Boicots fanáticos y huelgas violentas

Lo más grave de la crisis catalana (española, en realidad) que vivimos las últimas semanas es el daño sobre la convivencia que está causando. Amigos que discuten por política, como si hubiera algún asunto político que valiera más que una amistad. Vecinos que miran con desconfianza a otros vecinos que han colgado una bandera de su balcón. Familiares que prefieren no hablar del tema, para tener la fiesta en paz. Es lamentable. Lo segundo más grave es que hemos descubierto que vivimos en un país repleto de personas fanáticas, alérgicas a la diferencia, incapaces de empatizar con quien piensa distinto, dispuestas siempre a buscar todo lo que les separa de otras personas en vez de intentar remarcar los puntos en común. Es triste, pero es lo que estamos descubriendo estas semanas. Existen personas, por ejemplo, que no tienen nada mejor que hacer una tarde de un día festivo que ir a Atocha a recibir con abucheos y gritos a unos políticos. O tipos que se creen en el derecho de interrumpir trener y cerrar carreteras, porque sí, porque ellos valen más que el resto de ciudadanos. 


Pocos días como el de ayer hemos tenido ejemplos más claros de la existencia de radicales y fanáticos allí y aquí. Porque otra de las cosas que estamos comprobando estas semanas con la crisis política catalana (española, en realidad) es que, por lo general, no nos cuesta nada localizar a los radicales que piensan distinto a nosotros, pero nos resulta muy complicado, casi imposible, detectar a los radicales entre "los nuestros". Que haberlos, haylos. A montones. Ayer había convocada una huelga en Cataluña. Por dejar las cosas claras, el derecho a huelga está reconocido en la Constitución. Todos los ciudadanos lo tienen. Lo digo porque hay quien parece aprovechar los excesos intolerables de algunos manifestantes para apuntar más alto y criticar, ya de paso, la propia huelga. Existe ese derecho. Intocable. Irrenunciable. Ahora bien, también tienen derecho, igual de irrenunciable, a trabajar quienes no quieran hacer huelga. Y ayer un grupo de violentos no respetó esos derechos. 

Y es gran parte del problema estas últimas semanas. Piensan algunos independentistas que ellos representan a la auténtica Cataluña, a toda Cataluña (un sol poble).Y no es así. No lo es en absoluto. Ellos no representan a otros independentistas que ayer decidieron acudir a su puesto de trabajo y asistir por la tarde a las manifestaciones, por ejemplo. Ni a los independentistas descontentos con cómo sus gobernantes han gestionado su legítima aspiración soberanista. Y tampoco a los no independentistas que no se sintieron concernidos por esa convocatoria de huelga. Desde luego, tienen todo el derecho a hacer huelga y protestar por la encarcelación de los que ellos consideran presos políticos, pero no tienen ningún derecho a cortar carreteras y provocar retrasos en los trenes de varias ciudades catalanas. Porque no están respetando la libertad de quienes sí quieren a trabajar, o a dar una vuelta, o al parque, o a cualquier cosa que les de la real gana. No es aceptable, bajo ningún concepto, que  la única forma que tengan cuatro fanáticos de sacar adelante una huelga sea invadir de forma violenta los derechos de otras personas. 

Mientras, en el resto de España, también tuvimos nuestro ejemplo claro de radicalismo, fanatismo, cerrazón y sectarismo. Aunque de este se habló menos, la verdad. Aunque este, al parecer, resulte menos grave. Según un estudio de Reputation Institute, el 23,2% de los ciudadanos españoles boicotea productos catalanes y un 20,9% se plantea hacerlo. Son cifras gravísimas. Significa que hay un 23,2% de españoles (o un 44,1% si sumamos a quienes piensan sumarse la boicot) fanáticos, intolerantes, pirómanos. De esa España que boicotea productos catalanes yo también quiero independizarme. Quiero alejarme todo lo posible de quienes son incapaces de respetar una idea política legítima, de quienes confunden a los independentistas con todos los catalanes, de quienes dedican parte de su tiempo a ver de dónde procede su jamón o su yogur para boicotear a Cataluña, de quienes de verdad van a dejar de comer su pizza o su fruta preferida porque venga de una región donde haya personas que piensen distinto a ellos. 

Quiero independizarme de quienes son incapaces de entender que, no comprando productos catalanes, están castigando a trabajadores como ellos, que pueden ser independentistas (algo totalmente respetable y legítimo) o no serlo en absoluto. Quiero independizarme de quienes son tan sectarios que deciden no consumir nada que sea catalán pero, a la vez, se empecinan en que Cataluña siga formando parte de España. ¿Qué sentido tiene odiar a Cataluña y, a la vez, querer que siga contigo? Hay catalanofobia en España. Es una realidad. Y es preocupante. Quizá cuando prestemos la misma atención a los fanáticos de aquí que a los de allí entenderemos la gravedad del problema. Tal vez estaría bien que criticáramos igual los excesos de allí que los de aquí. Porque aquí existen. Y son gravísimos, pues muestran una intolerancia inquietante. Entre boicots fanáticos y huelgas violentas se nos está quedando un país feísimo. Quiero pensar que la gent normal, que diría Manel, es mayoría, aunque haga menos ruido que los radicales. Necesitamos imperiosamente escuchar su voz, porque sabemos que están ahí, que no todo es sectarismo y odio al diferente. 

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