Lingo

Lingo, de Gaston Dorren, es uno de esos pocos libros que puedes abrir al azar por cualquier página con la certeza de que quedarás fascinado. Cada historia, cada anécdota, cada detalle, cada frase son encantadoras. Al terminar la lectura de este prodigioso ensayo, que se presenta como una Guía de Europa para el turista lingüístico, le invade al lector la habitual sensación de abandono cuando acaba una obra con la que ha disfrutado mucho, porque sabe que ya no podrá volver a descubrirla con asombro. Pero también sabe el lector que regresará con frecuencia a sus páginas. 

Repasa el autor 60 lenguas de Europa y en todas consigue contar algo desconocido para el lector, que queda prendado por la curiosidad desaforada del autor, por su conocimiento enciclopédico y su afán divulgativo. En cada capítulo, al final, dedica un espacio para recordar algunas de las palabras que cada uno de los idiomas estudiados en Lingo han prestado al español, así como una palabra que existe en esa lengua pero no en castellano. Así, por ejemplo, descubrimos que el alemán tiene una palabra (gönnen) que es el antónimo de envidiar, porque significa alegrarse de la fortuna de otro. En islandés, jólabókaflód significa "inundación de libros de Navidad", pues esa es la época en la que más novelas se regalan. 


Seguiríamos hasta el infinito repasando algunas de estas palabras que no existen como tal en español. Sólo mencionaremos alguna más. Por ejemplo, la palabra irlandesa bothántaíocht define "la costumbre de hacer las relaciones sociales yendo de casa en casa". En húngaro hay un término, madárlátta, que define la comida que se lleva para comerla fuera de casa, pero que vuelve al hogar sin ser consumida. Y mi preferida, merak, que en serbocroata significa "el placer derivado de actividades sencillas, como pasar el tiempo con los amigos".

Este ensayo es apasionante. Refleja la estrecha relación entre las lenguas y la política, los movimientos de grupos sociales, las guerras... Cada lengua tiene su curiosidad, su relato histórico, su historia de cambio. Por ejemplo, se cuenta que, en contra de lo que pudiera parecer, el alemán es el idioma que menos se ha difundido a lo largo de la historia por causa de las guerras. También es muy interesante el capítulo dedicado al francés, una lengua de la que el autor dice que tiene algún problema edípico, "una especie de fijación materna". Esta descripción refleja bien el estilo desenfadado que adopta el autor en el ensayo: "Después de todo, tiene más de mil años, ha convivido con otros, ha visto mundo... Pero no: cuando uno observa el francés detenidamente, se da cuenta de que aún sigue pegado a las faldas de su madre: la lengua latina". 

Naturalmente, se leen con especial interés los pasajes dedicados a las lenguas que se hablan en España. Del vasco afirma el autor que es la única lengua que le ha derrotado por su dificultad. "La lengua vasca tiene tantos entresijos que al final me di por vencido. Es la única lengua de todo el libro ante la que he sufrido una derrota así". El gallego, explica Dorren, no es el hermano pequeño del portugués, sino su madre, pues el origen de este idioma está en Galicia. Ambos idiomas se parecen mucho y el autor llega a afirmar que"si Galicia fuera parte de Portugal, las dos lenguas tendrían el mismo nombre". También escribe del catalán (cuyo capítulo se titula Cuatro países... y más que un club) y del español. De este último destaca la rapidez con la que se habla. Se pregunta el autor por qué los españoles hablamos como metralletas. Y responde que es una cuestión de la velocidad con la que pronunciamos las sílabas (7,82 sílabas por segundo, frente a las 5,97 sílabas por segundo de los alemanes). El español de España es así, recuerda Dorren, quien aconseja a alguien que quiera aprender el idioma que hable con un peruano antes que con un español. 

Interesan mucho los capítulos de las lenguas que se hablan en España, pero mucho más, por supuesto, aquellas desconocidas, particularmente aquellas de las que el lector desconocía su existencia o apenas había oído hablar: rético, osetio, gagaúzo, manés, córnico... Es un viaje fascinante. El repaso del extenso abecedario del ruso, las particularidades que revelan el conservadurismo y un cierto machismo del italiano, las curiosidades del shelta y del anglo-romaní, el cambio del sexo del neerlandés, los idiomas que sobreviven por el empeño de muy pocas personas, las dificultades del inglés y la demostración de que es la lengua universal por cuestiones políticas y de influencia, no por su facilidad, el auge del chino... Es un libro apasionante. 

Incluiríamos aquí cientos de pasajes del ensayo, pero cerraremos la crítica con uno de ellos, referido al dálmata y, en general, a los idiomas que mueren, o que están en riesgo serio de extinción. "La muerte de un idioma es algo que ocurre continuamente. Se estima que alrededor de quinientas lenguas de todo el mundo cuentan con un número de hablantes inferior a cien personas; alrededor de unas cincuenta lengua tienen un solo hablante. En 2013 el último hablante de livonio murió en Letonia. En 2012 expiró el último hablante del dialecto cromarty de Escocia. Y en 2011, en una extraordinaria variación del tema, se tuvo noticia de que los dos últimos hablantes de ayapaneco, en México, se dejaron de hablar. Una buena historia, desde luego, si bien fue impugnada más adelante". Lingo es, en fin, un asombroso recorrido por las lenguas que se hablan en Europa, que edita en España Turner, y que compré en la feria del libro gracias a la recomendación de la caseta de la editorial en la reciente Feria del Libro de Madrid, un gozoso hallazgo. 

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