Stefan Zweig: Adiós a Europa

"Creo en una Europa en paz, en la que las fronteras y los pasaportes formen parte del pasado", escuchamos en una escena de Stefan Zweig. Adiós a Europa, la película de Maria Schrader estrenada hace unos días que se acerca a la vida del escritor austriaco, exiliado de su país por ser judío, defensor acérrimo de una Europa unida y persona racional devastada por el odio extendido por su querido continente. Recordar la historia de Zweig es siempre necesario. Su lucidez, su pacifismo, su defensa de la razón frente a las creencias ciegas y los fanatismos que nublan el entendimiento, su compromiso europeísta. Acercarse a Zweig, sí, es siempre necesario, pero se hace dolorosamente oportuno ahora que las fronteras no son cosa del pasado, que es Europa la que recibe (o más bien la que no está sabiendo ni queriendo recibir) a personas que huyen de la guerra y que ideologías extremistas prenden peligrosamente por distintos países europeos.

Es más, cuesta imaginar un momento más pertinente para esta película que el presente, con el que los años finales del escritor alemán tantos parecidos guarda. En las películas basadas en historias reales, más aún en los biopic, es difícil para el espectador evitar caer en la tentación de confundir el filme con la historia narrada. Se debe juzgar el trabajo cinematográfico por sus méritos propios, determinar si ha sabido captar o no la esencia del personaje que recrea. Se debe valorar, en definitiva, si la película funciona por sí sola o necesita de su referencia real para explicarse y ganar valor, si depende de la historia detrás que hay detrás de ella o aporta algo diferencial sirviéndose de esa realidad, pero añadiendo un punto de visto original. Creo que esta cinta lo consigue.



Es un acierto claro no hacer un biopic al uso, recorriendo largos periodos de la vida del escritor de El tiempo de ayer. Por el contrario, Schrader decide narrar la historia de Zweig en fragmentos, en cuatro momentos de su vida, concentrados todos en sus años finales de exilio por América. Vemos a una persona inteligente incapaz de asumir tanta devastación, tanta violencia, tanto extremismo. Como bien dejó reflejado en su obra, Zweig, convencido pacifista, cuya intervención forzosa en la I Guerra Mundial le llevó a ser aún más firme defensor del pacifismo, defendía que el mismo ser humano que había alcanzado cotas artísticas y científicas tan elevadas debía ser capaz de solventar los problemas y las diferencias sin recurrir a la violencia, sin esquivar la convivencia pacífica, sin autoengaños en forma de nacionalismos. 

Zweig fue criticado por tardar en condenar abiertamente al régimen de Hitler, pero cualquier que leyera sus textos (no en Alemania, donde fueron censurados, por judío) o escuchara alguna de sus intervenciones públicas podía entender perfectamente que el escritor austriaco, que contribuyó de forma decisiva a salvar la vida de decenas de personas a las que facilitó visados de refugiados, no podía estar más en las antípodas ideológicas de la locura colectiva del nazismo. En el filme vemos a Zweig en distintos escenarios y situaciones, nunca perdonándose del todo que él sí haya podido escapar de la barbarie, a diferencia de tantas miles de personas que lo padecían a diario.

Primero, le vemos en una recepción oficial en Brasil, país del que se enamoró y donde el autor cree encontrar un ejemplo de convivencia entre distintas razas, muy distinto de los ecos de guerra que llegan de su querida Europa, en proceso de suicidio por entonces. Después observamos a Zweig en un congreso de escritores en Buenos Aires. Este pasaje ofrece uno de los momentos más intensos del filme, de los más conmovedores, sobre todo, cuando se menciona, uno a uno, los nombres de todos los autores alemanes (o de los países invadidos por la Alemania de Hitler) perseguidos y censurados. Más tarde observamos al escritor en Nueva York, junto a su primera esposa, sin terminar de adaptarse en la gran ciudad. Demasiada gente, demasiado ruido. Él sólo quiere escribir, porque defiende que es a través de sus obras cómo deben hablar los artistas. 

Volvemos a encontrarnos a Zweig en Brasil, donde se asentó finalmente, aunque nunca llegó a adaptarse a un país que sería el ideal para empezar una nueva vida, dijo el autor, pero si tuviera fuerzas para ello. Hay un acto en su honor surrealista en un pueblo brasileño, donde, entre la torpeza del homenaje al escritor, de repente surge un momento de gran intensidad dramática, cuando Zweig se emociona al escuchar a una banda de música interpretar (destrozar, más bien) el Danubio Azul. Pese a su discutible estilo, aunque suena sólo regular, el escritor se emociona de forma sincera, porque la melodía evoca a su Viena natal, a ese mundo que conoció y que ya no existe, el mundo por el que terminó quitándose la vida junto a su esposa y acordándose de sus seres queridos. "Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto", dice en ese sobrecogedor mensaje final. La cinta acierta al acercar al hombre detrás del escritor y en ello influye el buen pulso narrativo de su autora, un solvente guión y, por supuesto, una excelente interpretación de Josef Hader en el papel del lúcido, inteligente, europeísta y pacifista Stefan Zweig cuyo ejemplo tan necesario es siempre, y ahora en particular. 

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