Parlem?

Me disponía a escribir otro artículo entre irritado, disgustado y preocupado por la deriva de la cuestión catalana a tres días del 1 de octubre. Estaba a punto de escribir sobre la repugnancia y el pavor que me despertaron aquellos gritos de "a por ellos, oé", que algunos tipos corearon para despedir a guardias civiles que marchaban a Barcelona, como si fueran a la guerra, o a conquistar un territorio enemigo. Iba a hablar de la más que inquietante incompetencia de Carles Puigdemont, exhibida en su entrevista con Jordi Évole el domingo. Del divorcio absoluto de la realidad de los líderes independentistas catalanes. De la facilidad con la que, allí y aquí, se habla de violencia, no tengo claro si queriendo evitarla o, en el fondo, deseando que suceda. De lo irritante que supone que el gobierno central siga sin entender que se enfrenta a un problema político mucho más que legal. De lo desesperante que es ver la incompetencia de los líderes independentistas. Iba a escribir, en fin, sobre por qué la Audiencia Nacional investiga delitos de sedición, cuando no tiene competencia para ello, como si todo valiera. Me disponía a escribir del odio al diferente, allí y aquí, de lo incómodo que uno se siente rodeado de banderas y patrioterismo barato, allí y aquí. Iba a escribir de todo ello cuando vi la iniciativa de la agencia de publicidad Sra. Rushmore, que decidió colgar de su sede en Madrid, en plena Gran Vía, un cartel con una cuestión sencilla y extremadamente necesaria: Parlem? 


No faltará quien reste importancia a esta iniciativa, quien recele de ella, por el hecho de que proceda de una agencia de publicidad y, por tanto, busque notoriedad. No ha sido una decisión espontánea de ciudadanos, sino la función de una empresa dedicada, precisamente, a impactar con anuncios y campañas. Pero a mí me ha encantado. Y me parece el único soplo de aire fresco, uno de los pocos motivos para la esperanza, de estos últimos días. Tanto, que no voy a escribir ese artículo entre irritado, disgustado y preocupado que me disponía a empezar, sino que voy a intentar ser algo esperanzador, aferrarme a esa minoría silenciosa que somos los despreciados como equidistantes, los que clamamos por el diálogo y no nos sentimos a gusto en los discursos llenos de palabras gruesas de unos y otros. 

Es una iniciativa de una agencia de publicidad, sí. Pero es hermosa. Es bellísimo el mensaje. Claro. Contundente. Sin banderas que separan. Sin agitar los sentimientos propios para atacar al otro. Sin caer en los mismos excesos que se reprocha al de enfrente. Sin poner el acento en lo que nos divide. Sin caer en la trampa lingüística de unos y otros, empeñados en hablar, a conveniencia, de dictadura, estado de excepción o golpe de Estado. Sin despreciar al que piensa y siente diferente. Sin sentir la menor necesidad de situarse en un supuesto bloque o en otro, sino más bien sintiendo alergia a la existencia de bloques. Sin olvidar que como seres humanos, mucho más que como españoles o como ciudadanos de Europa, hay muchas cosas que unen y que no debemos olvidar. 

El mensaje es sencillo, pero es necesario. Hablemos. Hablemos de una vez. Hace falta ahora más que nunca. Siempre será necesario. ¿Cómo vamos a hablar con quien está en la antípodas, dirán unos y otros? Naturalmente, sólo se puede negociar con quien piensa distinto a nosotros. No sé si los actuales gobiernos de Cataluña y España son interlocutores válidos, porque ambos (cada uno, en distinto grado) se han dedicado a detonar cualquier puente que pudiera existir, cualquier atisbo de diálogo, cualquier posibilidad de reconstruir las negociaciones. Se habla poco de esto, pero me parece una obviedad: votamos a nuestros políticos para que resuelvan los problemas, oh qué sorpresa, haciendo política. Y eso es escuchar al diferente, estar dispuesto a ceder, apearse de prejuicios y de principios máximos, borrar las líneas rojas, no tener miedo al diálogo. Lo que vivimos estos días, más que cualquier otra cosa, es un descomunal fracaso político. 

Hay que hablar, sí. Recordando todo lo que tenemos en común pero, sobre todo, recordando algo que también debería ser evidente, pero que no lo parece tanto estos días, y es que podemos ser amigos de personas que piensan distinto a nosotros. No debemos tener miedo al diferente. Eso se llama democracia. Se puede sostener, porque es obvio, que la vía que ha decidido recorrer el gobierno catalán es una vía muerta, porque ellos saben que así no se hacen las cosas. Pero eso no elimina la legitimidad de lo que piensan los votantes independentistas, a quienes hay que escuchar, con el mismo respeto que a los votantes no independentistas. Y, por supuesto, se puede defender que la ley se debe respetar, lógicamente, sin que eso implique que tribunales sin competencias para juzgar ciertos delitos lo hagan de todos modos o sin que se organicen sainetes en la salida de policías y guardias civiles hacia Cataluña, haciendo ver que marchan a una zona de guerra.

Parlem? pregunta el cartel en la Gran Vía. Hablemos, respondió desde Barcelona la agencia SCPF. No está todo perdido. Esta España y esta Cataluña sí me representan. 

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