Sabina. Sol y sombra


Los católicos tienen la Biblia, los musulmanes el Corán y los admiradores de Sabina la última biografía del artista escrita por Julio Valdeón. Sabina. Sol y sombra es una obra imprescindible para los feligreses del autor de tantas canciones inmortales, para el compositor de la banda sonora de tantas vidas. El libro está escrito desde la devoción por Sabina, pero es una devoción ilustrada, digamos, que no ahorra críticas a aquellas composiciones que no están a la altura de la grandeza del mito. Una obra fundamental (se abusa de este adjetivo, pero aquí cobra todo el sentido) sobre la figura de Sabina. No hay canción ni pasaje de la vida del madrileño nacido en Úbeda que no repase el autor con detalle. Es una biografía exhaustiva, que faltaba, sobre uno de los más indiscutibles artistas de este país, tantas veces menospreciado o malentendido por la crítica musical, como se encarga de afearle Valdeón en varios pasajes del libro. 


Desde sus orígenes, hijo de un policía y una ama de casa, hasta Lo niego todo, su último disco, en el que ha vuelto el mejor Sabina de la mano del poeta Benjamín Prado y los ritmos de Leiva, productor del trabajo con el que ahora Sabina gira por toda España. Hay multitud de anécdotas en el libro, puramente sabinianas. Se recoge cada entrevista del artista, cada actuación, cada paso en una carrera musical del poeta de lo cotidiano. No hay capítulo que carezca de interés. Es imposible quedarse con uno solo. Es muy atractivo, por ejemplo, el repaso que hace el autor del tiempo que pasó Sabina en Londres, cuando el franquismo agonizaba en España. O de sus comienzos en La Mandrágora. Se pasean por las páginas de esta espléndida biografía amigos y conocidos del autor de 19 días y 500 noches, Princesa, Una canción para la Magdalena, La del pirata cojo, Por el bulevar de los sueños rotos y tantas otras canciones míticas. Evito premeditadamente el término "tema", porque leemos en el libro que Sabina detesta esta frase, y para qué contradecirle. 

También refleja el libro la relación de Sabina con Madrid, la ciudad donde asentó su carrera, que demostró pronto una vocación por no encasillarse. No quiso ser un poeta que pone música a sus versos, ni sólo un cantautor. Se abrazó al rock y probó con multitud de géneros. Nunca ha dejado de innovar, de reinvetarse, manteniendo siempre su esencia, sus letras canallas, su trabajo de orfebre de las palabras. En Madrid Sabina se siente en casa y a Madrid le dedicó dos temas clásicos, Pongamos que hablo de Madrid, primero, y Yo me bajo en Atocha, después. De la primera, una crítica, en el fondo, a esta bendita y maldita ciudad, rememora Sabina su creación y el recibimiento que tuvo en la capital. "Resulta que se edita y se convierte en un himno. Para mi enorme sorpresa y para gloria de Madrid, porque es una canción que vomita contra Madrid en cada verso. Madrid es la única ciudad del mundo capaz de hacer un himno de una canción que la insulta". 

En otro pasaje de esta biografía imprescindible de Sabina, el artista cuenta que "Madrid es la ciudad de nadie. A cuyos habitantes es imposible verlos desfilar detrás de una bandera o cantando un himno. Y es además una ciudad de doble nacionalidad: se puede ser de Úbeda y de Madrid; y asturiano y de Madrid, y gallego y de Madrid". Llegó más tarde otro himno a Madrid, el que canta siempre en sus conciertos en la ciudad, Yo me bajo en Atocha, que nació como un encargo de Telemadrid, aunque las alusiones a la monarquía, al parecer, asustaron a la cadena pública. 

También es particularmente interesante cómo concluye la relación de Sabina con Fito Páez, con quien colaboró en Enemigos íntimos. Acabaron como el rosario de la aurora, pero, lleno de arte, el cantautor jienense rompió con su colaborador con un soneto en el que le echaba en cara todos los roces de su colaboración. Fito, claro, le respondió del mismo modo. También con versos pidió perdón Sabina a los asistentes a un concierto en Gijón que tuvo que terminar deprisa y corriendo. En Una canción para la Magdalena, una de las canciones más hermosas de Sabina, canta el artista en un verso: "y si la Magdalena pide un trago, tú la invitas a cien que yo los pago". Resulta que alguien le tomó la palabra y le mandó a Sabina una factura en un prostíbulo. El poeta la pagó, claro, con una nota en la que incluye esta cita de Brassens: "la menor reincidencia rompería el encanto" . 

El Sabina parrandero, que daba las llaves de su casa a medio Madrid, que trabajaba en bares que le servían de oficina a altas horas de la madrugada, aparece también en el libro. Cuenta Sabina que le gusta la noche porque rompe las clases sociales, o al menos las difumina mucho, y porque, a determinadas horas, "sabes que todo el mundo va buscando algo y que si te encuentras con alguien será un golfo". Eran los años en los que, en expresión de Pancho Varona, colaborador trascendental en la carrera de Sabina, al jienense se le caían las canciones de los bolsillos. Canciones que, por cierto, Sabina firma a la primera de cambios con colaboradores o amigos, aunque su aportación fuera menor, muestra de la generosidad y el desprendimiento de Sabina. 

El libro, cuya reseña podríamos extender hasta el infinito, pero que prometemos terminar pronto, también repasa la producción de un disco clave en la carrera de Sabina, su disco, 19 días y 500 noches, en el que no trabaja con su equipo habitual y que nos presenta la voz de lija de Sabina en toda su excelsa imperfeción. Mientras Sabina le era "infiel", Varona produjo el primer disco de Amaral, algo que no recordaba, como tantas otras aportaciones de esta exhaustiva biografía que tanto disfrutará todo amante de las letras de Sabina. De las letras y de la música, porque el madrileño de Úbeda no sólo es un poeta, un gran autor de canciones (el mejor que ha dado España en las últimas décadas), sino que también es muy buen músico, que se ha atrevido con casi todos los estilos y ha probado muchos ritmos. Acierta Valdeón al destacarlo porque no pocos admiradores de Sabina dejamos a un lado la parte más musical de su obra, fascinados como estamos por sus letras sublimes. 

Sabina no sólo tiene una relación especial con Madrid, también con América Latina. Las primeras giras por América Latina, donde arrasaba con las librerías que encontraba a su paso y volvía con exceso de equipaje, le costaron dinero, pero fue un empeño personal suyo. Ahora llena varias noches seguidas La Bombonera y allá es un dios.  La obra de Julio Valdeón, el nuevo libro sagrado de los feligreses de Sabina, resalta también la capacidad de admirar a otros autores y literatos del artista jienense, una virtud muy poco española y muy poco habitual entre los creadores. De él dicen quienes lo conocen que tiene muchos amores artísticos, que es muy apasionado con sus lecturas o canciones preferidas. Igual que quienes profesamos una devoción incondicional por sus trabajos, que tanto gozamos con Sabina. Sol y sombra, no una biografía más, no; la biografía de Sabina. 

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