Una campaña rara

Una campaña electoral no es el mejor contexto para tender puentes y trabajar por la convivencia, que es lo que necesita ahora Cataluña. Menos aún si hablamos de una campaña tan extraña como esta, con candidatos en prisión provisional y otros en Bruselas, donde huyeron para eludir la justicia. Ayer, en la capital belga, se celebró una marcha numerosa, de 45.000 personas, a favor de la independencia, o de los partidos independentistas, porque no está muy claro qué es lo que defenderán estas formaciones en las elecciones del 21 de diciembre. Pasó algo curioso con esta marcha, por cierto. Algunos medios titularon a toda página en sus webs, cuando se conoció el primer dato oficial de la policía belga, que el independentismo había pinchado en su convocatoria, porque sólo había congregado a 10.000 personas, la mitad de lo esperado por los organizadores. Pero, oh sorpresa, cuando la policía actualizó el dato y habló de 45.000 personas, de pronto, la cifra no era tan importante y, desde luego, no se dijo que era el doble de manifestantes esperados. Muy propio de TV3, que no tiene el monopolio de la manipulación. 


Esta campaña tan rara, todas lo son, está aderezada por encuestas que no terminan de ponerse de acuerdo y en las que no sé si deberíamos creer del todo, por este contexto tan extraño, y también porque tenemos muy recientes fallos estrepitosos en sondeos de otras elecciones. Lo poco que tienen en común estas encuestas es que los independentistas están cerca de repetir la mayoría absoluta en el Parlament, aunque no la tienen nada segura. También nos muestran un ascenso de Ciudadanos, que está capitalizando todo el voto antiindependentista de derechas, que huye del PP, una formación que ya es residual en Cataluña y que, según todos los sondeos, lo será un poco más después del 21 de diciembre. También parece claro que la formación de gobierno será compleja, puesto que  en muchos sondeos ninguno de los dos bloques tiene mayoría, lo que dejaría la llave de gobierno en Catalunya en Comú Podem, que desde luego no es un partido independentista, pero que tampoco parece dispuesto a permitir la formación de un gobierno encabezado por Inés Arrimadas, que también necesitaría el apoyo del PSC y del PP. 

El otro día, hablando con amigos del problema catalán (español), alguien me llamó (creo que con buena intención) romántico. Pero sigo en las mismas. Básicamente, más allá de quien gane o pierda las elecciones, el día 21 de diciembre seguirá habiendo millones de personas que voten opciones que nos nos gusten, incluso que nos desagraden profundamente. Pero la convivencia seguirá siendo igual de necesaria. Más que nunca. Es una campaña electoral y los políticos, salvo escasas excepciones, han demostrado sobradamente que no son los mejores para rebajar la tensión y buscar soluciones en Cataluña. Pero por más tiempo que pase, la tarea de todos en Cataluña sigue siendo la misma: reconstruir la convivencia. Con las lógicas discrepancias ideológicas, por supuesto. Pero respetando al adversario, por ejemplo, y no perdiendo el respeto absoluto a quienes piensan diferente. Sin insultos. Sin fake news, por ambos lados. Sin excesos. 

A veces, leyendo a personas de aquí y de allá, me pregunto si alguien quiere que lleguemos a esa convivencia pacífica de las distintas ideas y, a ser posible, a una solución pactada y dialogada. Y la respuesta, generalmente, es un rotundo no. No, claro que no quieren la convivencia quienes llaman fascistas a los que piensan distintos, quienes confunden los innegables defectos de España con los de un país poco menos que dictatorial. Y, por supuesto, tampoco quieren la convivencia quienes buscan el escarmiento de los independentistas, quienes se prestan rápido a hacer bromas con los independentistas que aprovechan el puente de la Constitución (jijiji) para ir a Bruselas a manifestarse por la independencia. A ese juego sabemos jugar todos. ¿Sabemos jugar al otro, al necesario, el que trata de reparar heridas y tender puentes? 

Los dos bloques en Cataluña deben tener claro algo que parece que ninguno piensa: los que votan a los otros existen, están ahí, son sus vecinos. Y no son unos fascistas opresores ni unos delincuentes golpistas. Son gente como ellos. Personas normales que tienen sus propias ideas política. Sin más. Y quienes gobiernen tras el 21 de diciembre deberán gobernar para todos, los que piensan como ellos y los que no. Es algo que, naturalmente, no hizo el gobierno de Puigdemont, despreciando la existencia de la oposición. Y es algo que, obviamente, tampoco hace el gobierno central del PP, tan remiso a reconocer que la existencia de una parte importante de la población catalana vota y siente independentista, lo cual es una realidad con la que debe enfrentarse. 

Hay otro aspecto que añade extrañeza a esta campaña: los procesos judiciales contra exconsellers del Govern. El delito de rebelión, que requiere de la existencia de violencia, nos chirría a muchos igual que hace unas semanas. Como lo hace la prisión preventiva, una opción tan de último recurso, tan seria, pues supone la privación de libertad de alguien que no ha sido condenado. Y, por supuesto, extraña que el mismo juez que defendió la euroorden contra Puigdemont ahora diga que la retira. ¿Las razones por las que las retira ahora no existían cuando la decidió mantener hace unas semanas? Y, por supuesto, también chirría, mucho, que los independentistas de verdad no entiendan que, siendo del todo legítimas sus ideas, hay vías por las que no se pueden defender, porque se están saltando la ley. 

Sería todo un avance que se saliera de la dualidad, de los dos bloques, de los independentistas y los unionistas. Pocos contemplan un escenario así, pero sería fabuloso que hubiera acuerdos que no estuvieran asentados en este monotema, que tanto daño ha causado a tantas personas, para encontrar acuerdos sobre otros aspectos de los muchos en los que tiene competencias la Generalitat de Cataluña. Cuestiones sociales, temas que afectan al día a día de los ciudadanos. Por supuesto, no se trata de que nadie renuncie a sus ideas, perfectamente legítimas. Pero convendría que todos dieran un paso atrás, los que lo centran todo en la reivindicación del independentismo y los que lo centran todo en el nacionalismo español, para trabajar por la convivencia. Porque, sí, es asombroso que personas a las que les da tanto repelús el nacionalismo catalán les encante el nacionalismo español, como si cambiando el himno o el trozo de tela fuera más o menos legítimo y comprensible sentir algo. Es una campaña rara, a la que ojalá siga otra rareza, la del entendimiento y la búsqueda de acuerdos. 

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