El adversario

Después de quedar fascinado por la excepcional El Reino y de disfrutar con la apasionante historia de Limónov, estaba deseando acercarme a otras obras de su autor, Emmanuel Carrère, porque el francés se adentra en territorios que casi nadie explora, con una honestidad brutal. Parece que no era el único con ganas de seguir conociendo a Carrère, en especial sus novelas sin ficción, porque Anagrama acaba de editar una joya, una recopilación de tres de sus obras más reconocidas: El adversario, Una novela rusa y De vidas ajenas. 

Con su estilo directo, sin miedo a acercarse a las partes más oscuras del alma humana, a las más retorcidas, a las más inquietantes, el autor aborda historias que agitan al lector, que lo remueven, que no le dejan indiferente. Terminé El adversario y, tras tomar unos instantes para digerir la descomunal obra, la salvaje historia que narra, comencé Una novela rusa, de la que hablaré en unos días, cuando termine esta historia en la que el autor establece un paralelismo entre un preso de la II Guerra Mundial que es liberado pasados los años, ya de anciano, y la de su abuelo materno, con un pasado colaboracionista con los nazis. No quiere Carrère contar historias cómodas ni recorrer caminos trillados. Siempre sorprende. Siempre se pone a prueba, se exhibe sin pudor, lo pone todo en sus obras. A vida o muerte. Sin especular. Sin controlar los daños. Sin piedad. Con enorme maestría y mucha honestidad. 



La historia real que cuenta el autor en El adversario es estremecedora, escalofriante, terrible. Jean-Claude Romand, un hombre exitoso y reconocido, querido por los suyos, respetado, padre de familia ejemplar, asesinó a su mujer y a sus dos hijos pequeños el 9 de enero de 1993, antes de acabar también con la vida de sus padres, justo después de Navidad. Carrère, en una obra con resonancias de A sangre fría, de Capote, decide establecer contacto con el asesino. No para justificarlo. No para entenderlo. No para ensalzarlo. Pero no escapa a lo inquietante, a lo espantoso, a lo atroz. Algo de ello le atrae. Le llama a contar estas historias, a acercarse a ella. Aunque sabe que es una historia de las que manchan, de las que dejan heridas, el autor se decide a escribirla. Como dice la demoledora frase final de la obra, el autor pensó "que escribir esta historia sólo podía ser un crimen o una plegaria". 

Parte el libro de los atroces asesinatos de Jean-Claude. Se pregunta el autor por qué. Qué llevó a ese hombre a asesinar a sus seres queridos. Descubre la historia de un mentiroso, de un farsante. Toda su vida era un engaño. No trabajaba en la OMS, ni tenía acceso como empleado de este organismo a productos financieros con alta rentabilidad, con los que estafaba a familiares y amigos. Su farsa empezó antes, cuando no se presentó a un examen de la carrera de Medicina. Y entonces comienza a mentir a todos sobre todo. Se construye una vida que no es la suya. Y no sabe escapar de sus mentiras. Se convierte en víctima de sus engaños y, en vez de dar un golpe en la mesa y aceptar que ha mentido a todos, sigue mintiendo, más y más. Hasta que descubre que no le queda otra opción que el suicidio, aunque de ello asesina a su familia. 

Resulta imposible entender lo que llevó a ese hombre, a ese gran farsante, a matar a cinco personas, a sus padres, su mujer y sus hijos. Pero precisamente lo que hace este libro, como otros de Carrère, es contar historias desagradables, que no gustan, que no son bonitas, que no se comprenden. Se adentra allí donde pocos lo hacen. Más por afán de acercarse a lo más oscuro del ser humano que por morbo, más por una avidez por saber más del alma humana que por sensacionalismo. Y el libro, claro, impacta en el lector como un puñetazo. Concluye el autor que Jean-Claude se guía por "una pobre mezcla de ceguera, aflicción y cobardía". También recoge las reflexiones de algunos de sus amigos, que no entienden lo ocurrido, que no lo conciben. "Parece una idiotez, pero ¿sabe?, era un hombre profundamente amable. No cambia en nada lo que ha hecho, lo hace todavía más terrible, pero era amable". La incomprensión ante lo atroz, ese preciso lugar en el que Carrère se adentra a tumba abierta. Un libro descomunal. Un autor portentoso. 

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