Agosto, octubre

La adolescencia, con sus dudas, sus hallazgos, su arrolladora intensidad y el comienzo de la formación de la personalidad, es una etapa vital especialmente fértil para la literatura. Por eso, tantas y tantas novelas se han acercado a ese momento en el que uno se busca sin encontrarse del todo, ese periodo de extrañeza, con el mundo alrededor, de repente tan desconocido, tan diferente, tan incierto; y sobre todo de extrañeza con uno mismo, con el propio cuerpo, con las emociones, no siempre descifrables, con los anhelos y sueños, con las ilusiones y disgustos, con la trascendencia gravísima que se da a todo. Ese instante, en fin, en el que terminan los juegos infantiles y uno empieza a entender, pero no del todo, que la vida va en serio. 

No es tan común que autores adultos alcancen a plasmar el lenguaje de los adolescentes, sus preocupaciones, su forma de ver el mundo, con autenticidad, sin que parezca que un adulto está intentando recrear la adolescencia en un ejercicio de estilo. El gran logro de Andrés Barba en Agosto, octubre, es que lo consigue, metiéndose en la piel de Tomás, un adolescente que veranea, como todos los años, en la playa, con sus padres y su hermana. Pero no es un verano más. De pronto, las certezas pasadas vuelan y surge una insatisfacción vital, una emoción especial que le empuja a marcar distancias con su familia, a experimentar, a probarlo todo. 


A través de Tomás, el autor plasma en esta obra chiquita y de lectura agradable para una tarde de verano, el descubrimiento del deseo, la repentina vergüenza por las atenciones de las tías lejanas, el ansia irrefrenable por acumular experiencias muy de prisa, la presión por estar a la altura del grupo de amigos... Recrea aquellos veranos interminables de la adolescencia, en los que septiembre parece casi otro siglo, de lejano que se antoja. "Sólo a veces, haciendo un gran esfuerzo, se recordaba la vida del invierno", escribe el autor. 

Tomás deja de ver a sus padres como siempre. Ya no son esa autoridad indiscutible, ni ese ejemplo que fueron siempre. Ahora ve unas personas vulnerables, envueltas en mil dudas, como él. Paseando por la localidad de costa en la que veranea, descubre un grupo de chicos que deambulan por las calles. La típica compañía que desagradaría a cualquier padre, es decir, la típica compañía de la que suelen rodearse los adolescentes. Hablan despreocupadamente de sexo,  algo novedoso para Tomás, quien ve que su concepción de la vida y su idea del futuro es diferente a la de sus nuevos amigos. Ocurre entonces un hecho terrible, narrado con crudeza, que Tomás no propicia, quizá, pero que tampoco evita

El título del libro se refiere a los dos periodos en los que está narrado: agosto, ese verano sin fin, el escenario de la irrupción de la adolescencia de Tomás y de aquel suceso espantoso; y octubre, el otoño, la época de la vuelta a la normalidad en la que el joven no se quita de la cabeza lo que ocurrió. A pesar de que el final del libro es algo tópico, funciona bien. Es una obra con estilo ágil que huye del vicio, tan extendido a veces en obras adolescentes, de ser moralizante. Una lectura entretenida que acierta a construir una voz y unos conflictos reconocibles de esa época en la que se caen a la vez la inocencia y las certezas infantiles. 

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