Relatos de cine. La gran ilusión

Los Renoir llevan más de tres décadas siendo un templo para los amantes del cine de autor y, cada vez más, es uno de los pocos refugios que van quedando para quienes gozamos del cine en versión original y de las películas menos comerciales y palomiteras. El año pasado, para celebrar su 30 aniversario, Cines Renoir convocó un concurso de relatos breves, que ha repetido este año. El resultado es Relatos de cine. La gran ilusión, un compendio de historias que tiene al cine como punto en común. Algunos relatos hacen referencia a salas de cine donde pasa la vida y otros plantean historias en las que el vínculo con el séptimo arte es la inventiva. 

Como sucede en todas obras de relatos, es irregular, no todas las historias tienen el mismo interés. Pero el nivel medio es notable y resulta una lectura muy agradable. Spoiler, de Pedro Molino Martín, es el relato ganador. Su protagonista, Jorge, detesta los spoilers, tanto en el cine como en la vida cotidiana. No es que no quiera que nadie le desvele la trama del filme que va a ver, es que necesita sorprenderse en cada cita con su novia, en cada plan, de tal forma que le arruinan una tarde si le anticipan que quedarán a tomar un café. Norma, de Raúl Clavero Vázquez, recibió la mención especial. Es la historia de un secreto que puede salir muy caro. 


Abundan los relatos sobre cierres de cine, con alusiones a Cinema Paradiso,esa joya italiana que muestra todo lo que puede significar un cine en nuestras vidas. Una de ellas es El cine de mi abuelo, de Guillermo García Pedrero, en que leemos que "allí se ha hundido el Titanic, se han librado guerras intergalácticas, se ha cantado bajo la lluvia, se ha escuchado a Sam tocarla otra vez y se ha aprendido que nadie es perfecto. Pero ya no aguanta más. Se muere el cine de mi abuelo y, con él, una parte de mí". También hay historias de trabajadores del cine, como acomodadores. Es especialmente bello el relato de Iñaki San Román Castanera, El asesino de Venus, en el que se habla de un acomodador fascinado por una película cuya duración le impide siempre ver el final, porque tenía que salir a cortar las entradas de otras salas. Imaginaba cómo sería el desenlace hasta que, pasados los años, descubre que a veces el cine se parece demasiado a la vida. 

"¿A dónde se fue Shane?", de Graciela Gil Sainz, muestra el poder de fascinación del cine, con alguien que empieza admirando a un personaje de ficción y termina convirtiendo su vida en una imitación de la de éste. Hay cines urbanos, rurales y de verano. Toda clase de salas y escenarios, todo tipo de historias, en este compendio de obras, que es un gran homenaje al cine, ese que nos hace evadirnos, pero también pensar, sentir, emocionarnos, transformarnos. En Los amantes del Real, de Ana Díaz Velasco, se narra lo que parece una bella historia de amor que nace en unos cines. 

En el relato Un adiós, de Daniel Fernández López, el narrador es un cine que, antes de echar el cierre, se dirige a los espectadores, que han acudido a él "semana tras semana los asiduos, mes tras mes los itinerantes y de año en año los informales, todos gratos e indispensables, al fin". Es un cine que va a cerrar, pero que reivindica el poder de las historias, que siempre necesitaremos. "Hay entre ustedes y yo un vínculo poderoso", dice este cine ficticio. Sobrevuela una cierta nostalgia en muchas páginas de esta obra de relatos, quizá algo inevitable en un contexto en el que cada vez más pueblos se han quedado sin cines y hay una gran incertidumbre sobre el futuro de la exhibición cinematográfica tal y como lo conocemos ahora. Pero ese poder litúrgico del cine, ese encuentro con otras historias, con otras voces, con otros paisajes, todo lo que se vive y aprende con las películas, es algo perdurable que el ser humano necesita como respirar, sea cual sea la pantalla o el formato. Y a esa pureza, a esa imperiosa necesidad de las historias que conmueven y reclamamos desde que alguien decoró las cuevas de Altamira, apelan los relatos de este libro, promovido por los Renoir, a los que tantos buenos ratos debemos. 

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