Machismo cotidiano

Últimamente no es difícil encontrar en medios y redes sociales a personas tan preocupadas por negar que haya machismo en todos lados, que no lo ven por ningún lado. No creo que sean personas machistas, pero digamos que defienden la igualdad lo justito. Dedican mucho más tiempo a despreciar el feminismo "radical" que a criticar el machismo. Y así nos va. Además, se ven como superhéroes con una misión especial: salvar al mundo de lo políticamente correcto. Son personas que miden la salud democrática en chistes de Arévalo. Cuantas más gracietas o mensajes que denigren a las mujeres se puedan compartir sin recibir críticas, al parecer, más democrática es nuestra sociedad. Y, claro, cuanto más sensibilidad haya hacia los gestos cotidianos de machismo, hacia los tics patriarcales de cada día, más nos acercamos a la destrucción, para la que ellos se ofrecen voluntarios como salvadores. 



Son esas personas, a las que bautizamos aquí como cargantes adalides de la incorrección política, que convierten en un mártir de la libertad de expresión al empleado de Google despedido por decir que no hay tantas mujeres como hombres en puestos directivos en la compañía por diferencias biológicas. Para defender a este señor se han empleado argumentos del todo impresentables, pero quizá el que se lleva la palma es ese que dice que vivimos en una tiranía de lo políticamente correcto que impide a la gente decir lo que piensa de verdad. Es decir, que si en una sociedad está mal visto decir que los negros son inferiores a los blancos o que los gays no merecen los mismos derechos que los heterosexuales, esto es muy importante, no vivimos en una sociedad avanzada del siglo XXI como podríamos pensar, pobres de nosotros, no, sino que lo hacemos, nada menos, en una dictadura de corrección política. Toma ya. 

No es que estos articulistas empeñados en restar importancia al machismo imperante en la sociedad tengan una forma distinta de entender el feminismo. Por supuesto, estoy de acuerdo en que nadie puede otorgar carnets de auténticos feministas y en que pueden (y deben) existir distintos modelos de feminismo, distintas sensibilidades. Pero no es eso. Ojalá. Es que dedican todos sus esfuerzos a despreciar el feminismo, a convertirlo en una idea peligrosa, propia de cuatro radicales. No dejan pasar la ocasión de criticar la Ley contra la violencia machista. No les gusta, por cierto, el término machista, porque les da pereza reconocer que el maltrato es el último eslabón de una cadena patriarcal que comienza con esas gracietas que ellos ríen o con esos comentarios que denigran a la mujer que ellos defienden a muerte como ejemplos de libertad de expresión. No sólo no ayudan a conseguir una sociedad más igualitaria, sino que contribuyen a alimentar estereotipos. 

Desconozco si los articulistas que se presentan como campeones de la libertad de expresión, como salvadores del mundo de la terrible y espeluznante corrección política, leen los comentarios de sus noticias. Y, si lo hacen, no sé qué pensarán. Porque ellos, pobres, creen que están defendiendo la última trinchera en defensa de la civilización, que son unos héroes incomprendidos que se entregan en pos de un bien supremo, cuando en la mayoría de las ocasiones tan sólo están echando alpiste con el que se alimentarán auténticos y recalcitrantes machistas que, de pronto, ven que un señor articulista (sí, siempre es un señor) les dice que está muy mal que no le dejen hacer gracietas machistas o tratar a las mujeres como objetos, porque les están coartando su libertad de expresión. Estos adalides de la incorrección política blanquean al machismo, incluso lo dignifican, porque si a un señor no se le deja decir que las desigualdades en el mundo laboral entre hombres y mujeres vienen derivadas de la biología (machismo puro y duro), entonces estamos ante un gran escándalo y ante un intolerable ataque a la libertad de expresión que ellos, gracias a dios, están dispuestos a combatir. De repente, los comentarios babosos sobre las mujeres no son algo inaceptable, sino una forma de poner a prueba la democracia. Ahí queda eso. 

Ridiculizan el mensaje feminista y consiguen que defender la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres (no otra cosa es el feminismo) sea una idea excéntrica de la que conviene alejarse. Logran que más y más personas digan eso de "ni machismo ni feminismo", como si una ideología que tiraniza a las mujeres por el mero hecho de serlo y otra que defiende la igualdad real entre hombres y mujeres fueran algo equiparable y no exactamente lo contrario. Como si fueran dos males y no un mal y su antídoto. 

Aunque a los superhéroes de la libertad de expresión les parezca que no, vivimos en una sociedad muy machista, con constantes síntomas de falta de igualdad. El problema es que, mientras, ellos andan buscando síntomas de esa tiranía de la corrección política que tanto les oprime, porque ya no está bien visto que anden por la calle babeando tras mujeres o porque ya no pueden hacer, vaya por dios, sus chistes sobre negros y maricones. Pero sí, sí hay machismos cotidianos. Por ejemplo, la nauseabunda recomendación a las socorristas de la playa de Gijón para vestir con pantalones mientras hacen su trabajo, porque un grupo de trogloditas les hizo fotos que después compartieron en redes sociales con mensajes machistas que las denigraban. La brillante solución que han encontrado es que las mujeres víctimas de esa actitud incivilizada se tapen un poco, porque pedir educación y civismo a los energúmenos que las tratan como ganado sería demasiado, claro. 

Es una lástima que tantas energías de buenos articulistas y escritores se destinen a menospreciar el feminismo y a denunciar conspiraciones de lo políticamente correcto. Quizá no lo sepan, pero contribuyen a alimentar el machismo. Y así seguimos. Tan oprimidos por la corrección política, tanto, que ellos siguen dedicando sus artículos a hablar de "feminazis" mientras decenas de mujeres son asesinadas cada año y se perpetúa el machismo en nuestra sociedad

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