, un obstáculo para una ambiciosa construcción urbanística. La cinta, sutil y deliciosa, aporta una visión humanista que da qué pensar y que regala una belleza poco frecuente. 

Plantea el filme el enfrentamiento entre la integridad de doña Clara y la religión del dinero, la fe más extendida del siglo XXI, la más vacía e insustancial. Hace una crítica social el filme, pero sin subrayados obvios, sólo dejando fluir la historia a lo largo de más dos horas que se hacen cortas, porque uno quiere quedarse a vivir en ese piso con doña Clara, con su vitalidad, con su sonrisa, con su valentía. Doña Clara antepone los sentimientos, las relaciones personales y la identidad frente al poder del dinero y el interés económico por encima de todo que caracteriza a este tiempo. La película recoge también la belleza natural de Recife y la energía y sensualidad de Brasil, con una banda sonora exquisita, y con la sexualidad muy presente, como forma de sentirse vivo. 

Es una pequeña joya, en gran medida, por la excepcional interpretación de Sonia Braga. No es habitual encontrarse en el cine con personajes de mujeres veteranas con una fuerza tan descomunal, con una personalidad tan arrolladora. Es prodigioso lo que hace Braga en cada plano del filme y es un pequeño milagro que una mujer madura protagonice una película tal y como lo hace ella, un papel tan encantador, tan inolvidable, tan rompedor y alejado de estereotipos. Sí, va muy lejos de lo que cabría esperar de la sinopsis del filme, una pobre abuelita que se convierte en heroína ante una poderosa promotora inmobiliaria. Nada de eso. Es una mujer mayor, viuda, que tiene una vitalidad admirable, más activa que muchos jóvenes, que se siente viva, que mantiene una forma sosegada y a la vez divertida de estar en el mundo. Es maravilloso que haya papeles para actrices veteranas como este, por disfrutar del talento interpretativo de mujeres como Sonia Braga, y también porque se agradece mucho ver a protagonistas mayores que salen a bailar, que se divierten, que sienten a flor de piel, que tienen mucha más vida que años. "Eres una cabezota. A veces eres como una vieja y una niña al mismo tiempo", le reprocha su hija en un momento. "Porque soy una niña y una vieja, todo a la vez", le responde. 

Doña Clara, o Aquarius, es, en fin, una película exquisita. De las más conmovedoras que he visto este año. Por la fuerza de su personaje principal, por la lección de principios, integridad y humanismo que ofrece. Por la belleza en cada detalle. Porque cada escena tiene mucha vida. Se siente, se toca con la piel, se goza y se sufre, se vive. Es una película sutil y hermosa, que consigue que 142 minutos de metraje se queden cortos. Una historia que se recuerda con mucho cariño y que es un pequeño oasis en medio de este mundo en el que todo parece medirse en función del dinero, en el que personas como doña Clara escasean, desgraciadamente. Es una joya. 

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