Momentos estelares de la humanidad

Pacifista, apasionado de la cultura y, sobre todo, europeísta, la figura de Stefan Zweig, siempre admirada, es más reivindicable y necesaria hoy que nunca. Una película sobre su vida y la reedición de varias de sus obras nos han permitido a muchos profundizar en el pensamiento del intelectual austriaco que acabó con su vida, lejos de su querida Europa, incapaz de ver al mundo zarandeado por el odio y el fanatismo, dirigiéndose al precipicio. Su descomunal El mundo de ayer es una obra imprescindible para entender el siglo XX, uno de los libros más impactantes que recuerdo haber leído. 

En Momentos estelares de la humanidad, presentado como Catorce miniaturas históricas, Zweig también echa la vista atrás y plasma episodios históricos que considera esenciales en la Historia de la humanidad. Instantes de esos de los que se puede decir lo que afirma de la llegada de Lenin a la Unión Soviética para liderar la revolución: "desde ese momento, el reloj del mundo da la hora con otro ritmo". Como afirma el propio autor, estos catorce momentos históricos decisivos marcan "un rumbo durante décadas y siglos". Zweig elige a la vez a grandes líderes mundiales ante disyuntivas determinantes y a autores de óperas o sintonías prodigiosas, tal es la pasión del escritor por la cultura, tal es su acierto a la hora de poner en el mismo nivel las mejores creaciones artísticas de la historia que los acontecimientos políticos más importantes. 


Escribe Zweig de estos catorce episodios con un "estilo emocionante al consignar los hechos", como dice él mismo del capitán Scott y los diarios en los que recogió su lucha por ser el primer hombre en conquistar el Polo Sur, una de esas miniaturas que remarca el autor como un momento estelar de la humanidad. Zweig escribe de todos esos instantes con pasión, a veces con cierta teatralidad, con un tono algo excesivo en ocasiones. Pero hay pasajes excepcionales. Por ejemplo, cuando escribe de uno de estos grandes instantes: "en silencio, como todo lo grande; con premeditación, como todo lo que se emprende por astucia, se consuma el milagro de los milagros. Toda una flota avanza por encima de la montaña". Se refiere a la conquista de Bizanzio, el segundo acontecimiento más antiguo que relata, sólo por detrás de la muerte de Cicerón

También escribe Zweig del descubrimiento del Pacífico por parte de Núñez de Balboa y la llegada de los españoles a América. No es una imagen nada dulcificada la que muestra el escritor del desembarco de los españoles en el nuevo continente. "Toda la mugre y la escoria de España mana hacia Palos y Cádiz. Ladrones marcados a fuego, salteadores de caminos y bandoleros, que en el país del oro buscan dedicarse a un oficio más lucrativo", leemos. Unas páginas más allá, también escribe: "mezcla única e inexplicable, la que se da en el carácter y en la forma de actuar de los conquistadores españoles. Piadosos y creyentes, como por entonces sólo lo eran los cristianos, invocan a Dios de todo corazón y al mismo tiempo cometen en su nombre las atrocidades más vergonzosas de la Historia. Capaces de los más magníficos y heroicos méritos del valor, del sacrificio, y con una gran resistencia frente a las privaciones, se enfrentan y engañan unos a otros del modo más escandaloso. Y en mitad de sus bajezas, aún hacen gala de un marcado sentimiento del honor y de un sentido prodigioso y verdaderamente admirable de la magnitud histórica de su misión". 

En cada miniatura histórica, Zweig se pone en la piel de un personaje histórica, adopta su visión, intenta descifrar lo que sentía en ese momento. Se detiene el autor austriaco en "las primera palabra a través del océano", el avance en las comunicaciones que permitió, con unas gigantes obras, un inmenso reto en el siglo XIX, que Estados Unidos se comunicara con Europa. Y escribe un pasaje excepcional, que muestra la confianza del autor en el progreso humano y su acierto al no reseñar sólo grandes batallas o acontecimientos históricos entre los momentos más relevantes de la historia. "Ese año de importancia universal, 1837, en el que por vez primera el telégrafo logró que la experiencia humana hasta entonces aislada fuera simultánea, raramente consta en nuestros libros escolares, que por desgracia siguen considerando más importante hablar de las guerras y de las victorias de los distintos generales y naciones, en lugar de hacerlo sobre los verdaderos triunfos de la humanidad, por ser comunes. Y sin embargo ninguna otra fecha de la historia reciente puede compararse en cuanto a sus efectos psicológicos con esa transformación del valor del tiempo. El mundo ha cambiado desde que en París es posible saber lo que está ocurriendo al mismo tiempo en Ámsterdam, en Moscú, en Nepal o en Lisboa. Sólo falta dar un último paso y también otras partes del mundo estarán incluidas en ese grandioso conjunto y se habrá creado una conciencia común a toda la humanidad". 

Gracias a ese avance, afirma Zweig, "desde ese momento la Tierra tiene un único latido". Y así hubiera permanecido siempre, continúa, "si, una vez más, no la hubiera turbado la funesta manía de destruir esa grandiosa unidad y de exterminarse a sí misma  con los mismos recursos que le dan poder sobre los elementos". En otro momento del libro lamenta Zweig que "los momentos en los que a lo largo de la historia prevalecen el sentido común y la reconciliación son breves, efímeros". En el capítulo de Lenin, escribe el autor austriaco que "como las agencias de noticias sólo prestan atención a la gente que habla mucho y no saben que los hombres solitarios, que siempre están leyendo y aprendiendo, son los más peligrosos a la hora de revolucionar el mundo, nadie escribe un solo informe sobre ese hombre que pasa desapercibido y que vive en casa del zapatero remendón". 

Zweig tiene claro que los auténticos logros de la humanidad no se ciñen a triunfos de generales ni batallas. Por eso incluyen en el libro la composición de La Marsellesa, el inmortal e inigualable himno francés, o la creación de El Mesías de Händel, de quien relata con precisión su arrebate creador y su ímpetu. Napoléon, Goethe o Tolstói son otros de los personajes sobre los que Zweig reseña momentos decisivos, de los que cambian el rumbo de la humanidad, esa que el autor vio abocada al horror y por lo que decidió suicidarse, deseando a sus amigos que "ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto". 

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