El meteorólogo

"En tiempos de Stalin, todo ciudadano de la URSS era un culpable en potencia, se trataba tan sólo de descubrir de qué", escribe Olivier Rolin en El meteorólogo, editado por Libros del Asteroide. Del clima de psicosis en el que se vivía bajo la dictadura soviética da cuenta la historia de Alekséi Feodósievich Vangengheim, quien fue jefe del Servicio Meteorológico de la URSS, un hombre del partido, de la patria, convencido del comunismo y de sus bondades, que de la noche a la mañana, tras ser denunciado por traidor, fue detenido y encerrado en u campo de trabajo. Desde allí, luchando por mantener su fe en el comunismo y en el partido, convencido de que, antes o después, prevalecerá la verdad, escribe cartas a su esposa y a su hija, a la que le envía dibujos. La historia de este hombre corriente, uno más de las millones de víctimas del régimen del terror impuesto por Stalin, se basa en aquellas cartas y en los testimonios que el autor encuentra entre quienes buscan que el pasado no se olvide. 

Rolin hace un esfuerzo por ser imparcial, por no aportar imaginación en la historia. No hay ficción, sólo lo que se sabe de la historia del meteorólogo del título y la narración de la búsqueda de su historia, que sirve para hacer la historia global de aquellos tiempos. La posición desde la que el autor aborda este trabajo es la de quien siente una atracción que le cuesta explicar por Rusia, y la de quien necesita encontrar respuestas al final sangriento de la que fue la mayor ilusión colectiva, no sólo en Rusia, en todo el mundo, del pasado siglo, la Revolución de octubre. Reflexiona el autor sobre ese desenlace, sobre esa forma de corromper una idea que abrazaron tantos millones de personas el siglo pasado. Y lo hace también convencido de que "el triunfo mundial del capitalismo no se explicaría sin el terrible final de la esperanza revolucionaria". 


Hay muchos pasajes impactantes en el libro. Uno de los más dolorosos es aquel en el que autor relata su paseo por un bosque en el que fueron fusilados cientos de presos políticos. Una asociación de memoria histórica ha conseguido reconstruir algunas de esas historias y han puesto fotos de los asesinados, con sus nombres. El autor enumera cada nombre, lo que le dice su cara, lo que se sabe de su pasado. Es estremecedor. También impacta que muchos de los miembros del partido que denuncian y fusilan a los presos políticos terminan exactamente igual que aquellos a los que ellos condenan: acusados de traición y fusilados

Explica Olivier Rolin que el personaje de su obra no es un ser extraordinario, no fue un científico brillante (aunque sí anticipó, por ejemplo, el potencial de las energías renovables), ni tampoco un ejemplo de valentía. Pero, precisamente por eso, su historia sirve para conocer cómo era la vida en la URSS. Porque era una persona normal. Como todas. Alguien más que acabó siendo víctima de quienes abanderaban un proyecto y una ideología en la que él creía y a la que ase aferró cuanto pudo. Del protagonista de su libro escribe el autor que "preferiría admirarlo, pero no era admirable, y tal vez sea eso lo interesante, es un tipo medio, un comunista que no se hace preguntas o, mejor dicho, que entonces se ve obligado a empezar a hacérselas, pero ha sido necesario que lo sometan a una violencia extraordinaria para que así sea, tímidamente". 

Vangengheim, hermano de exiliados y líder del servicio meteorológico en una época de sequías, tiene todas las papeletas para caer víctima de la sinrazón del régimen soviético. Es alguien normal, que cree en el comunismo, pero que acaba siendo víctima de él. Entre las muchas reflexiones que plantea este libro está el hecho de que hay sectores en Francia (y en otros países de Europa, añadiríamos) que, cuando dicen que el siglo XX fue horrible se olvidan de mirar el horror causado por la URSS y sólo se fijan en el del nazismo, aunque, como se refleja en esta obra, hubo millones de muertos inocentes en los campos de trabajo soviéticos. 

Volvemos a aquel bosque, donde tantos fueron fusilados, tantas víctimas del espanto, del terror estalinista. "Rostros del bosque de los asesinados. Todos hablan de la vida anterior, no grandiosa, seguramente, pero vivible, que abrigaba una esperanza, de amor, familia, ascenso, justicia, una vida que aún no había destrozado incomprensiblemente la violencia del Estado". 

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