Una soberbia despedida de "El Ministerio del tiempo"

Quienes pensamos que El Ministerio del tiempo es lo mejor que le ha pasado a la televisión en España en muchos años asistimos con sensaciones enfrentadas al último capítulo de la tercera temporada, y puede que de la serie, la semana pasada en La 1. La audiencia no ha acompañado en esta última tanda de capítulos a una serie que ha sido un fenómeno televisivo, por su originalidad, por su desprejuiciado acercamiento a la Historia de España, sin patrioterismo barato, pero también sin dejar de reconocer los logros obtenidos durante siglos por tantos personajes célebres que han sido reconocidos en esta serie, reparando en parte aquello de que "España maltrata a sus héroes". 

Desde su origen, El Ministerio del tiempo ha sido algo especial, totalmente distinto a lo que se veía en televisión. Una serie madura y atrevida, llena de un inteligente sentido del humor, con cierto afán didáctico, por todos los episodios históricos que ha recorrido, y con unos personajes redondos, complejos, nada estereotipados. Entre ellos, varios personajes de mujeres fuertes, algo aún menos común de que sería razonable, como el de Irene (Cayetana Guillén Cuervo), el de Amelia (Aura Garrido) o el de Lola Mendieta, al que han dado vida en distintas edades del personaje Natalia Millán y Macarena García



El planteamiento de la serie, loquísimo, parte de la idea de un Ministerio del tiempo encargado de preservar la historia de España tal y como ocurrió, lo que les lleva a asegurarse de que Miguel de Cervantes escriba el Quijote, que Adolfo Suárez entre en la terna para ser presidente del gobierno en la Transición o que Goya pinte la Maja desnuda. Gracias a esta original idea, que los guionistas de la serie han sabido sostener sin perder la chispa durante las tres temporadas de la serie, los miembros de la patrulla han conocido a personajes y épocas históricas, en muchos casos, para desmitificarlos, como la decepción que se lleva Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda) cuando viaja a las Américas, o la mala impresión que Lope de Vega causa en Julián (Rodolfo Sancho). 

El sentido del humos ha sido otra de las claves de la serie. Y en ello han tenido mucho que ver todos los personajes, por el contraste, por ejemplo, entre los códigos de conducta y la ética de un soldado de los tercios de Flandes con los de Pacino, un policía más bien macarrilla hijo de los 80, interpretado por Hugo Silva en el mejor papel de su carrera. También el personaje de Salvador Martí (Jaime Blanch) ha protagonizado varias de las escenas más memorables de una serie que ha hecho guiños al espectador fiel en todo momento y que ha sabido crecer sin perder su esencia, y sobrevivir bien a las salidas de dos de sus intérpretes originales (Rodolfo Sancho y Aura Garrido). 

Y, mientras divertía (porque no deja de ser una serie de aventuras), también se acercaba a la Historia de España. Y dejaba no pocas reflexiones inteligentes sobre ella. En el último capítulo, quizá de la serie, esperemos que sólo de la tercera temporada, los agentes del Ministerio tienen que evitar que se ruede en la TVE de blanco y negro de la época franquista una serie llamada El Ministerio del tiempo, en la que las tramas se parecen sospechosamente a misiones llevadas a cabo por la patrulla de Amelia. Y, spoiler mínimo, la mejor forma que encuentran de detener la emisión de esa serie es contar la historia tal cual es, no una visión idealizada de la misma. Por supuesto, la televisión pública de la época la rechaza al instante. 

No cae en el fatalismo, también muy español, de creer que todo lo nuestro es lo peor. Pero, desde luego, huye del patrioterismo bobo. Asume, sencillamente, que la historia española es la que es. Y que en este país han sobrado, como en el Cantar del Mío Cid, buenos vasallos a los que les faltaron buenos señores. Es difícil elegir qué capítulo de la serie recuerdo con más cariño. Sus homenajes al cine y a la televisión han sido soberbios, igual que el capítulo dedicado a Cervantes, en le que terminan paseando por Alcalá de la mano del autor del Quijote y las Novelas ejemplares; el doble capítulo de los últimos de Filipinas; la realidad paralela con un Felipe II en modo tirano intertemporal o este último capítulo, homenaje a Chicho Ibáñez Serrador y sus Historias para no dormir, y autohomenaje también a El Ministerio del tiempo, sin duda, lo mejor que le ha pasado a la televisión en España en años. Los ministéricos confiamos en que la serie regrese, pero si no lo hace, sin duda, Entre dos tiempos fue un digno adiós. 

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