Logroño, Pamplona y Donosti

Los viajes siempre empiezan antes de su comienzo y terminan mucho después de acabar, o incluso no terminan nunca. Después de una semana inolvidable en Logroño, Pamplona y Donosti, se agolpan los recuerdos construidos estos días, los trocitos de vida, los momentos que sirven para recargar pilas y recordar lo que de verdad vale la pena, lo que da sentido a este invento. Para empezar, claro, lo maravilloso que es constatar de nuevo que tengo una familia de esas que se eligen en Donosti, que me hace sentir como en casa, cada vez un poco más feliz, aunque parezca imposible. Los viajes empiezan antes de su comienzo, porque están los planes para esos días; continúan durante los mismos, dejándose perder y sorprender por las calles de ciudades desconocidas o volviéndose a enormar de las que ya se conocen; y siguen después, mucho después. Recordando, por ejemplo, las calles peatonales de Logroño y Pamplona. Portales, Laurel, Estafeta... Los parques. Los paseos. La buena comida. Tantos momentos pequeños, que son los que importan en la vida, tanta felicidad concentrada en siete días, tanta verdad. 



Ayer, por ejemplo, viví por primera vez las regatas de Donosti, en la que varios equipos se disputan la bandera de la Concha. Desde el monte Igueldo, con una vista portentosa de la playa Concha, asistimos a una emocionante competición en la que se terminó imponiendo Orio, logrando una remontada en la parte final, sabiendo capear bien las olas y sacar partido de ellas. Un día mágico en Donosti (¿alguno no lo es?), con mucho ambiente, aficionados de los distintos equipos, con sus pañuelos de distintos colores al cuello, música y, por supuesto, comida. Una fiesta fabulosa en torno a un deporte minoritario y del todo desconocido para muchos, pero con el que allí se vibra (doy fe). 

Recuerdo también, por seguir por el deporte, la contrarreloj de la Vuelta Ciclista a España en Logroño, la razón inicial de este viaje. Fue un día excepcional. Por más que asista a etapas de la ronda española no deja de fascinarme el despliegue que mueve la carrera, el mayor evento itinerante de España. Desde primera hora de la mañana, logroñeses, forasteros y algún que otro peregrino del camino de Santiago nos apostamos en pleno centro de la capital logroñesa para vivir un emocionante día de ciclismo. 

La victoria se la llevó Chris Froome, el ganador final de la Vuelta, y el más aplaudido fue Alberto Contador, quien fue aclamado por todos. La carrera de los peques (la Vuelta júnior), la caravana publicitaria, los corredores que pasaron pronto por el circuito para reconocerlo, el comienzo de la competición, los ciclistas que habían sido doblados, los que llegaban a mil por hora, los que iban más calmados porque nada se jugaban, la locura con el paso de los ciclistas más conocidos, la ceremonia final del podio... Fue un día sensacional. 

Pero no todo fue deporte, claro. Hubo también iglesias, museos y hasta conciertos improvisados. Me gustó mucho el Museo de La Rioja, que tiene entrada gratuita y que está situado en el Palacio de Espartero, en el centro de Logroño. Se recorre allí la historia de la región, que es la historia de España, desde las civilizaciones más antiguas, con valiosos objetos procedentes de excavaciones de tiempos pretéritos, hasta obras de arte del siglo XX, pasando por restos de la cultura romana o del gótico y el románico. Impacta especialmente una sala con santos en madera policromada, cuyas facciones son extraordinariamente reales. Ejemplo de impulso a la cultura y preservación de los vestigios del pasado. 

En la concatedral de Logroño, conocida como La Redonda, destaca una pintura al óleo atribuida a Miguel Ángel, en la que se representa el Calvario. Un cuadro impactante que, por cierto, para ver iluminado requiere una moneda de 50 céntimos, igual que para iluminar el resto de capillas del templo. Es lógico que los visitantes contribuyamos al mantenimiento de estos museos, de estos templos religiosos y, sobre todo, artísticos. Cinco euros cuesta la entrada a la Catedral de Pamplona, bellísima, con unas vidrieras fascinantes y un claustro, en proceso de restauración, muy hermoso. La paz que se siente en los claustros es difícilmente descriptible. 

La catedral de la capital navarra incluye también una exposición sobre Occidente que tiene un gran interés, con muchos restos arqueológicos y obras de arte, pero en la que chirría algo su descarado proselitismo en contra del "relativismo" de nuestro tiempo y "el mundo de color de rosa" de la modernidad. Es comprensible que en un templo religioso se lance un mensaje de esa fe, pero da lástima que se utilice la historia de forma burda para lanzar determinados mensajes excluyentes, sobre todo, porque con los mimbres de esa exposición se podría haber hecho algo mucho más aséptico y menos proselitista. Una pena pero, aun así, vale la pena, si se deja a un lado ese propósito de fondo de la exposición. 

