20 años sin Miguel Ángel Blanco

Cantaba el tango que 20 años no es nada, pero visto todo lo ocurrido en Euskadi y el resto de España en las dos últimas décadas, cuesta no quitarle la razón. 20 años hace hoy exactamente del secuestro vil de Miguel Ángel Blanco, joven concejal del PP en el Ayuntamiento de Ermua. El grupo criminal jugó con su vida y buscó presionar al gobierno de entonces. Le dio un plazo de 48 horas. El ejecutivo no cedió ante el chantaje de los terroristas, que asesinaron a sangre fría al joven el 12 de julio. Hoy, dos décadas después, todos recordamos dónde estábamos cuando conocimos el secuestro de Miguel Ángel Blanco y su asesinato. Quienes éramos niños entonces conservamos en la memoria aquella vileza como uno de los recuerdos más vívidos de nuestra infancia. Las manos blancas, los gritos rotos de dolor, la rebelión contra los criminales. 


De aquellos días recordamos los lazos blancos, por todos lados. Recordamos las concentraciones en todas las ciudades de España y la conmoción en los rostros. Recordamos que la vida se detuvo esas 48 horas en toda España, que la gente caminaba por la calle con la mirada perdida. Recordamos la agonía de la familia Blanco, que era la agonía de toda España. Recordamos manifestaciones más numerosas que nunca. Recordamos también que comenzó en la ciudad de Miguel Ángel Blanco, en Ermua, aquello que después se llamó el espíritu de Ermua. Recordamos a la hermana del joven, clamando por su liberación, afirmando que nadie puede dar 48 horas de vida a otra persona, afirmando que llevaba cuatro meses sin ver a su hermano, porque ella estaba de viaje. Recordamos sobre todo la escena de los ertzaintzas descubriendo su rostro, libres del miedo, ante las sedes del brazo político de ETA.

No existía todavía Twitter e Internet estaba aún en pañales. Estábamos pegados a la radio y a la televisión como nunca antes. La vileza del acto, secuestrar a un ser humano y exigir el agrupamiento de presos etarras a cambio de su vida, despertó algo en la sociedad española. ETA no hizo otra cosa en su historia que jugar con la vida de seres humanos inocentes, pero en este caso fue demasiado repugnante e inhumano incluso para el grupo criminal. De aquellos días recordamos las manifestaciones numerosas, esperando que la movilización masiva de toda España sirviera para que los asesinos no cumplieran su amenaza. Pero lo hicieron. El sábado a las cuatro de la tarde se cumplía el plazo dado por los asesinos y ese mismo día a las cinco menos diez encontraron el cuerpo, aún con vida, pero muy débil, de un joven maniatado con un disparo en la cabeza. Falleció a las pocas horas en un hospital de San Sebastián. 

Recordamos que España sufrió un desgarro colosal.  El dolor, la incomprensión, el llanto. Pero recordamos también, que es lo único esperanzador que podemos recordar de aquellos días, las marchas ciudadanas contra los asesinos. Ya no más silencio. Ya no más mirar hacia otro lado. Fue el principio del fin de ETA, aunque tras ese vil asesinato la banda criminal mató a otras 62 personas inocentes. Pero el apoyo social que tuvo ETA se empezó a resquebrajar entonces. Han pasado 20 años y es importante recordar lo que pasó. Es vital construir la convivencia en el País Vasco, algo que está muy avanzado y que se lleva con mucha normalidad. Y para eso es necesario recordar los hechos. Pocos días sufrió tanto un país entero como aquellos días de julio, apenas dos semanas después de que la guardia civil liberara a Ortega Lara, secuestrado por ETA durante más de 500 días. La banda asesina clamó venganza, anunció que reaccionaría, y lo hizo del modo más vil posible

Reaccionó toda España y, por primera vez, quienes callaron ante los atentados de ETA sintieron incomodidad, miradas de desprecio. Ellos, que fueron los que señalaban a los objetivos de los terroristas, los que pensaban de los asesinados que algo habrían hecho, los que confundieron la defensa de unas ideas políticas con la extorsión, el crimen y la represión violenta, sufrieron al fin el desprecio masivo de la sociedad. Y el apoyo social, excesivo, incomprensible, insoportable, que durante tiempo mantuvo ETA, empezó a venirse abajo. Es importante recordar dónde estábamos aquel día. Porque, por ejemplo, Arnaldo Otegi estaba en la playa, según él mismo declaró en una entrevista con Jordi Évole. Disfrutando del sol y el mar mientras Euskadi y España entera salían a las calles con lazos azules clamando por la libertad de Miguel Ángel Blanco. Hay que seguir trabajando por la convivencia en Euskadi, pero ésta se debe cimentar sobre el recuerdo y la memoria. Fue demasiado dolor, demasiada vileza, demasiada sinrazón como para olvidar. Y de aquel horror de cuatro días de julio surgió un movimiento cívico contra la violencia etarra, que tardó demasiado tiempo en desaparecer, sí, pero que empezó a perder cualquier apoyo o comprensión social con aquel ultimátum que dieron a un joven que perdió la vida por el odio y el fanatismo de un grupo de criminales que decían ser libertadores de Euskadi, pero que fueron durante décadas sus mayores opresores. 

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