Turismo, vándalos y serpientes de verano

En mi última escapada a Barcelona charlaba por WhatsApp con unos amigos con quienes comparto el amor por aquella ciudad. Les decía que cada vez que volvía me gustaba un poco más, que realmente me veía viviendo allí. "A mí también me encanta, pero hay demasiados turistas", me dijo otra amiga. Me lo dijo ella, que siempre que visita Barcelona lo hace, naturalmente, como turista, y me lo dijo a mí, que andaba precisamente de turismo en la ciudad. Siempre que pienso en el necesario debate sobre la sostenibilidad del turismo, un debate que en España tenemos pendiente, recuerdo esa conversación. Porque refleja bien la posición incómoda que adoptamos quienes somos conscientes de que las ciudades más visitadas corren el riesgo de morir de éxito y de que la sobrexplotación turística es un problema real, pero a la vez visitamos como turistas aquellas ciudades que amamos. Y que, por supuesto, vamos a seguir haciéndolo. Hablamos en tercera persona del asunto, como si nada tuviera que ver con nosotros, como si no fuéramos turistas allá donde viajamos. Estos días, unos actos vandálicos en Barcelona han abierto del peor modo posible el debate sobre cómo regular el turismo, sobre la doble cara de la primera industria del país: una auténtica bendición, la que más empleo genera, una fuente de ingresos que parece inagotable, una tabla de salvación para salir de la crisis, sí; pero, a la vez, un foco crecientes de preocupaciones en no pocas ciudades. 

Obviamente, nadie con dos dedos de frente plantearía este debate en los términos de "turismo sí o turismo no". Eso es absurdo, propio de una visión provinciana que se cura, precisamente, viajando. No creo, sin embargo, que cuatro violentos merezcan tanta atención mediática. A los vándalos que amedrentan a un grupo de turistas o que pinchan ruedas de bicicletas de alquiler se les debe tratar como lo que son, delincuentes que incumplen la ley. No merece mucha más discusión. Nadie puede justificar actos violentos. Punto. No hay más vuelta que darle. Pero está en nuestras manos decidir si hacemos del tema la serpiente del verano, con ese palabrejo ("turismofobia") que de repente invade titulares en todos los medios, o si, dejando a un lado a estos cuatro chalados fanáticos y sus actos violentos, decidimos abrir un debate que tenemos pendiente desde hace tiempo.

Aunque en España acreditamos en cada ocasión que se nos presenta nuestra capacidad de simplificar cuestiones complejas y de confundirlo todo, estaría bien que se tuviera ese debate, que es el que tienen todas las grandes ciudades del mundo. Tasas turísticas, normativas para regular el alquiler turístico, definiciones serias del modelo sostenible de turismo que se quiere... Es algo que se debe estudiar, a ser posible, sin prestar demasiada atención a los actos vandálicos de Arran, que no es más que la que merecen quienes incumplen las leyes, es decir, se sanciona su comportamiento y punto. No ayuda el hecho de que estos altercados lleguen a pocos meses del referéndum independentista del 1 de octubre, porque no falta quien ve el cielo abierto y aprovecha para asociar estos actos, totalmente aislados y que no representan a nadie, como poco menos que la demostración de que todos los catalanes que defienden la independiente son unos turimofóbicos, o como se diga, y que todos son unos violentos. Ojalá lográramos evitar estas simplezas. Ojalá no se intoxicara de partidismo y sectarismo cualquier tema. 

Lo peor de los actos violentos de quienes, en Cataluña, Mallorca o Euskadi, atacan al turismo, así en general, sin matiz alguno, es la destrucción que provocan, la inaceptable alteración del orden público que causan y el posible daño que provocan a las perspectivas turísticas de esas regiones (algo que yo, sinceramente, no sobrevaloraría, son cuatro vándalos indeseables mal contados). Pero lo segundo peor de estos actos violentos es que dificulta entablar ese necesario debate sobre la búsqueda de un modelo sostenible de turismo, algo que empieza a ser imperioso en España, como reconoce el propio sector