En Pamplona me llamó la atención que varios pasos de cebra duran en verde 75 segundos. Puede parecer una tontería, pero habla bien del ritmo pausado de esta ciudad, igual que la presencia de tantas calles peatonales, lo mismo que sucede en Logroño. Pamplona es una ciudad que, en el fondo, todos conocemos un poco antes de visitarla, por los sanfermines, la fiesta más universal de España. Inevitablemente, uno termina visitando antes que nada la calle Estafeta, la plaza del Ayuntamiento (la del chupinazo) y la del Castillo, aunque lo más bello de la ciudad sean sus jardines (como el Parque de Yamaguchi, un parque japonés precioso), su ciudadela y, sobre todo, sus murallas, un lugar en el que se viaja al pasado y se recorre de pronto una ciudad medieval entre calles empedradas. 

Las tres ciudades que visité son amables para el peatón, es decir, para todos, porque peatones son todos los ciudadanos, quienes conducen coches y quienes no lo hacen, lo cual explica que sea más razonable pensar ciudades habitables para el peatón que para el conductor, pues este último no está incapacitado para caminar por el centro de las ciudades. Es una obviedad esta, al parecer, muy difícil de entender para no pocas personas en grandes ciudades como Madrid, donde hay quien habla incluso de cochefobia, o algo así, cuando surge cualquier intento por hacer algo más habitable la capital. Es evidente que las grandes ciudades necesitan también vías para los coches, más que las pequeñas, pero nada impide intentar ganar espacio peatonal en el centro. Por cierto, las tres ciudades están especialmente limpias, algo que también llama la atención y da mucha envidia viniendo de Madrid. 

El paseo frente al Ebro en Logroño y los pueblos que vi fugazmente desde el autobús en los distintos viajes (Villanueva de los Cameros o Padrillo, camino de Logroño; Viana, Los Arcos o Estella, rumbo a Pamplona; y multitud de pueblecitos entre Pamplona y Donosti) son otros de esos recuerdos imborrables de este viaje. Otro más es el inesperado concierto de Marwan en la Fnac de la ciudad donostiarra. Por pura casualidad dimos con él y gozamos de la presentación del nuevo disco del cantautor, Mis paisajes interiores. Cantó cuatro de sus nuevos temas y recitó algún poema. Con Renglones torcidos sentí algo que hacía mucho tiempo que no sentía cuando escuchaba por primera vez una canción. Sencillamente brutal. Fue un rato mágico de poesía, música y vida. 

Acabamos con la comida. Cuando contaba que iba a pasar una semana en Logroño, Pamplona y Donosti decía a la gente que iba, fundamentalmente, a comer bien. Por alguna razón, la gente se echaba a reír. Pero el caso es que he comido muy, muy bien. En la calle Laurel de Logroño, los pintxos de Pamplona, y todas las comidas del día, desde los desayunos a las cenas, en Donosti. Puro espectáculo para los sentidos. De todo lo que probé o con lo que repetí (el menú clásico de sidrería de Astigarraga es un obligado, igual que los pintxos en Donosti), destacó los garroticos de Pamplona, unas napolitanas de chocolate excepcionales de la pastelería Beatriz, en plena Estefeta. Por fuera, no es la típica tienda que llama la atención. Su escaparate es bien sencillo, igual que el local. Pero dentro esconde manjares increíbles, encabezados por esos garroticos en los que desborda el chocolate por todos lados. Un manjar. 

Ha sido, en fin, un viaje apasionante. He conocido al fin dos ciudades que llevaban tiempo en mi lista de deseos (Logroño y Pamplona), y ambas me han encantado. Y me he vuelto a sentir en casa en Donosti, fortunas de la vida. Obviamente, esta ciudad tiene mi familia elegida, lo cual ya la hace única. Pero tiene algo más, algo difícil de describir, una armonía fabulosa, un ritmo pausado, el aire especial de los lugares donde se disfruta intensamente de la vida, donde cada paseo es distinto y donde se puede volver mil veces, que en todas ellas uno volverá a quedar prendado del fastuoso paisaje de este paraíso en la tierra. ¡Hasta la próxima! Eskerrik asko

Comentarios

PilarTrevi ha dicho que…
Donosti... Pronto repites, esta vez los Gochos reunidos.
Alberto Roa ha dicho que…
Acabo de ver el comentario. ¡Sí, muy pronto! ¡Qué ganas!