Librerías

En un mundo cada vez más utilitarista, una librería es un refugio, un milagro, un acto de resistencia. Hoy, 10 de noviembre, se celebra el Día Mundial de las Librerías. Le ponemos las mayúsculas, porque lo merecen como pocas cosas. Todos los días son buenos para recordar lo que significan estos templos. Hoy, también. Es un día excelente, por ejemplo, para recordar las librerías más hermosas que cada uno ha conocido, esos lugares que se convirtieron de inmediato en paraísos amados, en rincones queridos, aunque haya miles de kilómetros y un océano de distancia, como El Ateneo Grand Splendid, la bellísima librería de Buenos Aires que antes fue un teatro, en cuyos palcos hay ahora espacios para la lectura. 


Tiendo a juzgar a las ciudades por sus librerías. Por el número de librerías que hay. Por si ganan aún la partida a las comercios de ropa, por ejemplo. Si es fácil hallar espacios para la lectura, para la reflexión, para los sueños, en el centro. Si, al entrar en uno de sus templos, hay más feligreses, igualmente dispuestos a dejarse sorprender, a caer rendidos ante una obra que llevaba tiempo justo ahí, esperándoles, escrita para ellos. Las librerías son las arterias de la vida cultural de una ciudad. Dice mucho de una localidad el número de librerías, el índice de lectura, el amor a las letras. Y en Buenos Aires, además de la excepcional librería en El Ateneo, es fácil hallar, entre teatros (otros refugios) y hasta tiendas de discos, más y más librerías, en Corrientes, en pleno centro, miras donde mires. 

Hoy, Día de las Librerías, también es una buena jornada para recordar el imán que supone un espacio así, con libros, con sosiego, con tantas ideas e historias bullendo en el interior. Sigue siendo algo mágico, magnético, irresistible. La crisis ha cerrado muchas librerías, ha matado muchos templos de las letras. Pero resisten, resisten aún muchas. Se puede seguir hablando con los libreros de las novedades, de las ediciones más raras, de esta o aquella historia. Pocas conversaciones resultan más gozosas que esas. Alejados de la realidad, de la agotadora y mediocre actualidad. Hablando sólo de tramas. De personajes. De emociones. De reflexiones. De autores. De mentiras más auténticas y valiosas que muchas verdades. 

Tampoco es mal día para festejar espacios fabulosos como La Central, nacida en Barcelona y que se extendió más tarde a Madrid con varios espacios que convirtieron en poco tiempo en lugares de visita obligada para todo buen amante de los libros. Y tan importante como las grandes librerías, o incluso más, lo son las pequeñas, las de barrio, las que resisten, las que siguen ofreciendo las primeras lecturas a los niños, las que son conscientes del papel trascendental que juegan en la sociedad, las que abren puertas a futuros mejores. 

10 de noviembre, pues. Día de las Librerías. No es mal momento para recordar historias inspiradas en la literatura o en estos templos, como la prodigiosa y sensible El último día de Torrenova, de Manuel Rivas, o la película argentina El ciudadano ilustre, la mejor cinta del año pasado (y de lo que va de este, y del anterior). También es un día magnífico para rememorar los eventos más vivos de Madrid y Barcelona, los más apasionantes, los más bellos: la Feria del Libro, que llena de literatura el Retiro cada primavera, y Sant Jordi, que enamora con libros y rosas cada 23 de abril en Las Ramblas, a las que volveremos siempre. 

Pero, más allá de las librerías célebres o las grandes fiestas, lo que importan de las librerías, de los tesoros que esconden, es el día a día. Suena excesivo pero es exactamente así: las librerías nos salvan. Nos salvan de la rutina, del conformismo, de la ignorancia, del borreguismo, de las certezas absolutas, de la cerrazón ciega. Nos salvan, no dándonos las respuestas, sino planteándonos todas las preguntas. No enseñándonos grandes verdades, sino ayudándonos a cuestionarlas todas. Hay libros buenos, irrepetibles, insustituibles, de esos que no terminan nunca.  Y detrás de esos libros, antes del principio del idilio, antes de que todo comience, están las librerías. De un libro amado uno recuerda el autor, las tramas, los personajes, algunas frases. Y también recuerda dónde lo compró, dónde empezó aquella aventura. Y todo empieza en las librerías, de las que hoy celebramos su día. Templos sagrados, los únicos verdaderos. Refugios contra la realidad, que nos ayudan a la vez a a alejarnos de ella y a conocerla mejor, a afrontarla con nuevas armas. Hoy el mejor modo de celebrar este Día Mundial es acudir a la librería de siempre, la de toda la vida, la que ha capeado como ha podido el temporal de la crisis. Para dejarse cautivar por un libro. Para pedir consejo al librero. Para hablar de lo que de verdad vale la pena en la vida. Para constatar, como escribió Borges, que el paraíso, de existir, debe de ser una especia de biblioteca, o una librería, donde todo comienza, donde todo es posible. 

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