Ayer mismo conocíamos nuevas cifras récord de gasto de los turistas en España. Batimos récord, en parte porque siempre hemos sido una potencia turística, y en parte también por cuestiones coyunturales, como el hecho de que algunos de los destinos competidores de España sufren inestabilidad por culpa del terrorismo o la guerra. Se suele decir que el turismo es para España como el petróleo para otros países, nuestra principal riqueza. Me parece un símil acertado, sobre todo porque sirve para entender que, al igual que el crudo no durará para siempre, que no se puede extraer de forma ilimitada, tampoco se puede sobreexplotar el sector turístico hasta el extremo. Porque se deteriora el servicio, se impacta en el día a día de muchos barrios y se convierte en un problema real lo que debería ser una bendición. En Barcelona, por ejemplo, los ciudadanos ya sitúan el turismo como el primer problema, por delante del desempleo. Y, naturalmente, es muy tentador afirmar que, precisamente porque hay tanto turismo, el desempleo quizá no preocupe tanto. Pero sería una simplificación enorme. Se necesita regular de algún modo el turismo. Es tan sencillo de entender como que un restaurante con capacidad para 50 personas no puede dar de comer a 100 sin empeorar el servicio ni causar desequilibrios. ¿Significa eso que debemos cerrar el restaurante o, mejor aún, prenderle fuego? Obviamente, no. ¿Significa que puede seguir atendiendo a 100 comensales, cuando tiene capacidad para 50? Obviamente, tampoco. 

Entre quienes adoptan una actitud cateta y provinciana, afirmando que el turismo es el desempleo de las ciudades, y no al revés tantas veces, y quienes parecen abrazar de forma acrítica el título de aquella película de Paco Martínez Soria, El turismo es un gran invento, hay un amplísimo espacio para intercambiar ideas, para estudiar qué hacen otras grandes ciudades al respecto. De un tiempo a esta parte no dejamos de escuchar la palabra gentrificación, porque define un fenómeno que lleva años apreciándose en las grandes ciudades, particularmente en Barcelona: la marcha de los vecinos tradicionales de un barrio para convertir ese espacio en otra lugar, mucho más inaccesible y un simple foco de atracción turística. Es algo cada vez más visible también en el centro de Madrid. Y es un problema real de muy difícil solución, sí, pero que debe abordarse. 

De la precariedad e inestabilidad de la mayoría de los empleos que genera el turismo, por ejemplo, tampoco estaría de más hablar. Y de la necesaria regulación de los alquileres turísticos, que son un problema real, porque disparan la capacidad turística de una ciudad, a costa de vaciar barrios enteros, y muchas veces sin licencia de ninguna clase. Y aquí, de nuevo, deberíamos no hablar del problema en tercera persona, como si no fuera con nosotros, porque cada vez se recurre más al alquiler de pisos por distintas plataformas para ir de vacaciones. 

Las autoridades de las ciudades están en su derecho, porque además es su obligación, de pararse a pensar en qué modelo de ciudad desean. Por eso, se entiende que San Sebastián se esté planteando introducir una tasa turística, como la que ya tiene Barcelona. También se comprende que el consistorio barcelonés haya abierto un proceso de reflexión sobre el turismo, con la muy polémica moratoria hotelera. Las ciudades no quieren morir de éxito. Por ejemplo, no interesa (o no debería interesar) el turismo de borrachera. Y tampoco interesa, porque termina destruyendo el atractivo de las ciudades, que haya una masificación insufrible en las ciudades. Eso por no hablar de los recursos, desde las plazas hoteleras hasta el agua, que siempre son limitados y que, en tantos lugares, resultan insuficientes ante un número excesivo de turistas. Celebramos los constantes récords de turistas, pero a veces no basta con la cantidad y conviene mirar la calidad, porque crecer desaforadamente, igual que ocurre en muchas empresas, no siempre es tan buena noticia, sencillamente porque podemos vernos desbordados

Que el turismo es la primera industria de España y que es un sector que debemos mimar es algo, creo, fuera de toda duda. Pero, partiendo de esa base, todo debate (sosegado y de ideas, no de pintadas chuscas y actos vandálicos) es bienvenido. Está por ver si queremos llevarlo a cabo o preferimos convertir cuatro pintadas y tres gritos de un grupo de matones en la serpiente informativa de este verano, sin ir al fondo de la cuestión. 

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