La patria de la buena gente

Siento si suena un poco naif pero creo que se habla poco de la buena gente.De las buenas personas, sin más. Sin grandes palabras gruesas, sin banderas ni ideologías detrás, sin batallas políticas ni discursos impostadas. Buenas personas, nada más. Este fin de semana, el Banco de Alimentos (a este banco sí le ponemos todas las mayúsculas) organizó una gran recogida de alimentos en los supermercados del país. Ayer se conocieron las cifras de la iniciativa: 21 millones de kilos. Es algo menos que en años anteriores, pero con productos de más calidad. 


Cuando hablo de buena gente pienso en quienes donaron esos 21 millones de kilos de alimentos para las personas que lo necesitan, ahora que estamos a las puertas de las navidades, además, una época de excesos de todo tipo. Pero pienso, sobre todo, en los voluntarios del Banco de Alimentos. En esas buenas personas que entregan parte de su tiempo a los demás. Lo pensaba el sábado pasado, en un supermercado. Un hombre mayor recogía los alimentos que donaban los clientes. La inmensa mayoría, he de decir. Casi nadie se iba sin entregar algo, un litro de aceite, un kilo de arroz. La cara de satisfacción del hombre cuando recibía los alimentos donados, su alegría, su agradecimiento sincero, eran conmovedoras

Esa cara, pensé, es mi bandera. Esa entrega. Esa generosidad. Esa es la gente que me representa. Esa, la de la buena gente, sin distinguir nacionalidades, clases sociales o ideologías políticas, es mi patria. Esa es la compañía que vale la pena. Esas son las personas que hacen este mundo mejor. Ahora que la política, el politiqueo barato, mejor dicho, lo intoxica todo, resulta más alentador que nunca recordar la existencia de estas buenas personas, gente que dedica una tarde de sábado a recoger alimentos para otros en un supermercado, mientras los demás vamos y venimos al cine, a una comida, a una cena, a una noche de fiesta. Esas personas son las que merecen toda la admiración, y ellas son las que muestran la mejor cara de la sociedad. 

Naturalmente, es labor de las administraciones públicas combatir la pobreza y la desigualdad galopante, que no ha hecho más que crecer con la crisis, por más que hasta ministros hayan cuestionado las estadísticas que hablan de pobreza infantil, de trabajadores pobres y de penurias para llegar a fin de mes. Sin duda, es una dejación intolerable de las funciones de los gobiernos, esos que dedican su tiempo a dividir a la sociedad y a politiquear con cualquier pretexto. Es peligroso dejar en manos de la buena voluntad de la gente la protección adecuada a las personas en una situación más vulnerable, a quienes han quedado atrás con la crisis. Por supuesto. El modelo a seguir no puede ser dejar en manos de los ciudadanos el trabajo de los gobiernos. Pero conmueve que tantas personas den un paso adelante, que no se desentienden de los problemas de sus vecinos, que no piensan que su situación es representativa de la de la sociedad, que no confundan su buena posición, o mejor al menos que la de tantas personas, con la de su país

Ese hombre mayor que sonreía y daba las gracias sonriente, ilusionado, encantador, estaba recogiendo alimentos para personas en situación de pobreza o de graves dificultades económicas. Podía dedicar su tiempo a cualquier otra cosa. A dar paseos. A viajar. A estar con su familia. A leer. A ver películas. Pero estaba allí, un sábado por la tarde, entregando su tiempo a los demás. Y en ese instante, con su ejemplo y el de tantas personas que colaboran con causas sociales, uno piensa que quizá no esté todo tan perdido, que tal vez el ruido de Twitter, el sectarismo repugnante, los enfrentamientos estériles, no sean más que la peor cara de la sociedad, pero no su representación. Que otros sigan hablando de patrias, banderas y confrontaciones. Quedémonos con la patria de la buena gente, la que en Madrid, Barcelona, Vigo, Sevilla, Bilbao y todas las demás ciudades españolas compraron alimentos para otros. La crisis nos ha enseñado muchas cosas malas, pero también algo bueno, la enorme solidaridad de tantas personas. Aunque ellas no sean portada y sí lo sean los líos de politiqueo burdo, no deberíamos perder la perspectiva de lo que de verdad importa. 

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