La librería

"Cuando leemos una historia, la habitamos. Las cubiertas del libro son como un techo y cuatro paredes". Con esta frase de John Berger, toda una declaración de intenciones, comienza La librería, la última película de Isabel Coixet, que es una adaptación de la novela homónima de Penelope Fitzgerald. Por encima de todo, el filme es una carta de amor a los libros, a la lectura, a esas otras vidas que vivimos en la compañía de un buen libro, a lo que aprendemos y soñamos habitando las historias de las novelas. La historia que plantea la película es sencilla, tan sólo una mujer que quiere abrir una librería en un pequeño pueblo. Nada más. Y nada menos. Porque, como también escuchamos en un momento del filme, los libros son artículos de primera necesidad. 

Para saber si alguien ama la lectura no hace falta escucharle hablar de novelas o autores preferidos. Tampoco es preciso comprobar cuántos volúmenes tiene en su biblioteca ni si va a todos lados acompañado de algo que leer. Basta con ver cómo actúa ante un libro. Sólo eso. La manera de pasar las hojas, de leer la contraportada, de apreciar una buena edición, de tragar saliva nervioso ante un descubrimiento, con avidez, con deseo, la forma de coger el libro, su cara cuando entra en una librería repleta de historias. Queda claro que Isabel Coixet adora los libros y transmite esa pasión en su película. Tierna, delicada, sensible. Es una pequeña delicia. 


Es verdad que los personajes son quizá demasiado planos. Los buenos son muy, muy buenos, comprensivos y empáticos, mientras que los malos son descaradamente malos, desagradables, odiosos. No hay matices. Es casi una fábula. A no pocos espectadores le resultará lento el ritmo de la película (no es mi caso, en absoluto). Pero, aun así, la cinta resulta irresistible. Porque muestra cómo una historia mínima es suficiente para conmover. Basta con el sueño de una mujer con coraje que quiere abrir una librería, algo sencillo, pero que termina por convertirse casi en una heroicidad, porque se encuentra con la oposición de los mandamases del pueblo, que sin motivo aparente más que hacer el mal y poder seguir controlándolo todo, ponen mil y una trabas al proyecto de Florence, a quien da vida con dulzura Emily Mortimer. Será especialmente dura contra ella Violet Gamart (Patricia Clarkson, magnífica como siempre), aunque contará como aliado con Edmund Brundish, un hombre solitario que vive en tregua permanente consigo mismo y en guerra de silencio con el mundo exterior, recluido en su casa, rodeado de libros, interpretado por Bill Nighy

La historia avanza, Florence consigue abrir su librería, bellísima, de esas que uno visitaría con todo el tiempo del mundo si existiera de verdad. Florence y el Edmund comienzan entonces una relación epistolar, en la que hablan de libros. Circulan por la película obras como Farenheit 551 o Lolita, que provoca algún que otro dolor de cabeza a la protagonista. Esas conversaciones sobre literatura son maravillosas, porque la sitúan en su lugar preciso, uno de vital importancia, que despierta emociones intensas en los lectores, que los transforma. Uno de los consejos que le da el señor Brundish a Florence cuando comienza a montar su librería es que encargue biografías de personas buenas y novelas de personas malas. 

La voz en off, que es un recurso que me sobra en la mayoría de los casos, aquí sí tiene sentido, por su final, poderoso, conmovedor, y también porque, de algún modo, convierte a la propia película en una novela que alguien nos lee. Y la directora logra que habitemos la historia. Lanza un mensaje claro el filme, que nadie está solo rodeado de libros, y que hay pocos actos más transformadores y necesarios que inocular el virus de la lectura en una niña. Enseñarla a habitar historias, a compartir confidencias con personajes que no existen, pero no por eso son menos reales que los que nos encontramos por la calle. No es una película perfecta ni una obra maestra. No le faltan defectos. Pero no importa. Es una carta de amor a los libros, una historia hermosa, de esas que siempre vienen bien, y más aún en un mundo tan gris e insensible. Es una película que hace algo más que adaptar una novela, de alguna forma se convierte en una novela, se transforma en un libro. En eso se parece a Paterson, otra de esas joyas raras que unen cine y literatura. Es una película para renovar los votos de amor a los libros. Es cierto que a las películas no se les debe juzgar por sus intenciones, sino por su resultado, por el valor de las cintas. El último trabajo une esas intenciones maravillosas con un resultado más que notable, porque c

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