Selfie

Con menos recursos que talento (siempre es mejor carecer de lo primero que de lo segundo), Víctor García León construye en Selfie una caricatura muy real de la España actual. Como todas las caricaturas, tiene trazo grueso, se centra en lo excesivo, lo retuerce, deforma los rasgos más característicos del objeto representado. Las buenas caricaturas son aquellas en las que no cabe duda alguna de a quien representan, porque dan en el clavo y remarcan esa nariz o esos ojos que hacen especial la cara del ser retratado. En esta comedia ácida, corrosiva e irreverente, rodada con apariencia de falso documental, todo es perfectamente reconocible. Tanto, que cuando aparecen políticos como Esperanza Aguirre o Pablo Iglesias en mítines de campaña a los que acude el protagonista, en absoluto desentonan, porque no son menos reales que lo que llevamos viendo en pantalla desde el principio. 

La película gira en torno a Bosco (sublime Santiago Alverú) un hijo de papá, cuyo padre es un ministro caído en desgracia porque le acusan de varios delitos de corrupción. La retahíla de delitos es conocida. De pronto, la vida de Bosco, el clásico joven acomodado cuyos mayores dilemas son qué clase de cochazo se compra y en qué playa paradisíaca veraneará este años, se derrumba. La cinta está rodada como un documental, simulando que una cámara sigue a Bosco día y noche para retratar cómo es su vida. En las primeras escenas vemos al joven celebrando su cumpleaños en el casoplón de papá, con sus amigos de su misma clase social y sus mismas ideas políticas. Pero todos, empezando por su novia, le dan la espalda cuando pillan a su padre. Y él se ve obligado a sobrevivir mezclándose con el populacho. 


El planteamiento del filme es muy sugerente, pero la cinta termina deshilachándose y perdiendo gracia. Algo falla a medida que avanza el metraje, lo que no resta méritos a la historia, ni desde luego a la construcción del personaje de Bosco y las escenas hilarantes que se plantean, pero sí dejan la sensación de que la película podría haber llegado algo más lejos. Lo mejor es que no pretende ser moralizante ni lanzar mensaje alguno. Basta con divertir y con ser realista, por excesivo que parezca todo en pantalla. De nuevo, como buena caricatura, deforma, pero sólo para remarcar los rasgos que ya están ahí, que nos definen. 

Bosco conoce por casualidad a una activista que vive en Lavapiés y de la que uno no tiene del todo claro si se enamora o sólo ve en ella la única tabla de salvación que le queda. Deambula por la casa de su asistenta antes de pedir ayuda a la joven, que es invidente, y de la que está enamorada, este de verdad, otro chico, de Podemos, que acogerá a Bosco en su casa. Comienza entonces una representación del duelo a garrotazos de Goya, de las dos Españas. De un lado, el pijo que pregunta en Lavapiés si es seguro comprar comida allí o que insulta a los latinoamericanos cuando la grúa le retira su coche mal aparcado, pensando, claro, que se lo han robado los inmigrantes. Del otro, un perroflauta de manual, que en teoría estudia unas oposiciones e inglés, pero que se dedica más bien a vivir la vida y echar las horas jugando a juegos de rol con sus amigos. Uno, simpatizante del PP; el otro, claro, de Podemos. Y en medio la joven, que simboliza quizá la tercera España, la de quien no se fija en las diferencias y siempre tiene una sonrisa en la boca. 

Los mejores momentos del filme suceden cuando Bosco se encuentra en un mundo que no es el suyo. Más que de política, que también, la cinta habla de clases sociales. Del enorme contraste entre quienes viven en burbujas, aislados del mundo real, porque consideran que el mundo real es el que los rodea. Hay muchos Boscos ahí fuera. Por eso la cinta resulta tan reconocible. Se deja pocos prejuicios y clichés por retratar esta película, de la que uno esperaba más, pero que sin duda es una demostración de cómo el ingenio y el talento no necesitan grandes recursos para construir una historia interesante, un selfie de esta España nuestra. Tan estúpida, tan visceral, tan cainita, tan sectaria, tan pícara, tan nuestra. 

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